Damos culto a los mártires con un culto de amor y participación
Del tratado de san Agustín, obispo contra Fausto
El pueblo cristiano celebra la conmemoración de sus mártires con religiosa solemnidad, para animarse a su imitación, participar de sus méritos y ayudarse con sus oraciones, pero nunca dedica altares a los mártires, sino sólo en memoria de los mártires.
¿Pues quién es el obispo, que, al celebrar la misa sobre los sepulcros de los santos, haya dicho alguna vez: «Te ofrecemos a ti, Pedro», o: «a ti, Pablo», o: «a ti, Cipriano»? La ofrenda se ofrece a Dios, que coronó a los mártires, junto a los sepulcros de aquellos a los que coronó, para que la amonestación, por estar en presencia de los santos lugares, despierte un afecto más vivo para acrecentar la caridad con aquellos a los que podemos imitar, y con aquel cuya ayuda hace posible la imitación.
Damos culto a los mártires con un culto de amor y participación, con el que veneramos, en esta vida, a los santos, cuyo corazón sabemos que está ya dispuesto al martirio como testimonio de la verdad del Evangelio. Pero a aquéllos los honramos con mucha más devoción, por la certeza de que han superado el combate, y por ello les confesamos vencedores en una vida feliz, con una alabanza más segura que aquellos que todavía luchan en esta vida.
Pero aquel culto que se llama de latría, y que consiste en el servicio debido a la divinidad, lo reservamos a solo Dios, pero no tributamos este culto a los mártires ni enseñamos que haya que tributárselo.
Ahora bien, la ofrenda forma parte de este culto de latría, y por eso se llama idolatría la ofrenda hecha a los ídolos; pero nosotros no ofrecemos nada semejante, ni tampoco mandamos que se ofrezca, en el culto a los ángeles, los santos o los mártires; y, si alguien cae en tan gran tentación, se le amonesta con la verdadera doctrina, para que se corrija o para que tenga cuidado.
Los mismos santos y los hombres se niegan a apropiarse estos honores exclusivos de Dios. Así hicieron Pablo y Bernabé, cuando los habitantes de Licaonia, después de haber visto los milagros que hicieron, quisieron ofrecerles sacrificios como a dioses; pero ellos, rasgando sus vestiduras, proclamaron y les persuadieron que no eran dioses, y, de esta forma, impidieron que les fuera ofrecidos sacrificios.
Pero una cosa es lo que enseñamos, y otra lo que soportamos; una cosa es lo que mandamos hacer, y otra lo que queremos corregir, y así, mientras vamos buscando la corrección más adecuada, tenemos que tolerar muchas cosas.
Oración
Concédenos la gracia, Señor, de glorificarte siempre por el triunfo de tus mártires, a quienes profesó devoción entrañable el papa san Dámaso. Por nuestro Señor Jesucristo.