CONTINUACION

CAPÍTULO V

SERVIR AL EVANGELIO DE LA ESPERANZA

« Conozco tu conducta: tu caridad, tu fe,

tu espíritu de servicio, tu paciencia »
(Ap 21, 2)
 

La vía del amor
 

83. La palabra que el Espíritu dice a las Iglesias contiene un juicio sobre su vida. Éste se refiere a hechos y comportamientos. « Conozco tu conducta » es la introducción que, como un estribillo y con pocas variantes, aparece en las cartas dirigidas a las siete Iglesias. Cuando las obras resultan positivas, son fruto de la laboriosidad y la constancia, del saber resistir las dificultades, la tribulación y la pobreza; lo son también de la fidelidad en las persecuciones, de la caridad, la fe y el servicio. En este sentido, pueden ser entendidas como la descripción de una Iglesia que, además de anunciar y celebrar la salvación que le viene del Señor, la "vive" en lo concreto.
 

Para servir al Evangelio de la esperanza, la Iglesia que vive en Europa está llamada también a seguir el camino del amor. Es un camino que pasa a través de la caridad evangelizadora, el esfuerzo multiforme en el servicio y la opción por una generosidad sin pausas ni límites.
 

I. El servicio de la caridad
 

En la comunión y en la solidaridad
 

84. Para todo ser humano, la caridad que se recibe y se da es la experiencia originaria de la cual nace la esperanza. « El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente ».140
 

El reto para la Iglesia en la Europa de hoy consiste, por tanto, en ayudar al hombre contemporáneo a experimentar el amor de Dios Padre y de Cristo en el Espíritu Santo, mediante el testimonio de la caridad, que tiene en sí misma una intrínseca fuerza evangelizadora.
 

En esto consiste en definitiva el « Evangelio », la buena noticia para todos los hombres: « Dios nos ha amado primero » (cf. 1 Jn 4, 10.19); Jesús nos ha amado hasta el final (cf. Jn 13, 1). Gracias al don del Espíritu, se ofrece a los creyentes la caridad de Dios, haciéndoles partícipes de su misma capacidad de amar: la caridad apremia en el corazón de cada discípulo y de toda la Iglesia (cf. 2 Co 5, 14). Precisamente porque se recibe de Dios, la caridad se convierte en mandamiento para el hombre (cf. Jn 13, 34).
 

Vivir en la caridad es, pues, un gozoso anuncio para todos, haciendo visible el amor de Dios, que no abandona a nadie. En definitiva, significa dar al hombre desorientado razones verdaderas para seguir esperando.
 

85. Es vocación de la Iglesia, como « signo creíble, aunque siempre inadecuado del amor vivido, hacer que los hombres y mujeres se encuentren con el amor de Dios y de Cristo, que viene a su encuentro ».141 La Iglesia, « signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano »,142 da testimonio del amor cuando las personas, las familias y las comunidades viven intensamente el Evangelio de la caridad. En otras palabras, nuestras comunidades eclesiales están llamadas a ser verdaderas escuelas prácticas de comunión.
 

Por su propia naturaleza, el testimonio de la caridad ha de extenderse más allá de los confines de la comunidad eclesial, para llegar a cada ser humano, de modo que el amor por todos los hombres fomente auténtica solidaridad en toda la vida social. Cuando la Iglesia sirve a la caridad, hace crecer al mismo tiempo la « cultura de la solidaridad », contribuyendo así a dar nueva vida a los valores universales de la convivencia humana.
 

En esta perspectiva es menester revalorizar el sentido auténtico del voluntariado cristiano. Naciendo de la fe y siendo alimentado continuamente por ella, debe saber conjugar capacidad profesional y amor auténtico, impulsando a quienes lo practican a « elevar los sentimientos de simple filantropía a la altura de la caridad de Cristo; a reconquistar cada día, entre fatigas y cansancios, la conciencia de la dignidad de cada hombre; a salir al encuentro de las necesidades de las personas iniciando -si es preciso- nuevos caminos allí donde más urgentes son las necesidades y más escasas las atenciones y el apoyo ».143
 

II. Servir al hombre en la sociedad
 

Dar esperanza a los pobres
 

86. Se pide a toda la Iglesia que dé nueva esperanza a los pobres. Para ella, acogerlos y servirlos significa acoger y servir a Cristo (cf. Mt 25, 40). El amor preferencial a los pobres es una dimensión necesaria del ser cristiano y del servicio al Evangelio. Amarlos y mostrarles que son los predilectos de Dios, significa reconocer que las personas valen por sí mismas, cualesquiera que sean sus condiciones económicas, culturales o sociales en que se encuentren, ayudándolas a valorar sus propias capacidades.
 

87. Es preciso también dejarse interpelar por el fenómeno del desempleo, que es una grave plaga social en muchas naciones de Europa. A esto se añaden, además, los problemas relacionados con los crecientes flujos migratorios. Se pide a la Iglesia hacer presente que el trabajo es un bien del cual toda la sociedad debe hacerse cargo.
 

Reiterando los criterios éticos que han de regir el mercado y la economía, respetando escrupulosamente el puesto central del hombre, la Iglesia no dejará de intentar el diálogo con las personas responsables, tanto en el ámbito político, como sindical y empresarial.144 Este diálogo debe orientarse a la edificación de una Europa entendida como comunidad de gentes y pueblos, comunidad solidaria en la esperanza, no sometida exclusivamente a las leyes del mercado, sino decididamente preocupada por salvaguardar también la dignidad del hombre en las relaciones económicas y sociales.
 

88. Se ha de promover también convenientemente la pastoral de los enfermos. Teniendo en cuenta que la enfermedad es una situación que plantea cuestiones esenciales sobre el sentido de la vida, el cuidado de los enfermos ha de ser una de las prioridades « en una sociedad de la prosperidad y la eficiencia, en una cultura caracterizada por la idolatría del cuerpo, por la supresión del sufrimiento y el dolor y por el mito de la eterna juventud ».145 Para ello se ha de promover, por un lado, una adecuada presencia pastoral en los diversos lugares del dolor, por ejemplo, mediante la dedicación de los capellanes de hospitales, los miembros de asociaciones de voluntariado, las instituciones sanitarias eclesiásticas, y, por otro, el apoyo a las familias de los enfermos. Hará falta además estar al lado del personal médico y auxiliar con medios pastorales adecuados, para apoyarlo en su delicada vocación al servicio de los enfermos. En efecto, los agentes sanitarios prestan cada día en su actividad un noble servicio a la vida. A ellos se les pide que den también a los pacientes una ayuda espiritual especial, que supone el calor de un autentico contacto humano.
 

89. Finalmente, no se ha de olvidar que a veces se hace un uso indebido de los bienes de la tierra. En efecto, al descuidar su misión de cultivar y cuidar la tierra con sabiduría y amor (cf. Gn 2, 15), el hombre ha devastado en muchas zonas bosques y llanuras, contaminado las aguas, hecho irrespirable el aire, alterado los sistemas hidrogeológicos y atmosféricos y desertificado grandes superficies.
 

También en este caso, servir al Evangelio de la esperanza quiere decir empeñarse de un modo nuevo en un correcto uso de los bienes de la tierra,146 llamando la atención para que, además de tutelar los ambientes naturales, se defienda la calidad de la vida de las personas y se prepare a las generaciones futuras un entorno más conforme con el proyecto del Creador.


