El milagro de acoger.

Fue en 1960, en el barrio de Orcasitas en Madrid, y los testigos recuerdan como fue todo:

Llegó un mendigo al que nadie conocía, era muy alto, con barba blanca, vestía con un sayón o túnica, sombrero y un cayado de algo más de metro y medio, tenía una voz muy peculiar, llamó a varias puertas para pedir algo de comida, (según se ha dicho fue rechazado) y llamó también a la de Dolores Delgado, mujer creyente, que vivía en una habitación muy humilde; estaba postrada en cama, debido a una grave lesión vertebral, dolorosa y que le impedía levantarse. Le abrió con una cuerda que iba del pestillo hasta la cama, este personaje entró y se quitó el sombrero y le preguntó que le había pasado, ella comenzó a contarle su enfermedad. Dolores recuerda que esta persona tenía una forma de hablar especial, amable y educada. La mujer le ofreció lo poco que tenía, un trozo de pan y algo de chocolate, que lo cogiera del cajón. El mendigo no quiso, no quería nada y le dijo, "tenga mucha fe en Dios que Él la ayudará", y se fue sonriente. Varios minutos después se le cayó un dedal, que usaba para coser ropa desde su lecho, y cuando fue a cogerlo se dio cuenta de que estaba curada y salió corriendo a la calle gritando "milagro, milagro". No encontró al mendigo; ni ella, ni la policía que estuvieron investigando por los alrededores y preguntando a otros mendigos, jamás se volvió a saber de él. Varios periódicos de la época se hicieron eco de este suceso. A partir de entonces, Dolores pudo volver a caminar y hacer vida normal.

Este relato habla de un rechazo y al mismo tiempo de una gran gracia a quién no tuvo reparo en abrir sus puertas.

Como dice una canción navideña: “Dos sombras furtivamente atraviesan la noche desamparadas, no hay albergue para ellos, las puertas se le cierran en la cara. Pronto de Ella un Niño nacerá... No es tanto el frío ni la soledad lo que los entristece de verdad, es el rechazo de quienes no recibieron al Salvador”.

Que tengamos un corazón abierto y una puerta abierta para acoger al niño Jesús y sus enseñanzas que son causa de Salvación Eterna. “Quién tenga oídos que oiga.” (Lc, 8,8).

 



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