EVOLUCIONEn esta página:
Introducción
Evolucionismo y religión, entrevista con Mariano Artigas.
Adan, Eva y el Mono Louis de Wohl -Conoze.com
Científicos derriban el mito darwiniano
Juan Pablo II a la Academia Pontificia
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Creación
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Libro: El Evolucionismo en apuros, Silvano Borruso
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Evolución
Padre Jordi Rivero, 14-XII-09
A la Iglesia corresponde afirmar que Dios lo creo todo de la nada y que todo esta bajo su providencia. Los procesos que Dios estableció en la naturaleza para llevar a cabo su obra -sea evolución u otros- es algo que le corresponde investigar a los científicos.
No es buena ciencia tratar de imponer la evolución como la única teoría científica, ni utilizar la evolución como un arma contra la creencia en Dios. Esas son tácticas que responden a una ideología nihilista que tiene gran influencia en occidente. Científicos en China han notado esa tendencia y han publicado sus objeciones sobre la teoría de Darwin. Uno de ellos, Jian Yuan Chan, ha escrito, "En China, podemos criticar a Darwin, pero no podemos criticar al gobierno. En USA pueden criticar al gobierno pero no pueden criticar a Darwin."
Innumerables científicos estiman que el universo manifiesta un diseño inteligente que no puede ser producto del azar. El mas conocido entre ellos es quizás Albert Einstein >>>. Sin embargo, muchos en la actualidad son víctimas de una verdadera persecución por parte de los ideólogos ateos que usan la ciencia como pretexto para promover su odio contra Dios. A los científicos que se atreven a cuestionar a Darwin se les acusa de ser religiosos, como si ser religioso y científico fuera incompatible.
La teoría de la evolución puede quizás ofrecer algunas pistas pero por si misma es insuficiente. "La evolución sólo puede darse si existe algo capaz de evolucionar: una evolución desde la nada es un contrasentido. Por eso, las teorías evolucionistas no pueden ser utilizadas para afirmar ni negar la creación" -Mariano Artigas, académico y autor de “Ciencia, razón y fe”.
Darwin en la página 293 de su libro "El origen de las especies", escribió que su teoría sería probada por el descubrimiento de fósiles. Pero a pesar de la cantidad de fósiles que se han descubierto, el eslabón perdido no aparece.
Hasta hoy, todos los científicos, utilizando todos los conocimientos acumulados a través de los siglos, no han podido crear de forma sintética una sustancia viva. Si algún día se lograse no será sin aplicar los mejores conocimientos de los mas eminentes y disciplinados científicos. ¿Como entonces pensar que la vida surgió y fue desarrollándose en su grandiosa diversidad y complejidad por pura casualidad? Los que crean en ese tipo de evolucionismo deben demostrarlo científicamente antes de presumir que es la única manera de explicar la creación. Pero dejan de ser científicos si pretenden crear del darwinismo un dogma y niegan la posibilidad de investigar otras posibilidades.
"Los científicos evolucionistas, que son numéricamente la mayoría (grave riesgo tener mayoría en nuestro tiempo), pueden establecer una hipótesis y una teoría sobre la evolución de las especies, hasta el hombre o más arriba (Teilhard de Chardin). Lo que no pueden hacer porque su método no lo permite es negar la creación del mundo. En sus manos hay un segmento de realidad muy estrecho y muy limitado. La teoría de la evolución es una generalización universal y necesaria según el modelo científico del siglo XIX, anterior en mentalidad, a las geometrías curvas y a la física cuántica. En esas condiciones corre el peligro cierto de hablar mucho de lo que no puede verificar y hablar muy poco de lo que sí puede verificar." -Armando Segura Nava
Evolucionismo y religión
Entrevista al académico Mariano Artigas
PAMPLONA, 28 septiembre 2004 (ZENIT).
- Mariano Artigas acaba de publicar un libro sobre el evolucionismo y su relación con la filosofía y la religión, titulado «Las fronteras del evolucionismo» (Eunsa) en el que constata que hay cuestiones que la ciencia no pude resolver.
Artigas (Zaragoza, 1938) es miembro de la Academia Internacional de Filosofía de las Ciencias de Bruselas y de la Academia Pontifica de Santo Tomás del Vaticano.