La verdad sobre el matrimonio y la familia
 

90. La Iglesia en Europa, en todos sus estamentos, ha de proponer con fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia.147 Es una necesidad que siente de manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por la misión evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se plantea con especial urgencia. En efecto, son muchos los factores culturales, sociales y políticos que contribuyen a provocar una crisis cada vez más evidente de la familia. Comprometen en buena medida la verdad y dignidad de la persona humana y ponen en tela de juicio, desvirtuándola, la idea misma de familia. El valor de la indisolubilidad matrimonial se tergiversa cada vez más; se reclaman formas de reconocimiento legal de las convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio legítimo; no faltan proyectos para aceptar modelos de pareja en los que la diferencia sexual no se considera esencial.
 

En este contexto, se pide a la Iglesia que anuncie con renovado vigor lo que el Evangelio dice sobre el matrimonio y la familia, para comprender su sentido y su valor en el designio salvador de Dios. En particular, es preciso reafirmar dichas instituciones como provienentes de la voluntad de Dios. Hay que descubrir la verdad de la familia como íntima comunión de vida y amor,148 abierta a la procreación de nuevas personas, así como su dignidad de « iglesia doméstica » y su participación en la misión de la Iglesia y en la vida de la sociedad.
 

91. Según los Padres sinodales, se ha de reconocer que muchas familias, en la existencia cotidiana vivida en el amor, son testigos visibles de la presencia de Jesús, que las acompaña y sustenta con el don de su Espíritu. Para apoyarlas en este camino, se debe profundizar la teología y la espiritualidad del matrimonio y de la familia; proclamar con firmeza e integridad, manifestándolo con ejemplos convincentes, la verdad y la belleza de la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, entendido como unión estable y abierta al don de la vida; promover en todas las comunidades eclesiales una adecuada y orgánica pastoral familiar. Asimismo, hay que ofrecer con solicitud materna por parte de la Iglesia una ayuda a los que se encuentran en situaciones difíciles, como por ejemplo, las madres solteras, personas separadas, divorciadas o hijos abandonados. En todo caso, conviene suscitar, acompañar y sostener el justo protagonismo de las familias, individualmente o asociadas, en la Iglesia y en la sociedad, y esforzarse para que los Estados y la Unión Europea misma promuevan auténticas y adecuadas políticas familiares.149
 

92. Se ha de prestar una atención particular a que los jóvenes y los novios reciban una educación al amor, mediante programas específicos de preparación al sacramento del Matrimonio, que les ayuden a llegar a su celebración viviendo en castidad. En su labor educativa, la Iglesia mostrará su solicitud acompañando a los recién casados después de la celebración del matrimonio.
 

93. Finalmente, la Iglesia ha de acercarse también, con bondad materna, a las situaciones matrimoniales en las que fácilmente puede decaer la esperanza. En particular, « ante tantas familias rotas, la Iglesia no se siente llamada a expresar un juicio severo e indiferente, sino más bien a iluminar los diversos dramas humanos con la luz de la palabra de Dios, acompañada por el testimonio de su misericordia. Con este espíritu, la pastoral familiar trata de aliviar también las situaciones de los creyentes que se han divorciado y vuelto a casar civilmente. No están excluidos de la comunidad; al contrario, están invitados a participar en su vida, recorriendo un camino de crecimiento en el espíritu de las exigencias evangélicas. La Iglesia, sin ocultarles la verdad del desorden moral objetivo en el que se hallan y de las consecuencias que derivan de él para la práctica sacramental, quiere mostrarles toda su cercanía materna ».150
 

94. Si para servir al Evangelio de la esperanza es necesario prestar una atención adecuada y prioritaria a la familia, es igualmente indudable que las familias mismas tienen que realizar una tarea insustituible respecto al Evangelio de la esperanza. Por eso, con confianza y afecto a todas las familias cristianas que viven en Europa, les renuevo la invitación: « ¡Familias, sed lo que sois! ». Vosotras sois la representación viva de la caridad de Dios: en efecto, tenéis la « misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa ».151
 

Sois el « santuario de la vida [...]: el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano ».152
 

Sois el fundamento de la sociedad, en cuanto lugar primordial de la « humanización » de la persona y de la convivencia civil,153 modelo para instaurar relaciones sociales vividas en el amor y la solidaridad.
 

¡Sed vosotras mismas testimonio creíble del Evangelio de la esperanza! Porque sois « gaudium et spes ».154
 

Servir al Evangelio de la vida
 

95. El envejecimiento y la disminución de la población que se advierte en muchos Países de Europa es motivo de preocupación; en efecto, la disminución de los nacimientos es síntoma de escasa serenidad ante el propio futuro; manifiesta claramente una falta de esperanza y es signo de la « cultura de la muerte » que invade la sociedad actual.155
 

Junto con la disminución de la natalidad, se han de recordar otros signos que contribuyen a delinear el eclipse del valor de la vida y a desencadenar una especie de conspiración contra ella. Entre ellos se ha de mencionar con tristeza, ante todo, la difusión del aborto, recurriendo incluso a productos químico-farmacéuticos que permiten efectuarlo sin tener que acudir al médico y eludir cualquier forma de responsabilidad social; ello es favorecido por la existencia en muchos Estados del Continente de legislaciones permisivas de un acto que es siempre un « crimen nefando »156 y un grave desorden moral. Tampoco se pueden olvidar los atentados perpetrados por la « intervención sobre los embriones humanos que, aun buscando fines en sí mismos legítimos, comportan inevitablemente su destrucción », o mediante el uso incorrecto de técnicas diagnósticas prenatales puestas al servicio no de terapias a veces posibles sino « de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo ».157
 

Se ha de citar también la tendencia, detectada en algunas partes de Europa, a creer que se puede permitir poner conscientemente punto final a la propia vida o a la de otro ser humano: de aquí la difusión de la eutanasia, encubierta o abiertamente practicada, para la cual no faltan peticiones y tristes ejemplos de legalización.
 

96. Ante este estado de cosas, es necesario « servir al Evangelio de la vida » incluso mediante una « movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida ».158 Éste es un gran reto que se debe afrontar con responsabilidad, convencidos de que « el futuro de la civilización europea depende en gran parte de la decidida defensa y promoción de los valores de la vida, núcleo de su patrimonio cultural »; 159 se trata, pues, de devolver a Europa su verdadera dignidad, que consiste en ser un lugar donde cada persona ve afirmada su incomparable dignidad.
 

Hago mías, pues, estas palabras de los Padres sinodales: « El Sínodo de los Obispos europeos anima a las comunidades cristianas a ser evangelizadoras de la vida. Anima a los matrimonios y familias cristianas a ayudarse mutuamente a ser fieles a su misión de colaboradores de Dios en la procreación y educación de nuevas criaturas;
 

aprecia todo intento de reaccionar al egoísmo en el ámbito de la transmisión de la vida, fomentado por falsos modelos de seguridad y felicidad; pide a los Estados y a la Unión Europea que actúen políticas clarividentes que promuevan las condiciones concretas de vivienda, trabajo y servicios sociales, idóneas para favorecer la constitución de la familia, la realización de la vocación a la maternidad y a la paternidad, y, además, aseguren a la Europa de hoy el recurso más precioso: los europeos del mañana ».160
 

Construir una ciudad digna del hombre
 

97. La caridad diligente nos apremia a anticipar el Reino futuro. Por eso mismo colabora en la promoción de los auténticos valores que son la base de una civilización digna del hombre. En efecto, como recuerda el Concilio Vaticano II, « los cristianos, en su peregrinación hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba; esto no disminuye nada, sino que más bien aumenta, la importancia de su tarea de trabajar juntamente con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano ».161 La espera de los cielos nuevos y de la tierra nueva, en vez de alejarnos de la historia, intensifica la solicitud por la realidad presente, donde ya ahora crece una novedad, que es germen y figura del mundo que vendrá.
 

