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Comuni�n fraterna con las Iglesias cat�licas orientales

38. El fen�meno reciente de la implantaci�n y desarrollo en Am�rica de Iglesias particulares cat�licas orientales, dotadas de jerarqu�a propia, ha merecido una especial atenci�n por parte de algunos Padres sinodales. Un sincero deseo de abrazar cordial y eficazmente a estos hermanos en la fe y en la comuni�n jer�rquica bajo el Sucesor de Pedro, ha llevado a la Asamblea sinodal a proponer sugerencias concretas de ayuda fraterna por parte de las Iglesias particulares latinas a las Iglesias cat�licas orientales existentes en el Continente. As�, por ejemplo, se propone que sacerdotes de rito latino, sobre todo de origen oriental, puedan ofrecer su colaboraci�n lit�rgica a las comunidades orientales carentes de un n�mero suficiente de presb�teros. Igualmente, respecto a los edificios religiosos, los fieles orientales podr�n usar, en los casos que sea conveniente, las iglesias de rito latino.

En este esp�ritu de comuni�n son dignas de consideraci�n varias propuestas de los Padres sinodales: que all� donde sea necesario exista, en las Conferencias Episcopales nacionales y en los organismos internacionales de cooperaci�n episcopal, una comisi�n mixta encargada de estudiar los problemas pastorales comunes; que la catequesis y la formaci�n teol�gica para los laicos y seminaristas de la Iglesia latina, incluyan el conocimiento de la tradici�n viva del Oriente cristiano; que los Obispos de las Iglesias cat�licas orientales participen en las Conferencias Episcopales latinas de las respectivas Naciones. 125 No puede dudarse de que esta cooperaci�n fraterna, a la vez que prestar� una ayuda preciosa a las Iglesias orientales, de reciente implantaci�n en Am�rica, permitir� a las Iglesias particulares latinas enriquecerse con el patrimonio espiritual de la tradici�n del Oriente cristiano.

El presb�tero, signo de unidad

39. � Como miembro de una Iglesia particular, todo sacerdote debe ser signo de comuni�n con el Obispo en cuanto que es su inmediato colaborador, unido a sus hermanos en el presbiterio. Ejerce su ministerio con caridad pastoral, principalmente en la comunidad que le ha sido confiada, y la conduce al encuentro con Jesucristo Buen Pastor. Su vocaci�n exige que sea signo de unidad. Por ello debe evitar cualquier participaci�n en pol�tica partidista que dividir�a a la comunidad �. 126 Es deseo de los Padres sinodales que se � desarrolle una acci�n pastoral a favor del clero diocesano que haga m�s s�lida su espiritualidad, su misi�n y su identidad, la cual tiene su centro en el seguimiento de Cristo que, sumo y eterno Sacerdote, busc� siempre cumplir la voluntad del Padre. �l es el ejemplo de la entrega generosa, de la vida austera y del servicio hasta la muerte. El sacerdote sea consciente de que, por la recepci�n del sacramento del Orden, es portador de gracia que distribuye a sus hermanos en los sacramentos. �l mismo se santifica en el ejercicio del ministerio �. 127

El campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes es inmenso. Conviene, por ello, � que coloquen como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio: dejarse configurar a Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad pastoral, ofreci�ndose a s� mismos cada d�a con Cristo en la Eucarist�a, para ayudar a los fieles a que tengan un encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo �. 128 Como testigos y disc�pulos de Cristo misericordioso, los sacerdotes est�n llamados a ser instrumentos de perd�n y de reconciliaci�n, comprometi�ndose generosamente al servicio de los fieles seg�n el esp�ritu del Evangelio.

Los presb�teros, en cuanto pastores del pueblo de Dios en Am�rica, deben adem�s estar atentos a los desaf�os del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los pobres. Procurar�n discernir los carismas y las cualidades de los fieles que puedan contribuir a la animaci�n de la comunidad, escuch�ndolos y dialogando con ellos, para impulsar as� su participaci�n y corresponsabilidad. Ello favorecer� una mejor distribuci�n de las tareas que les permita � consagrarse a lo que est� m�s estrechamente conexo con el encuentro y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen mejor, en el seno de la comunidad, la presencia de Jes�s que congrega a su pueblo �. 129

El trabajo de discernimiento de los carismas particulares debe llevar tambi�n a valorizar aquellos sacerdotes que se consideren adecuados para realizar ministerios particulares. A todos los sacerdotes, adem�s, se les pide que presten su ayuda fraterna en el presbiterio y que recurran al mismo con confianza en caso de necesidad.