Es Doctor en Ciencias Físicas y en Filosofía y es profesor ordinario de Filosofía de la Naturaleza y de las Ciencias en la Universidad de Navarra.
La ciencia es «uno de los logros más importantes de la historia humana», afirma en esta entrevista concedida a Zenit, pero advierte ante «el imperialismo científico que pretende juzgar todo mediante la ciencia: eso ya no es ciencia, sino una filosofía mala que suele denominarse cientificismo».
--¿El título «Las fronteras del evolucionismo» indica que hay cuestiones que caen fuera de la competencia de la ciencia?
--Artigas: Le responderé con palabras de Stephen Jay Gould, uno de los evolucionistas más importantes del siglo XX. Fue durante casi toda su vida profesor de la Universidad de Harvard. Fue autor, junto con Niles Eldredge, de la teoría del «equilibrio puntuado», que figura en todos los tratados de evolución. Murió de cáncer en 2002, a los 60 años. Era agnóstico. En sus últimos años publicó dos libros sobre las relaciones entre ciencia, humanidades y religión, y sostenía que ciencia y religión son «dos magisterios que no se superponen», porque la ciencia estudia la composición y funcionamiento del mundo natural, mientras que la religión trata sobre cuestiones espirituales y morales.
Gould afirmaba que no tiene sentido buscar respuesta a las preguntas sobre el sentido de la vida en la ciencia natural.
Otro evolucionista muy conocido, Richard Dawkins, profesor de la Universidad de Oxford, es ateo y ataca a la religión, pero reconoce que el estudio de la evolución no puede proporcionar respuesta a los problemas morales.
--Es interesante su visión sobre evolución y creación: «La evolución sólo puede darse si existe algo capaz de evolucionar: una evolución desde la nada es un contrasentido. Por eso, las teorías evolucionistas no pueden ser utilizadas para afirmar ni negar la creación». ¿Puede iluminar más esta afirmación?
--Artigas: La idea cristiana de creación se refiere a que todo lo que existe depende en su ser de Dios.
En cambio, la evolución se refiere a cómo proceden unos seres de otros en el mundo creado a través de una herencia con modificación. Son dos planos diferentes.
Esto ya fue reconocido por no pocos cristianos en el siglo XIX, y hace tiempo que es generalmente aceptado por casi todos los cristianos, exceptuando algunos grupos fundamentalistas protestantes que son minoritarios en los Estados Unidos pero arman mucho ruido.
Lo que pasa es que no es fácil imaginarse cómo es la acción de Dios, porque no tenemos otros ejemplos semejantes.
--Usted no pretende criticar las teorías científicas de la evolución, pero hay algunos cristianos que lo hacen. ¿Qué opinión le merecen?
--Artigas: Que están en su derecho. Cualquiera puede criticar las teorías científicas, que se formulan públicamente y se apoyan en argumentos conocidos.
Pero esas críticas, para que sean serias, deben apoyarse en razones bien fundamentadas. Los «creacionistas científicos» norteamericanos han utilizado argumentos bastante poco convincentes, y han utilizado la Biblia como si fuera un tratado científico, extrayendo de ella doctrinas que van más allá del sentido de los libros sagrados.
--Pero, ¿qué hacemos con el Libro del Génesis?
--Artigas: Pues extraer de él las doctrinas religiosas que contiene, que son muy importantes y que son las que han sido subrayadas por la Iglesia a través de los siglos: por ejemplo, que Dios es el creador de todo lo que existe, que tiene una providencia especial con el ser humano, que en sus orígenes el ser humano se apartó de Dios, que Dios tiene planes de salvación para el género humano y los ha desarrollado a través de la historia.
Hace siglos, en Occidente la Iglesia se ocupaba de casi toda la cultura; el desarrollo de la ciencia moderna ha ayudado a dejar más claro cuál es el ámbito de las verdades religiosas y a distinguir esas verdades del revestimiento en que han sido presentadas (los seis días, la manzana, la serpiente).
--No debería haber ningún problema para combinar evolución y Dios, y, sin embargo, hay conflicto. ¿Cómo se resuelve?
--Artigas: Estudiando y evitando prejuicios. Pensando en lo que significa que Dios es causa primera del ser de todo lo que existe, y que las criaturas son causas segundas, que causan de verdad, pero dependen completamente de Dios, aunque Dios respeta las capacidades que Él mismo les ha dado.