Animados por estas certezas de fe, esforcémonos en construir una ciudad digna del hombre. Aunque no sea posible establecer en la historia un orden social perfecto, sabemos sin embargo que cada esfuerzo sincero por construir un mundo mejor cuenta con la bendición de Dios, y que cada semilla de justicia y amor plantado en el tiempo presente florece para la eternidad.
 

98. La Doctrina Social de la Iglesia tiene una función inspiradora en la construcción de una ciudad digna del hombre. En efecto, con ella la Iglesia plantea al Continente europeo la cuestión de la calidad moral de su civilización. Tiene origen, por una parte, en el encuentro del mensaje bíblico con la razón y, por otra, con los problemas y las situaciones que afectan a la vida del hombre y la sociedad. Con el conjunto de los principios que ofrece, dicha doctrina contribuye a poner bases sólidas para una convivencia en la justicia, la verdad, la libertad y la solidaridad. Orientada a defender y promover la dignidad de la persona, fundamento no sólo de la vida económica y política, sino también de la justicia social y de la paz, se muestra capaz de dar soporte a los pilares maestros del futuro del Continente.162 En esta misma doctrina se encuentran las bases para poder defender la estructura moral de la libertad, de manera que se proteja la cultura y la sociedad europea tanto de la utopía totalitaria de una « justicia sin libertad », como de una « libertad sin verdad », que comporta un falso concepto de « tolerancia », precursoras ambas de errores y horrores para la humanidad, como muestra tristemente la historia reciente de Europa misma.163
 

99. La Doctrina Social de la Iglesia, por su relación intrínseca con la dignidad de la persona, está formulada para ser entendida también por los que no pertenecen a la comunidad de los creyentes. Es urgente, pues, difundir su conocimiento y estudio, superando la ignorancia que se tiene de ella incluso entre los cristianos. Lo exige la nueva Europa en vías de construcción, necesitada de personas educadas según estos valores y dispuestas a trabajar con ahínco en la realización del bien común. Es necesaria la presencia de laicos cristianos que, en las diversas responsabilidades de la vida civil, de la economía, la cultura, la salud, la educación y la política, trabajen para infundir en ellas los valores del Reino.164

Hacia una cultura de la acogida
 

100. Entre los retos que tiene hoy el servicio al Evangelio de la esperanza se debe incluir el creciente fenómeno de la inmigración, que llama en causa la capacidad de la Iglesia para acoger a toda persona, cualquiera que sea su pueblo o nación de pertenencia. Estimula también a toda la sociedad europea y sus instituciones a buscar un orden justo y modos de convivencia respetuosos de todos y de la legalidad, en un proceso de posible integración.
 

Teniendo en cuenta el estado de miseria, de subdesarrollo o también de insuficiente libertad, que por desgracia caracteriza aún a diversos Países y son algunas de las causas que impulsan a muchos a dejar su propia tierra, es preciso un compromiso valiente por parte de todos para realizar un orden económico internacional más justo, capaz de promover el auténtico desarrollo de todos los pueblos y de todos los Países.

101. Ante el fenómeno de la inmigración, se plantea en Europa la cuestión de su capacidad para encontrar formas de acogida y hospitalidad inteligentes. Lo exige la visión « universal » del bien común: hace falta ampliar las perspectivas hasta abarcar las exigencias de toda la familia humana. El fenómeno mismo de la globalización reclama apertura y participación, si no quiere ser origen de exclusión y marginación sino más bien de participación solidaria de todos en la producción e intercambio de bienes.

Todos han de colaborar en el crecimiento de una cultura madura de la acogida que, teniendo en cuenta la igual dignidad de cada persona y la obligada solidaridad con los más débiles, exige que se reconozca a todo migrante los derechos fundamentales. A las autoridades públicas corresponde la responsabilidad de ejercer el control de los flujos migratorios considerando las exigencias del bien común. La acogida debe realizarse siempre respetando las leyes y, por tanto, armonizarse, cuando fuere necesario, con la firme represión de los abusos.

102. También es necesario tratar de individuar posibles formas de auténtica integración de los inmigrados acogidos legítimamente en el tejido social y cultural de las diversas naciones europeas.

Esto exige que no se ceda a la indiferencia sobre los valores humanos universales y que se salvaguarde el propio patrimonio cultural de cada nación. Una convivencia pacífica y un intercambio de la propia riqueza interior harán posible la edificación de una Europa que sepa ser casa común, en la que cada uno sea acogido, nadie se vea discriminado y todos sean tratados, y vivan responsablemente, como miembros de una sola gran familia.

103. Por su parte, la Iglesia está llamada a « continuar su actividad, creando y mejorando cada vez más sus servicios de acogida y su atención pastoral con los inmigrados y refugiados »,165 para que se respeten su dignidad y libertad, y se favorezca su integración.

En particular, no se debe olvidar una atención pastoral específica a la integración de los inmigrantes católicos, respetando su cultura y la peculiaridad de su tradición religiosa. Para ello se han de favorecer contactos entre las Iglesias de origen de los inmigrados y las que los acogen, con el fin de estudiar formas de ayuda que pueden prever también la presencia entre los inmigrados de presbíteros, consagrados y agentes de pastoral, adecuadamente formados, procedentes de sus países.

El servicio al Evangelio exige, además, que la Iglesia, defendiendo la causa de los oprimidos y excluidos, pida a las autoridades políticas de los diversos Estados y a los responsables de las Instituciones europeas que reconozcan la condición de refugiados a los que huyen del propio país de origen por estar en peligro su vida, y favorezcan el retorno a su patria; y que se creen, además, la condiciones necesarias para que se respete la dignidad de todos los inmigrados y se defiendan sus derechos fundamentales.166

III. ¡Optemos por la caridad!

104. La llamada a vivir la caridad activa, dirigida por los Padres sinodales a todos los cristianos del Continente europeo,167 es una síntesis lograda de un auténtico servicio al Evangelio de la esperanza. Ahora te la propongo a ti, Iglesia de Cristo que vives en Europa. Que las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias de los europeos de hoy, sobre todo de los pobres y de los que sufren, sean tus alegrías y esperanzas, tus tristezas y angustias, y que nada de lo genuinamente humano deje de tener eco en tu corazón. Observa a Europa y su rumbo con la simpatía de quien aprecia todo elemento positivo, pero que, al mismo tiempo, no cierra los ojos ante lo que es incoherente con el Evangelio y lo denuncia con energía.

105. Iglesia en Europa, acoge cotidianamente con renovado frescor el don de la caridad que Dios te ofrece y de la que te hace capaz. Aprende el contenido y la dimensión del amor. Que seas la Iglesia de las bienaventuranzas, siempre en conformidad con Cristo (cf. Mt 5, 1-12).

Que, libre de obstáculos y dependencias, seas pobre y amiga de los más pobres, acogedora de cada persona y atenta a toda forma, antigua o nueva, de pobreza.

Purificada constantemente por la bondad del Padre, reconoce en la actitud de Jesús, que ha defendido siempre la verdad mostrándose al mismo tiempo misericordioso con los pecadores, la norma suprema de tu actividad.

En Jesús, en cuyo nacimiento se anunció la paz (cf. Lc 2, 14); en Él, que con su muerte ha abatido toda enemistad (cf. Ef 2, 14) y nos ha dado la paz verdadera (cf. Jn 14, 27), hazte artífice de paz, invitando a tus hijos a que dejen purificar su corazón de cualquier hostilidad, egoísmo y partidismo, favoreciendo en toda circunstancia el diálogo y el respeto recíproco.

