Vida Escondida de Santidad

Vida Escondida y Santidad, Papa Francisco, 5 Dic 2014.

Pensemos en los más pequeños. En los enfermos que ofrecen sus sufrimientos por la Iglesia, por los demás. Pensemos en tantos ancianos solos, que rezan y ofrecen. Pensemos en tantas madres y padres de familia que llevan adelante con tanta fatiga su familia, la educación de los hijos, el trabajo cotidiano, los problemas, pero siempre con la esperanza en Jesús, que no se pavonean, sino que hacen lo que pueden.

¡Son los "santos de la vida cotidiana!

Pensemos en tantos sacerdotes que no se hacen ver pero que trabajan en sus parroquias con tanto amor: la catequesis a los niños, la atención a los ancianos, a los enfermos, la preparación a los recién casados… Y todos los días lo mismo, lo mismo, lo mismo. No se aburren porque en su fundamento está la roca. Es Jesús, esto es lo que da santidad a la Iglesia, ¡esto es lo que da esperanza".

Debemos pensar mucho en la santidad escondida que existe en la Iglesia.

Vida Ordinaria y Santidad,  Papa Francisco.
Lo ordinario es lo más común, lo regular, lo que sucede habitualmente. Así es y así discurre la mayor parte del tiempo de nuestra vida, en ese rutinario y monótono día a día, que a veces hasta se nos hace mecánico y del que tantas veces sentimos la tentación de huir y escapar. En cambio, así de habitual, regular y común es también la acción de Dios en nuestra vida. Piensa que tu día a día es también el día a día de Dios, que tu vida ordinaria es también la vida ordinaria de Dios. Porque es ahí donde Dios se te da y es de esa manera, tan común y tan simple en sus formas, como Dios te va dando a conocer su voluntad.
   Una llamada inesperada, un imprevisto, una conversación, el madrugón para ir al trabajo, el atasco correspondiente o el autobús que se me escapa, ese que se cuela en la cola del cajero cuando más prisa tengo, son ocasiones preciosas para un ofrecimiento o un momento de oración, un acto de amor o de acción de gracias, un acto de fe en Dios, una pequeña renuncia o mortificación. Tendemos naturalmente a buscar esa irresistible fascinación de lo espectacular y aparatoso, de lo extraordinario y fuera de lo común, haciendo del milagro o de la lotería casi un ideal. Nada más ajeno al estilo del Evangelio. Piensa que la encarnación es un Dios que se hace carne de niño, que la redención se realiza en el aparente y estrepitoso fracaso de una cruz o que el gran prodigio de la Eucaristía gravita sobre un poco de pan y un poco de vino.
   Tu santidad será más real cuanto más crezca hundida y escondida, como grano fecundo, en la tierra árida y dura de tu vida cotidiana. Ahí estás llamado a impregnar todas las cosas, personas y circunstancias de una profunda visión de fe, capaz de atisbar en todo y en todos ese susurro de cielo que es Dios presente en tu vida. Descubre y renueva el valor de ese pequeño día a día de tu vida que resultará tanto más extraordinario cuanto más sepas llenarlo de Dios.



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