Advirtiendo que la ciencia es uno de los logros más importantes de la historia humana, pero evitando el imperialismo científico que pretende juzgar todo mediante la ciencia: eso ya no es ciencia, sino una filosofía mala que suele denominarse cientificismo.
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Científicos derriban el mito darwiniano
Genetistas, geólogos, astrofísicos y científicos de otras disciplinas representando numerosos países se reunieron el fin de semana del 26-27 de octubre de 2002 en Roma para analizar los argumentos científicos en torno a la teoría de la evolución propuesta por Darwin.
La extraordinaria conferencia fue auspiciada por el "Centro Kolbe de estudios de la Creación". En ella se analizaron, a la luz de la ciencia actual, las afirmaciones sobre la evolución lanzadas por Carlos Darwin.
El Prof. Dominique Tassot, Presidente del Centro francés de "Estudios y Perspectivas sobre la Ciencia" declaró: "El darwinismo ha logrado demostrar las mutaciones al interior de una especie, pero para el surgimiento de nuevas especies no ha aportado ni pruebas ni hechos. Frente a esto, nuestro objetivo es el hacer comprender, sobre todo a los católicos, que aquello que la ciencia afirma no es la verdad absoluta".
De hecho, las nuevas corrientes científicas se van apartando cada vez mas del darwinismo. Según Tassot, resulta "completamente errada la actitud de algunos teólogos que se apresuran a explicar la Biblia a la luz de las últimas revelaciones científicas. Es mejor partir de la premisa de que el autor de la Biblia es también el autor de la Creación y por tanto el libro del Génesis no puede contener falsedades".
Juan Pablo II a los miembros de la Academia pontificia de ciencias reunidos en asamblea plenaria, 1996
NOTA ACLARATORIA: Como se aclara en el título de arriba, este documento no está dirigido a la Iglesia universal sino a un reducido número de hombres de ciencia que forman la Academia pontificia de ciencias. El lenguaje utilizado requiere conocimientos de la materia sin los cuales fácilmente se pueden mal interpretar, como de hecho ocurrió cuando la prensa lo dio a conocer en forma sensacionalista.
(Obsservatore Romano, 25 de octubre, 1996).
Con gran placer le dirijo un cordial saludo a usted, señor presidente, y a todos vosotros que constituis la Academia pontificia de ciencia, con ocasión de vuestra asamblea plenaria. Felicito, en particular, a los nuevos académicos, que han venido para participar por primera vez en vuestros trabajos. Quiero recordar también a los académicos fallecidos durante el año pasado, a quienes encomiendo al Señor de la vida.
1. Al celebrarse el sexagésimo aniversario de la refundación de la Academia, me complace recordar los propósitos de mi predecesor Pío XI, que quiso rodearse de un grupo elegido de sabios, esperando que informaran con toda libertad a la Santa Sede sobre el desarrollo de la investigación científica, y que así le ayudaran en sus reflexiones.
A quienes solía llamar el Senatus scientificus de la Iglesia, les pedía que sirvieran a la verdad. Es la misma invitación que os renuevo hoy, con la certeza de que podremos aprovechar la «fecundidad de un diálogo confiado entre la Iglesia y la ciencia» (cf. Discurso a la Academia de ciencias, 28 de octubre de 1986: L'Obsservatore Romano, edición en lengua española, 16 de noviembre de 1986, p. 15).
2. Me alegra el primer tema que habéis elegido, el del origen de la vida y de la evolución, tema esencial que interesa mucho a la Iglesia, puesto que la Revelación, por su parte, contiene enseñanzas relativas a la naturaleza y a los orígenes del hombre. ¿Coinciden las conclusiones a las que llegan las diversas disciplinas científicas con las que contiene el mensaje de la Revelación? Si, a primera vista, puede parecer que se encuentran oposiciones, ¿en qué dirección hay que buscar su solución? Sabemos que la verdad no puede contradecir a la verdad (Cf. León XIII, encíclica Providentissimus Deus). Por otra parte, para aclarar mejor la verdad histórica, vuestras investigaciones sobre las relaciones de la Iglesia con la ciencia entre el siglo XVI y el XVIII son de gran importancia.