En Jesús, justicia de Dios, nunca te canses de denunciar toda forma de injusticia. Viviendo en el mundo con los valores del Reino venidero, serás Iglesia de la caridad, darás tu contribución indispensable para edificar en Europa una civilización cada vez más digna del hombre.
 

CAPÍTULO VI

EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA PARA UNA NUEVA EUROPA

« Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo » (Ap 21, 2)
 

El Resucitado está siempre con nosotros
 

106. El Evangelio de la esperanza que resuena en el Apocalipsis abre el corazón a la contemplación de la novedad realizada por Dios: « Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva – porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya » (Ap 21, 1). Dios mismo la proclama con una palabra que explica la visión apenas descrita: « Mira que hago un mundo nuevo » (Ap 21, 5).

La novedad de Dios – plenamente comprensible sobre el fondo de las cosas viejas, llenas de lágrimas, luto, lamentos, preocupación y muerte (cf. Ap 21, 4) – consiste en salir de la condición de pecado y sus consecuencias en que se encuentra la humanidad; es el nuevo cielo y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, en contraposición a un cielo y una tierra viejos, a un orden de cosas anticuado y a una Jerusalén decrépita, atormentada por sus rivalidades.

Para la construcción de la ciudad del hombre no es indiferente la imagen de la nueva Jerusalén que baja « del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo » (Ap 21, 2), y que se refiere directamente al misterio de la Iglesia. Es una imagen que habla de una realidad escatológica: va más allá de todo lo que el hombre puede hacer; es un don de Dios que se cumplirá en los últimos tiempos. Pero no es una utopía: es una realidad ya presente. Lo indica el verbo en presente usado por Dios –« Mira que hago un mundo nuevo » (Ap 21, 5)–, el cual precisa aun: « Hecho está » (Ap 21, 6). En efecto, Dios ya está actuando para renovar el mundo; la Pascua de Jesús es ya la novedad de Dios. Ella hace nacer la Iglesia, anima su existencia y renueva y transforma la historia.

107. Esta novedad empieza a tomar forma ante todo en la comunidad cristiana, que ya ahora « es la morada de Dios con los hombres » (Ap 21, 3), en cuyo seno Dios ya actúa, renovando la vida de los que se someten al soplo del Espíritu. Para el mundo la Iglesia es signo e instrumento del Reino que se hace presente ante todo en los corazones. Un reflejo de esta misma novedad se manifiesta también en cada forma de convivencia humana animada por el Evangelio. Se trata de una novedad que interpela a la sociedad en cada momento de la historia y en cada lugar de la tierra, y particularmente a la sociedad europea, que desde hace tantos siglos escucha el Evangelio del Reino inaugurado por Jesús.

I. La vocación espiritual de Europa
 

Europa promotora de los valores universales
 

108. La historia del Continente europeo se caracteriza por el influjo vivificante del Evangelio. « Si dirigimos la mirada a los siglos pasados, no podemos por menos de dar gracias al Señor porque el Cristianismo ha sido en nuestro Continente un factor primario de unidad entre los pueblos y las culturas, y de promoción integral del hombre y de sus derechos ».168

No se puede dudar de que la fe cristiana es parte, de manera radical y determinante, de los fundamentos de la cultura europea. En efecto, el cristianismo ha dado forma a Europa, acuñando en ella algunos valores fundamentales. La modernidad europea misma, que ha dado al mundo el ideal democrático y los derechos humanos, toma los propios valores de su herencia cristiana. Más que como lugar geográfico, se la puede considerar como « un concepto predominantemente cultural e histórico, que caracteriza una realidad nacida como Continente gracias también a la fuerza aglutinante del cristianismo, que ha sabido integrar a pueblos y culturas diferentes, y que está íntimamente vinculado a toda la cultura europea ».169

La Europa de hoy, en cambio, en el momento mismo en que refuerza y amplía su propia unión económica y política, parece sufrir una profunda crisis de valores. Aunque dispone de mayores medios, da la impresión de carecer de impulso para construir un proyecto común y dar nuevamente razones de esperanza a sus ciudadanos.

El nuevo rostro de Europa

109. En el proceso de transformación que está viviendo, Europa está llamada, ante todo, a reencontrar su verdadera identidad. En efecto, aunque se haya formado como una realidad muy diversificada, ha de construir un modelo nuevo de unidad en la diversidad, comunidad de naciones reconciliada, abierta a los otros continentes e implicada en el proceso actual de globalización.

Para dar nuevo impulso a la propia historia, tiene que « reconocer y recuperar con fidelidad creativa los valores fundamentales que el cristianismo ha contribuido de manera determinante a adquirir y que pueden sintetizarse en la afirmación de la dignidad trascendente de la persona humana, del valor de la razón, de la libertad, de la democracia, del Estado de Derecho y de la distinción entre política y religión ».170

110. La Unión Europea sigue ampliándose. En ella están llamados a participar a corto o largo plazo todos los pueblos que comparten su misma herencia fundamental. Es de esperar que dicha expansión se haga de manera respetuosa con todos, valorando sus peculiaridades históricas y culturales, sus identidades nacionales y la riqueza de las aportaciones que vengan de los nuevos miembros, poniendo en práctica más consistentemente los principios de subsidiariedad y solidaridad.171 En el proceso de integración del Continente, es de importancia capital tener en cuenta que la unión no tendrá solidez si queda reducida sólo a la dimensión geográfica y económica, pues ha de consistir ante todo en una concordia sobre los valores, que se exprese en el derecho y en la vida.

Promover la solidaridad y la paz en el mundo

111. Decir "Europa" debe querer decir "apertura". Lo exige su propia historia, a pesar de no estar exenta de experiencias y signos opuestos: « En realidad, Europa no es un territorio cerrado o aislado; se ha construido yendo, más allá de los mares, al encuentro de otros pueblos, otras culturas y otras civilizaciones ».172 Por eso debe ser un Continente abierto y acogedor, que siga realizando en la actual globalización no sólo formas de cooperación económica, sino también social y cultural.

Hay una exigencia a la cual el Continente debe responder positivamente para que su rostro sea verdaderamente nuevo: « Europa no puede encerrarse en sí misma. No puede ni debe desinteresarse del resto del mundo; por el contrario, debe ser plenamente consciente de que otros países y otros continentes esperan de ella iniciativas audaces, para ofrecer a los pueblos más pobres los medios para su desarrollo y su organización social, y para construir un mundo más justo y más fraterno ».173 Para realizar adecuadamente esto será necesario « una reorientación de la cooperación internacional, con vistas a una nueva cultura de la solidaridad. Pensada como germen de paz, la cooperación no puede reducirse a la ayuda y a la asistencia, menos aún buscando las ventajas del rendimiento de los recursos puestos a disposición. Por el contrario, la cooperación debe expresar un compromiso concreto y tangible de solidaridad, de modo que convierta a los pobres en protagonistas de su desarrollo y permita al mayor número posible de personas fomentar, dentro de las circunstancias económicas y políticas concretas en las que viven, la creatividad propia del ser humano, de la que depende también la riqueza de las naciones ».174

112. Además, Europa debe convertirse en parte activa en la promoción y realización de una globalización "en la" solidaridad. A ésta, como una condición, se debe añadir una especie de globalización "de la" solidaridad y de sus correspondientes valores de equidad, justicia y libertad, con la firme convicción de que el mercado tiene que ser « controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad ».175

La Europa que nos ha legado la historia ha experimentado, sobre todo en el último siglo, la imposición de ideologías totalitarias y de nacionalismos exasperados que, ofuscando la esperanza de los hombres y los pueblos del Continente, han alimentado conflictos dentro de las naciones y entre las naciones mismas, hasta llegar a la tragedia inmensa de las dos guerras mundiales.176 Las beligerancias étnicas más recientes, que han ensangrentado de nuevo el Continente europeo, han mostrado también a todos lo frágil que es la paz, la necesidad de un compromiso activo por parte de todos y que sólo puede garantizarse abriendo nuevas perspectivas de contactos, de perdón y reconciliación entre las personas, los pueblos y las naciones.

Ante este estado de cosas, Europa, con todos sus habitantes, ha de comprometerse incansablemente a construir la paz dentro de sus fronteras y en el mundo entero. A este respeto, se debe recordar, « de una parte, que las diferencias nacionales han de ser mantenidas y cultivadas como fundamento de la solidaridad europea y, de otra, que la propia identidad nacional no se realiza si no es en apertura con los demás pueblos y por la solidaridad con ellos ».177

II. La construcción europea

El papel de las Instituciones europeas

113. En el proceso de diseñar el nuevo rostro del Continente, en muchos aspectos resulta determinante el papel de las instituciones internacionales, vinculadas y operativas principalmente en territorio europeo, que han contribuido a marcar el curso de la historia sin embarcarse en operaciones de carácter militar. A este propósito deseo mencionar ante todo la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, que se ocupa de mantener la paz y la estabilidad, inclusive a través de la protección y promoción de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, y se ocupa también de la cooperación económica y ambiental.

Está luego el Consejo de Europa, del que forman parte los Estados que han suscrito la Convención Europea para la salvaguardia de los derechos humanos fundamentales de 1950 y la Carta social de 1961. Anexa a éste se encuentra el Tribunal europeo de los derechos del hombre. Ambas Instituciones se proponen, mediante la cooperación política, social, jurídica y cultural, así como con la promoción de los derechos humanos y la democracia, la realización de la Europa de la libertad y de la solidaridad. Finalmente, la Unión Europea, con su Parlamento, el Consejo de Ministros y la Comisión, propone un modelo de integración que se va perfeccionando con vistas a la adopción, en su día, de una Constitución fundamental común. Dicho organismo tiene el objetivo de realizar una mayor unidad política, económica y monetaria entre los Estados miembros, tanto los actuales como los que entrarán a formar parte. En su diversidad y desde la identidad específica de cada una de ellas, las Instituciones europeas mencionadas promueven la unidad del Continente y, más profundamente aún, están al servicio del hombre.178

114. Junto con los Padres Sinodales, pido a las Instituciones europeas y a cada uno de los Estados de Europa179 que reconozcan que un buen ordenamiento de la sociedad debe basarse en auténticos valores éticos y civiles, compartidos lo más posible por los ciudadanos, haciendo notar que dichos valores son patrimonio, en primer lugar, de los diversos cuerpos sociales. Es importante que las Instituciones y cada uno de los Estados reconozcan que, entre estos cuerpos sociales, están también las Iglesias, las Comunidades eclesiales y las demás organizaciones religiosas. Con mayor razón aún, cuando ya existen antes de la fundación de las naciones europeas, éstas no se pueden reducir a meras entidades privadas, sino que actúan con un peso institucional específico que merece ser tomado en seria consideración. En el desarrollo de sus tareas, las instituciones estatales y europeas han de actuar conscientes de que sus ordenamientos jurídicos serán plenamente respetuosos de la democracia en la medida en que prevean formas de « sana cooperación » 180 con las Iglesias y las organizaciones religiosas.

A luz de lo que acabo de resaltar, deseo dirigirme una vez más a los redactores del tratado constitucional europeo para que figure en él una referencia al patrimonio religioso y, especialmente, cristiano de Europa. Respetando plenamente el carácter laico de las Instituciones, espero que se reconozcan, sobre todo, tres elementos complementarios: el derecho de las Iglesias y de las comunidades religiosas a organizarse libremente, en conformidad con los propios estatutos y convicciones; el respeto de la identidad específica de las Confesiones religiosas y la previsión de un diálogo reglamentado entre la Unión Europea y las Confesiones mismas; el respeto del estatuto jurídico del que ya gozan las Iglesias y las instituciones religiosas en virtud de las legislaciones de los Estados miembros de la Unión.181

115. Las Instituciones europeas tienen como objetivo declarado la tutela de los derechos de la persona humana. Con este cometido contribuyen a construir la Europa de los valores y del derecho. Los Padres sinodales han interpelado a los responsables europeos diciendo: « Alzad la voz cuando se violen los derechos humanos de los individuos, de las minorías y de los pueblos, comenzando por el derecho a la libertad religiosa; reservad la mayor atención a todo lo que concierne a la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, y la familia fundada en el matrimonio: éstas son las bases sobre las que se apoya la casa común europea; [...] afrontad, según la justicia y la equidad, y con sentido de gran solidaridad, el fenómeno creciente de las migraciones, convirtiéndolas en un nuevo recurso para el futuro europeo; esforzaos para que a los jóvenes se les garantice un futuro verdaderamente humano con el trabajo, la cultura, la educación en los valores morales y espirituales ».182

La Iglesia para la nueva Europa

116. Europa necesita una dimensión religiosa. Para ser "nueva", análogamente a lo se dice de la "ciudad nueva" del Apocalipsis (cf. 21, 2), tiene que dejarse tocar por la mano de Dios. En efecto, la esperanza de construir un mundo más justo y más digno del hombre, no puede prescindir de la convicción de que nada valdrían los esfuerzos humanos si no fueran acompañados por la ayuda divina, porque « si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles » (Sal 127[126], 1). Para que Europa pueda edificarse sobre bases sólidas, necesita apuntalarse sobre los valores auténticos, que tienen su fundamento en la ley moral universal, inscrita en el corazón de todo hombre. « Los cristianos no sólo pueden unirse a todos los hombres de buena voluntad para trabajar en la construcción de este gran proyecto, sino que, más aún, están invitados a ser su alma, mostrando el verdadero sentido de la organización de la ciudad terrena ».183

La Iglesia católica, una y universal, aunque presente en la multiplicidad de las Iglesias particulares, puede ofrecer una contribución única a la edificación de una Europa abierta al mundo. En efecto, en la Iglesia católica se da un modelo de unidad esencial en la diversidad de las expresiones culturales, la conciencia de pertenecer a una comunidad universal que hunde sus raíces, pero no se agota, en las comunidades locales, el sentido de lo que une, más allá de lo que diferencia.184

117. En las relaciones con los poderes públicos, la Iglesia no pide volver a formas de Estado confesional. Al mismo tiempo, deplora todo tipo de laicismo ideológico o separación hostil entre las instituciones civiles y las confesiones religiosas.

Por su parte, en la lógica de una sana colaboración entre comunidad eclesial y sociedad política, la Iglesia católica está convencida de poder dar una contribución singular al proyecto de unificación, ofreciendo a las instituciones europeas, en continuidad con su tradición y en coherencia con las indicaciones de su doctrina social, la aportación de comunidades creyentes que tratan de llevar a cabo el compromiso de humanizar la sociedad a partir del Evangelio, vivido bajo el signo de la esperanza. Con esta óptica, es necesaria una presencia de cristianos, adecuadamente formados y competentes, en las diversas instancias e Instituciones europeas, para contribuir, respetando los procedimientos democráticos correctos y mediante la confrontación de las propuestas, a delinear una convivencia europea cada vez más respetuosa de cada hombre y cada mujer y, por tanto, conforme al bien común.