Durante esta sesión plenaria, hacéis una «reflexión sobre la ciencia en el umbral del tercer milenio», comenzando por determinar los principales problemas creados por las ciencias, que influyen en el futuro de la humanidad. Mediante vuestros trabajos, vais proponiendo soluciones que serán beneficiosas pare toda la comunidad humana. Tanto en el campo de la naturaleza inanimada como en el de la animada, la evolución de la ciencia y de sus aplicaciones plantea interrogantes nuevos. La Iglesia podrá comprender mejor su alcance en la medida en que conozca sus aspectos esenciales. Así, según su misión específica, podrá brindar criterios para discernir los comportamientos morales a los que todo hombre está llamado, con vistas a su salvación integral.
3. Antes de proponernos algunas reflexiones más específicas sobre el tema del origen de la vida y la evolución, quisiera recordaros que el Magisterio de la Iglesia ya ha sido llamado a pronunciarse sobre estas materias, en el ámbito de su propia competencia. Deseo citar aquí dos intervenciones.
En su encíclica Humani generis (1950), mi predecesor Pío XII ya había afirmado que no había oposición entre la evolución y la doctrina de la fe sobre el hombre y su vocación, con tal de no perder de vista algunos puntos firmes (Cf. AAS 42 [1950], pp. 575-576).
Por mi parte, cuando recibí el 31 de octubre de 1992 a los participantes en la asamblea plenaria de vuestra Academia, tuve la ocasión, a propósito de Galileo, de atraer la atención hacia la necesidad de una hermenéutica rigurosa para la interpretación correcta de la Palabra inspirada. Conviene delimitar bien el sentido propio de la Escritura, descartando interpretaciones indebidas que le hacen decir lo que no tiene intención de decir. Para delimitar bien el campo de su objeto propio, el exegeta y el teólogo deben mantenerse informados acerca de los resultados a los que llegan las ciencias de la naturaleza (Cf. MS 85 [1993], pp. 764.772; Discurso a la Pontificia Comisión Bíblica, 23 de abril de 1993, anunciando el documento sobre La interpretación de la Biblia en la Iglesia: AAS 86 [1994], pp. 232-243).
4. Teniendo en cuenta el estado de las investigaciones científicas de esa época y también las exigencias propias de la teología, la encíclica Humani generis consideraba la doctrina del «evolucionismo » como una hipótesis seria, digna de una investigación y de una reflexión profundas, al igual que la hipótesis opuesta. Pío XII añadía dos condiciones de orden metodológico: que no se adoptara esta opinión como si se tratara una doctrina cierta y demostrada, y como si se pudiera hacer totalmente abstracción de la Revelación a propósito de las cuestiones que esa doctrina plantea. Enunciaba igualmente la condición necesaria para que esa opinión fuera compatible con la fe cristiana; sobre este aspecto volveré más adelante.
Hoy, casi medio siglo después de la publicación de la encíclica, nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis. En efecto, es notable que esta teoría se haya impuesto paulatinamente al espíritu de los investigadores, a causa de una serie de descubrimientos hechos en diversas disciplinas del saber. La convergencia, de ningún modo buscada o provocada, de los resultados de trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento significativo en favor de esta teoría.
¿Cuál es el alcance de dicha teoría? Abordar esta cuestión significa entrar en el campo de la epistemología. Una teoría es una elaboración metacientífica, diferente de los resultados de la observación, pero que es homogénea con ellos. Gracias a ella, una serie de datos y de hechos independientes entre si pueden relacionarse e interpretarse en una explicación unitaria. La teoría prueba su validez en la medida en que puede verificarse; se mide constantemente por el nivel de los hechos; cuando carece de ellos, manifiesta sus límites y su inadaptación. Entonces, es necesario reformularla.
Además, la elaboración de una teoría como la de la evolución, que obedece a la exigencia de homogeneidad con los datos de la observación, toma ciertas nociones de la filosofía de la naturaleza.
Y, al decir verdad, más que de la teoría de la evolución, conviene hablar de las teorías de la evolución. Esta Pluralidad afecta, por una parte, a la diversidad de las explicaciones que se han pro-
puesto con respecto al mecanismo de la evolución, y, por otra, a las diversas filosofías a las que se refiere. Existen también lecturas materialistas y reduccionistas, al igual que lecturas espiritualistas. Aquí el juicio compete propiamente a la filosofía y, luego, a la teología.