118. La Europa que se va construyendo como "unión", impulsa también a los cristianos hacia la unidad, para ser verdaderos testigos de esperanza. En este contexto, se debe continuar y desarrollar el intercambio de dones que en la última década ha tenido significativas manifestaciones. Realizado entre comunidades con historias y tradiciones diferentes, lleva a estrechar vínculos más duraderos entre las Iglesias en los diversos países y a su enriquecimiento mutuo mediante encuentros, confrontaciones y ayudas recíprocas. En particular, se debe valorar la contribución aportada por la tradición cultural y espiritual de las Iglesias Católicas Orientales.185

Un papel importante para el crecimiento de esta unidad puede ser desarrollado por los organismos continentales de comunión eclesial, que esperan tener un mayor desarrollo.186 Entre éstos se ha de dar un puesto significativo al Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas, el cual ha de proveer, en el ámbito del Continente, « a la promoción de una comunión cada vez más intensa entre las diócesis y las Conferencias Episcopales Nacionales, al incremento de la colaboración ecuménica entre los cristianos, a la superación de los obstáculos que constituyen una amenaza para el futuro de la paz y del progreso de los pueblos, y a la consolidación de la colegialidad afectiva y efectiva y de la "communio" jerárquica ».187 Se ha de reconocer también el servicio de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea que, siguiendo el proceso de consolidación y ampliación de la Unión Europea, favorece la información mutua y coordina las iniciativas pastorales de las Iglesias europeas implicadas.

119. La consolidación de la unión en el seno del Continente europeo estimula a los cristianos a cooperar en el proceso de integración y reconciliación mediante un diálogo teológico, espiritual, ético y social.188 En efecto, en la Europa « que está en camino hacia la unidad política ¿podemos admitir que precisamente la Iglesia de Cristo sea un factor de desunión y de discordia? ¿No sería éste uno de los mayores escándalos de nuestro tiempo? ».189

Desde el Evangelio un nuevo impulso para Europa

120. Europa necesita un salto cualitativo en la toma de conciencia de su herencia espiritual. Este impulso sólo puede darlo desde una nueva escucha del Evangelio de Cristo. Corresponde a todos los cristianos comprometerse en satisfacer este hambre y sed de vida.

Por eso, « la Iglesia siente el deber de renovar con vigor el mensaje de esperanza que Dios le ha confiado » y reitera a Europa: « "El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador" (So 3, 17). Su invitación a la esperanza no se basa en una ideología utópica [...]. Por el contrario, es el imperecedero mensaje de salvación proclamado por Cristo [...] (cf. Mc 1, 15). Con la autoridad que le viene de su Señor, la Iglesia repite a la Europa de hoy: Europa del tercer milenio, que "no desfallezcan tus manos" (So 3, 16), no cedas al desaliento, no te resignes a modos de pensar y vivir que no tienen futuro, porque no se basan en la sólida certeza de la Palabra de Dios ».190

Renovando esta invitación a la esperanza, también hoy te repito, Europa, que estás comenzando el tercer milenio, « vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces ».191 A lo largo de los siglos has recibido el tesoro de la fe cristiana. Ésta fundamenta tu vida social sobre los principios tomados del Evangelio y su impronta se percibe en el arte, la literatura, el pensamiento y la cultura de tus naciones. Pero esta herencia no pertenece solamente al pasado; es un proyecto para el porvenir que se ha de transmitir a las generaciones futuras, puesto que es el cuño de la vida de las personas y los pueblos que han forjado juntos el Continente europeo.

121. ¡No temas! El Evangelio no está contra ti, sino en tu favor. Lo confirma el hecho de que la inspiración cristiana puede transformar la integración política, cultural y económica en una convivencia en la cual todos los europeos se sientan en su propia casa y formen una familia de naciones, en la que otras regiones del mundo pueden inspirarse con provecho.

¡Ten confianza! En el Evangelio, que es Jesús, encontrarás la esperanza firme y duradera a la que aspiras. Es una esperanza fundada en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Él ha querido que esta victoria sea para tu salvación y tu gozo.

¡Ten seguridad! ¡El Evangelio de la esperanza no defrauda! En las vicisitudes de tu historia de ayer y de hoy, es luz que ilumina y orienta tu camino; es fuerza que te sustenta en las pruebas; es profecía de un mundo nuevo; es indicación de un nuevo comienzo; es invitación a todos, creyentes o no, a trazar caminos siempre nuevos que desemboquen en la « Europa del espíritu », para convertirla en una verdadera « casa común » donde se viva con alegría.

CONCLUSIÓN

CONSAGRACIÓN A MARÍA

« Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol » (Ap 12, 1)

La mujer, el dragón y el niño

122. El proceso histórico de la Iglesia va acompañado por « signos » que están a la vista de todos, pero que necesitan una interpretación. Entre ellos, el Apocalipsis pone « una gran señal » aparecida en el cielo, que habla de la lucha entre la mujer y el dragón.

La mujer vestida de sol que está para dar a luz entre los dolores del parto (cf. Ap 12, 1-2), puede ser considerada como el Israel de los profetas que engendra al Mesías « que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro » (Ap 12, 5; cf. Sal 2, 9). Pero es también la Iglesia, pueblo de la nueva Alianza, a merced de la persecución y, sin embargo, protegida por Dios. El dragón es « la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero » (Ap 12, 9). La lucha es desigual: parece tener ventaja el dragón, por su arrogancia ante la mujer inerme y dolorida. En realidad, quien resulta vencedor es el hijo que la mujer da a luz. En esta contienda hay una certeza: el gran dragón ya ha sido derrotado, « fue arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él » (Ap 12, 9). Lo han vencido Cristo, Dios hecho hombre, con su muerte y resurrección, y los mártires « gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte » (Ap 12, 11). Y, aunque el dragón continúe su lucha, no hay que temer porque ya ha sido derrotado.

123. Ésta es la certeza que anima a la Iglesia en su camino, mientras en la mujer y en el dragón reconoce su historia de siempre. La mujer que da a luz al hijo varón nos recuerda también a la Virgen María, sobre todo en el momento en que, traspasada por el dolor a los pies de la Cruz, engendra de nuevo al Hijo como vencedor del príncipe de este mundo. Es confiada a Juan y éste, a su vez, confiado a Ella (cf. Jn 19, 26- 27), convirtiéndose así en Madre de la Iglesia. Merced al vínculo especial que une a María con la Iglesia y a la Iglesia con María, se aclara mejor el misterio de la mujer: « Pues María, presente en la Iglesia como madre del Redentor, participa maternalmente en aquella "dura batalla contra el poder de las tinieblas" que se desarrolla a lo largo de toda la historia humana. Y por esta identificación suya eclesial con la "mujer vestida de sol" (Ap 12, 1), se puede afirmar que "la Iglesia en la beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga" ».192

124. Por tanto, toda la Iglesia dirige su mirada a María. Gracias a la gran multitud de santuarios marianos diseminados por todas las naciones del Continente, la devoción a María es muy viva y extendida entre los pueblos europeos.

Iglesia en Europa, continua, pues, contemplando a María y reconoce que ella está « maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones », y que es auxiliadora del « pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que "no caiga" o, si cae, "se levante" ».193

Oración a María, madre de la esperanza

125. En esta contemplación, animada por auténtico amor, María se nos presenta como figura de la Iglesia que, alentada por la esperanza, reconoce la acción salvadora y misericordiosa de Dios, a cuya luz comprende el propio camino y toda la historia. Ella nos ayuda a interpretar también hoy nuestras vicisitudes bajo la guía de su Hijo Jesús. Criatura nueva plasmada por el Espíritu Santo, María hace crecer en nosotros la virtud de la esperanza.

A ella, Madre de la esperanza y del consuelo, dirigimos confiadamente nuestra oración: pongamos en sus manos el futuro de la Iglesia en Europa y de todas las mujeres y hombres de este Continente:

María, Madre de la esperanza,
¡camina con nosotros!
Enséñanos a proclamar al Dios vivo;
ayúdanos a dar testimonio de Jesús,
el único Salvador;
haznos serviciales con el prójimo,
acogedores de los pobres, artífices de justicia,
constructores apasionados
de un mundo más justo;
intercede por nosotros que actuamos
en la historia
convencidos de que el designio
del Padre se cumplirá.
Aurora de un mundo nuevo,
¡muéstrate Madre de la esperanza
y vela por nosotros!
Vela por la Iglesia en Europa:
que sea transparencia del Evangelio;
que sea auténtico lugar de comunión;
que viva su misión
de anunciar, celebrar y servir
el Evangelio de la esperanza
para la paz y la alegría de todos.
Reina de la Paz,
¡protege la humanidad del tercer milenio!
Vela por todos los cristianos:
que prosigan confiados por la vía de la unidad,
como fermento
para la concordia del Continente.
Vela por los jóvenes,
esperanza del mañana:
que respondan generosamente
a la llamada de Jesús;
Vela por los responsables de las naciones:
que se empeñen en construir una casa común,
en la que se respeten la dignidad
y los derechos de todos.
María, ¡danos a Jesús!
¡Haz que lo sigamos y amemos!
Él es la esperanza de la Iglesia,
de Europa y de la humanidad.
Él vive con nosotros,
entre nosotros, en su Iglesia.
Contigo decimos
« Ven, Señor Jesús » (Ap 22,20):
Que la esperanza de la gloria
infundida por Él en nuestros corazones
dé frutos de justicia y de paz.


Roma, en San Pedro, 28 de junio de 2003, Vigilia de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, vigésimo quinto de Pontificado.

JOANNES PAULUS PP. II

NOTAS

1 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.

2 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, nn. 90-91: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., pp. 17-18.

3 Bula Incarnationis mysterium (29 noviembre 1998), 3-4: AAS 91 (1999), 132.133.

4 Cf. Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 38: AAS 87 (1995), 30.

5 Cf. Angelus, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 5 julio 1996, p. 9.

6 I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 2: Ench. Vat. 13, n. 619.

7 Ibíd., 3: l.c., n. 621.

8 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 3: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., p. 3.

9 Cf. Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 1: AAS 92 (2000), 177.

10 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje a todos los fieles y ciudadano europeos, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.

11 Cf. Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, (23 octubre 1999), 4: AAS 92 (2000), 179.

12 Ibíd.

13 Cf. Propositio 1.

14 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 2: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., pp. 2-3.

15 Cf. ibíd., nn. 12-13.16-19, l.c., pp. 4-6; Idem, Relatio ante disceptationem, I: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, pp. 19-20; Idem, Relatio post disceptationem, II, A: L'Osservatore Romano, 11-12 octubre 1999, p. 10.

16 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, I, 1, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 19.

17 Cf. Propositio 5ª.

18 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.

19 Cf. Propositio 5ª; Consejo Pontificio de la Cultura y Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Gesù Cristo portatore dell'acqua viva. Una riflessione cristiana sul New Age, Ciudad del Vaticano, 2003.

20 Cf. Propositio 5ª.

21 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.

22 Angelus (25 agosto 1996), 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 30 agosto 1996, p. 1; cf. Propositio 9.

23 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 88: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., p. 17.

24 Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 4: AAS 92 (2000), 179.

25 Cf. Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 26: AAS 81 (1989), 439.

26 Cf. Propositio 21.

27 Ibíd.

28 Propositio 9.

29 Ibíd.

30 Cf. Propositio 4, 1.

31 Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 2: AAS 92 (2000), 178.

32 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.

33 Cf. Propositio 4, 2.

34 Cf. Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 47: AAS 83 (1991), 852.

35 Cf. Propositio 4, 1.

36 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 30: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Suppl., p. 8.

37 Cf. Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 3: AAS 92 (2000), 178; Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6 agosto 2000), 13: AAS 92 (2000), 754.

38 Cf. Propositio 5.

39 Carta. enc. Dominum et vivificantem (18 mayo 1986), 7: AAS 78 (1986), 816; Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6 agosto 2000), 16: AAS 92 (2000), 756-757.

40 Pablo VI, Carta enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965): AAS 57 (1965) 762-763. Cf. S. Congregación de ritos, Instr. Eucharisticum mysterium (25 mayo 1967), 9: AAS 59 (1967) 547; Catecismo de la Iglesia Católica, 1374.

41 Concilio Ecum. Tridentino, Decr. De SS. Eucharistia, can. 1: DS, 1651; cf. cap. 3: DS, 1641.

42 Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 15: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 18 abril 2003, p. 9.

43 Cf. San Agustín, In Ioannis Evangelium, Tractatus VI, cap. I, n. 7: PL 35,1428; San Juan Crisóstomo, Sobre la traición de Judas, 1, 6: PG 49, 380C.

44 Cf. Conc. ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 7; Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 50; Pablo VI, Carta. enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965): AAS 57 (1965) 762-763; S. Congregación de ritos, Instr. Eucharisticum mysterium (25 mayo 1967), 9: AAS 59 (1967) 547; Catecismo de la Iglesia Católica, 1373-1374.

45 Motu proprio Spes aedificandi (1 octubre 1999), 1: AAS 92 (2000), 220.

46 Cf. Discurso al Parlamento polaco, Varsovia (11 junio 1999), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25-26 junio 1999, p. 6.

47 Cf. Discurso durante la ceremonia de despedida en el aeropuerto de Cracovia (10 junio 1997), 4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 26-27 junio 1997, p. 17.

48 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, pp. 10-11.

49 Cf. Propositio 15,1; Catecismo de la Iglesia Católica, 773; Carta ap. Mulieris dignitatem (15 agosto 1988), 27: AAS 80 (1988), 1718.

50 Cf. Propositio 15, 1.

51 Propositio 21.

52 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.

53 Propositio 9.

54 Ibíd.

55 Ibíd.

56 Cf. Propositio 22.

57 Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 15: AAS 84 (1992), 679-680.

58 Cf. ibíd., 29, l.c., 703-705; Propositio 28.

59 Cf. Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 373.

60 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 277,1.

61 Cf. Pablo VI, Carta enc. Sacerdotalis coelibatus (24 junio 1967), 40: AAS 59 (1967), 673.

62 Cf. Propositio 18.

63 Cf. ibíd.

64 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.

65 Cf. Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 29.

66 Cf. Propositio 19.

67 Cf. ibíd.

68 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 24.

69 Cf. Propositio 17.

70 Cf. ibíd.

71 Al Congreso europeo sobre las vocaciones sacerdotales y religiosas (Roma, 9 mayo 1997), 1.3: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 16 mayo 1997, p. 2.

72 Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 7: AAS 81 (1989), 404.

73 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 82: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999, p. 16.

74 Cf. Propositio 29.

75 Cf. Propositio 30.

76 Cf. ibíd.

77 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 14: AAS 68 (1976), 13.