5. El Magisterio de la Iglesia está interesado directamente en la cuestión de la evolución, porque influye en la concepción del hombre, acerca la cual la Revelación nos enseña que fue creado a imagen y semejanza de Dios (Cf. Gn 1, 28-29). La constitución conciliar Gaudium et spes ha expuesto magníficamente esta doctrina, que es uno de los ejes del pensamiento cristiano. Ha re- cordado que el hombre es « la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (n. 24). En otras palabras, el hombre no debería subordinarse, como simple medio o mero instrumento, ni a la especie ni a la sociedad; tiene valor por sí mismo. Es una persona. Por su inteligencia y su voluntad, es capaz de entrar en relación de comunión, de solidaridad y de entrega de sí con sus semejantes. Santo Tomás observa que la semejanza del hombre con Dios reside especialmente en su inteligencia especulativa, porque su relación con el objeto de su conocimiento se asemeja a la relación que Dios tiene con su obra (Cf. Summa Theol., I-II, q.3, a. 5, ad 1).
Pero, más aún, el hombre está llamado a entrar en una relación de conocimiento y de amor con Dios mismo, relación que encontrará su plena realización más allá del tiempo, en la eternidad. En el misterio de Cristo resucitado se nos ha revelado toda la profundidad y toda la grandeza de esta vocación (Cf. Gaudium et spes, 22).
En virtud de su alma espiritual toda la persona, incluyendo su cuerpo, posee esa dignidad. Pío XII había destacado este punto esencial: el cuerpo humano tiene su origen en la materia viva que existe antes que él, pero el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios («animas enim a Deo immediate creari catholica fides nos retinere iubet»: encíclica Humani generis ; AAS 42 [1950], p. 575).
En consecuencia, las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Por otra parte, esa teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona.
6. Así pues, refiriéndonos al hombre, podríamos decir que nos encontramos ante una diferencia de orden ontológico, ante un salto ontológico. Pero, plantear esta discontinuidad ontológica, ¿no significa afrontar la continuidad física, que parece ser el hilo conductor de las investigaciones sobre la evolución, y esto en el plano de la física y la química? La consideración del método utilizado en los diversos campos del saber permite poner de acuerdo dos puntos de vista, que parecerían irreconciliables. Las ciencias de la observación describen y miden cada vez con mayor precisión las múltiples manifestaciones de la vida y las inscriben en la línea del tiempo. El momento del paso a lo espiritual no es objeto de una observación de este tipo que, sin embargo, a nivel experimental, puede descubrir una serie de signos muy valiosos del carácter específico del ser humano. Pero la experiencia del saber metafísico, la de la conciencia de sí y de su índole reflexiva, la de la conciencia moral, la de la libertad o, incluso, la experiencia estética y religiosa, competen al análisis y de la reflexión filosóficas, mientras que la teología deduce el sentido último según los designios del Creador.
7. Para concluir quisiera recordar una verdad evangélica capaz de irradiar una luz superior sobre el horizonte de vuestras investigaciones acerca de los orígenes y el desarrollo de la materia viva. En efecto, la Biblia es portadora de un extraordinario mensaje de vida. Dado que caracteriza las formas más elevadas de la existencia, nos de una visión sabia de la vida. Esta visión me ha guiado en la encíclica que he dedicado al respeto de la vida humana y que, precisamente, he titulado Evangelium vítae.
Es significativo que, en el evangelio de san Juan, la vida designa la luz divina que Cristo nos comunica. Estamos llamados a entrar en la vida eterna, es decir, en la eternidad de la felicidad divina.
Para ponemos en guardia contra las tentaciones más grandes que nos acechan, nuestro Señor cita ras importantes palabras del Deuteronomio: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8: 3; Cf., Mt 4: 4).
Por otra parte, la vida es uno de los más hermosos títulos que la Biblia ha reconocido a Dios. Él es el Dios vivo.
De todo corazón invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre todos vosotros y vuestros seres queridos.
Vaticano, 22 de octubre de 1996
Joannes Paulus II