78 Cf. Propositio 3b.

79 Cf. Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 37: AAS 83 (1991), 282-286.

80 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, I, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 19.

81 Cf. Propositio 3ª.

82 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.

83 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 53: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Supl., p. 12.

84 Cf. Propositio 4, 1.

85 Cf. Propositio 26, 1.

86 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.

87 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 41: AAS 68 (1976), 31.

88 Propositio 8, 1.

89 Cf. Propositio 8, 2.

90 Cf. Propositio 8,1a-b; Propositio 6.

91 Cf. Eshort. ap. Catechesi tradendae (16 octubre 1979), 21; AAS 71 (1979), 1294-1295.

92 Cf. Propositio 24.

93 Cf. Propositio 8,1c.

94 Cf. Propositio 24.

95 Cf. Propositio 22.

96 Cf. Discurso a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Europeas (16 abril 1993), 1: AAS 86 (1994), 227.

97 Discurso en la celebración ecuménica en la Catedral de Paderborn (22 junio 1996), 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 28 junio 1996, p. 9.

98 Carta del 13 de enero de 1970: Tomos agapis, Roma- Estanbul 1971, pp. 610-611; cf. Carta enc. Ut unum sint (25 mayo 1995), 99: AAS 87 (1995), 980.

99 Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 55: AAS 83 (1991), 302.

100 Ibíd., 36, l.c., 281.

101 Declaración final (13 diciembre 1991), 8: Ench. Vat., 13, nn. 653-655; II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, 62: L'Oss. Rom., 6 agosto 1999 - Suppl., p. 13; Propositio 10.

102 Propositio 10; cf. Comisión para las Relaciones religiosas con el hebraísmo, Noi ricordiamo: una riflessione sulla Shoah, 16 marzo 1998, Ench. Vat. 17, 520-550.

103 I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 9: Ench. Vat., 13, n. 656.

104 Cf. Propositio 11.

105 Cf. ibíd.

106 Discurso al Cuerpo Diplomático (12 enero 1985), 3: AAS 77 (1985), 650

107 Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 2.

108 Cf. Propositio 23.

109 Cf. Propositio 25; Propositio 26, 2.

110 Cf. Propositio 26, 3.

111 Cf. Propositio 27.

112 Carta a los artistas (4 abril 1999), 12: AAS 91 (1999), 1168.

113 Cf. Propositio 7b-c.

114 Cf. Homilía durante la Vigilia de oración celebrada en Tor Vergata, en la XV Jornada Mundial de la Juventud (19 agosto 2000), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25 agosto 2000, p. 12.

115 Cf. Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, Ética en las comunicaciones sociales, Ciudad del Vaticano, 4 junio 2000.

116 Propositio 13.

117 Cf. Propositio 12.

118 Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 25.

119 Cf. Propositio 14.

120 Const. Sacrosanctum concilium, sobre la sagrada liturgia, 8.

121 Cf. Propositio 14; II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.

122 Cf. Propositio 14, 2ª.

123 Conc. ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.

124 Conc. ecum. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.

125 Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 20: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 18 abril 2003, p. 9.

126 Cf. Catequesis en la Audiencia general (25 octubre 2000), 2: Insegnamenti XXIII/2 (2000), 697.

127 Propositio 16.

128 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.

129 Cf. Propositio 16.

130 Cf. Motu proprio Misericordia Dei (7 abril 2002), 4: AAS 94 (2002), 456-457.

131 Cf. Propositio 16; Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2002 (17 marzo 2002), 4: AAS 94 (2002), 435-436.

132 Cf. Propositio 14c.

133 Cf. ibíd.

134 Cf. Const. Sacrosanctum concilium, sobre la sagrada liturgia, 100.

135 Cf. Propositio 14c; Propositio 20.

136 Cf. Propositio 20.

137 Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (10 octubre 2002), 3: AAS 95 (2003), 7.

138 Propositio 14.

139 Carta ap. Dies Domini (31 mayo 1998), 4: AAS 90 (1998), 716.

140 Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 10: AAS 71 (1979), 274.

141 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 72: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Supl., pp. 15.

142 Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.

143 Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 90: AAS 87 (1995), 503.

144 Cf. Propositio 33.

145 Propositio 35.

146 Cf. Propositio 36.

147 Cf. Propositio 31.

148 Cf. Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48.

149 Cf. Propositio 31.

150 Discurso en el tercer encuentro mundial de las Familias con ocasión de su Jubileo (14 octubre 2000), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 octubre 2000, p. 6.

151 Exhort. ap. Familiaris consortio, sobre la misión de la familia en el mundo actual (22 noviembre 1981), 17: AAS 74 (1982), 99-100.

152 Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 39: AAS 83 (1991), 842.

153 Cf. Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 40: AAS 81 (1989), 469.

154 Cf. Discurso en el Primer Encuentro Mundial con las Familias (8 octubre 1994), 7: AAS 87 (1995), 587.

155 Cf. Propositio 32.

156 Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 51.

157 Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 63: AAS 87 (1995), 473.

158 Ibíd., 95, l.c., 509.

159 Discurso al nuevo Embajador de Noruega ante la Santa Sede (25 marzo 1995): Insegnamenti XVIII/1 (1995), 857.

160 Propositio 32.

161 Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 57.

162 Cf. Propositio 28; I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 2: Ench. Vat. 10, nn. 659-669.

163 Cf. Propositio 23.

164 Cf. Propositio 28.

165 Propositio 34.

166 Cf. Congregación para los Obispos, Instr. Nemo est (22 agosto 1969), 16: AAS 61 (1969), 621-622; Código de Derecho Canónico, can. 294 y 518; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 280 § 1.

167 Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.

168 Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 5: AAS 92 (2000), 179.

169 Propositio 39.

170 Ibíd.

171 Cf. ibíd.; Propositio 28.

172 Carta a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa (16 octubre 2000), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 27 octubre 2000, p. 2.

173 Ibíd.

174 Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del año 2000 (8 diciembre 1999), 17: AAS 92 (2000), 367-368.

175 Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 35: AAS 83 (1991), 837.

176 Cf. Propositio 39.

177 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 85: L'Osservatore Romano, 6 de agosto de 1999 - Supl., pp. 17; cf. Propositio 39.

178 Cf. Discurso a la Oficina de la Presidencia del Parlamento Europeo (5 abril 1979): Insegnamenti, II/1 (1979), 796-799.

179 Cf. Propositio 37.

180 Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 76.

181 Cf. Discurso al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede (13 enero 2003), 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 17 enero 2003, p. 3.

182 II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.

183 Carta a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa (16 octubre 2000), 4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 27 octubre 2000, p. 2.

184 Cf. I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 10: Ench. Vat. 13, n. 669.

185 Cf. Propositio 22.

186 Cf. ibíd.

187 Discurso a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Europeas (16 abril 1993), 5: AAS 86 (1994), 229.

188 Cf. Propositio 39d.

189 Homilía durante la celebración ecuménica con ocasión del Sínodo para Europa (7 diciembre 1991), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 13 diciembre 1991, p. 18.

190 Homilía durante la apertura de la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos (1 octubre 1999), 3: AAS 92 (2000), 174-175.

191 Discurso a las Autoridades europeas y los Presidentes de las Conferencias episcopales de Europa (Santiago de Compostela, 9 noviembre 1982), 4: AAS 75 (1983), 330.

192 Carta enc. Redemptoris Mater (25 marzo 1987), 47: AAS 79 (1987), 426.

193 ibíd., 52: l.c., 432; cf. Propositio 40.
 

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Laudetur Jesus Christus.
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