Ante la espl�ndida realidad de tantos sacerdotes en Am�rica que, con la gracia de Dios, se esfuerzan por hacer frente a un quehacer tan grande, hago m�o el deseo de los Padres sinodales de reconocer y alabar � la inagotable entrega de los sacerdotes, como pastores, evangelizadores y animadores de la comuni�n eclesial, expresando gratitud y dando �nimos a los sacerdotes de toda Am�rica que dan su vida al servicio del Evangelio �. 130

Fomentar la pastoral vocacional

40. El papel indispensable del sacerdote en la comunidad ha de hacer conscientes a todos los hijos de la Iglesia en Am�rica de la importancia de la pastoral vocacional. El Continente americano cuenta con una juventud numerosa, rica en valores humanos y religiosos. Por ello, se han de cultivar los ambientes en que nacen las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada e invitar a las familias cristianas para que ayuden a sus hijos cuando se sientan llamados a seguir este camino. 131 En efecto, las vocaciones � son un don de Dios � y � surgen en las comunidades de fe, ante todo, en la familia, en la parroquia, en las escuelas cat�licas y en otras organizaciones de la Iglesia. Los Obispos y presb�teros tienen la especial responsabilidad de estimular tales vocaciones mediante la invitaci�n personal, y principalmente por el testimonio de una vida de fidelidad, alegr�a, entusiasmo y santidad. La responsabilidad para reunir vocaciones al sacerdocio pertenece a todo el pueblo de Dios y encuentra su mayor cumplimiento en la oraci�n continua y humilde por las vocaciones �. 132

Los seminarios, como lugares de acogida y formaci�n de los llamados al sacerdocio, han de preparar a los futuros ministros de la Iglesia para que � vivan en una s�lida espiritualidad de comuni�n con Cristo Pastor y de docilidad a la acci�n del Esp�ritu, que los har� especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de Dios y los diversos carismas, y de trabajar en com�n �. 133 Por ello, en los seminarios � se ha de insistir especialmente en la formaci�n espec�ficamente espiritual, de modo que por la conversi�n continua, la actitud de oraci�n, la recepci�n de los sacramentos de la Eucarist�a y la penitencia, los candidatos se formen al encuentro con el Se�or y se preocupen de fortificarse para la generosa entrega pastoral �. 134 Los formadores han de preocuparse de acompa�ar y guiar a los seminaristas hacia una madurez afectiva que los haga aptos para abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir en comuni�n con sus hermanos en la vocaci�n sacerdotal. Han de promover tambi�n en ellos la capacidad de observaci�n cr�tica de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y contravalores, pues esto es un requisito indispensable para entablar un di�logo constructivo con el mundo de hoy.

Una atenci�n particular se debe dar a las vocaciones nacidas entre los ind�genas; conviene proporcionar una formaci�n inculturada en sus ambientes. Estos candidatos al sacerdocio, mientras reciben la adecuada formaci�n teol�gica y espiritual para su futuro ministerio, no deben perder las ra�ces de su propia cultura. 135

Los Padres sinodales han querido agradecer y bendecir a todos los que consagran su vida a la formaci�n de los futuros presb�teros en los seminarios. As� mismo, han invitado a los Obispos a destinar para dicha tarea a sus sacerdotes m�s aptos, despu�s de haberlos preparado mediante una formaci�n espec�fica que los capacite para una misi�n tan delicada. 136

Renovar la instituci�n parroquial

41. La parroquia es un lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia concreta de la Iglesia. 137 Hoy en Am�rica, como en otras partes del mundo, la parroquia encuentra a veces dificultades en el cumplimiento de su misi�n. La parroquia debe renovarse continuamente, partiendo del principio fundamental de que � la parroquia tiene que seguir siendo primariamente comunidad eucar�stica �. 138 Este principio implica que � las parroquias est�n llamadas a ser receptivas y solidarias, lugar de la iniciaci�n cristiana, de la educaci�n y la celebraci�n de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de los movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y superparroquiales y a las realidades circunstantes �. 139

Una atenci�n especial merecen, por sus problem�ticas espec�ficas, las parroquias en los grandes n�cleos urbanos, donde las dificultades son tan grandes que las estructuras pastorales normales resultan inadecuadas y las posibilidades de acci�n apost�lica notablemente reducidas. No obstante, la instituci�n parroquial conserva su importancia y se ha de mantener. Para lograr este objetivo hay que � continuar la b�squeda de medios con los que la parroquia y sus estructuras pastorales lleguen a ser m�s eficaces en los espacios urbanos �. 140 Una clave de renovaci�n parroquial, especialmente urgente en las parroquias de las grandes ciudades, puede encontrarse quiz�s considerando la parroquia como comunidad de comunidades y de movimientos. 141 Parece por tanto oportuno la formaci�n de comunidades y grupos eclesiales de tales dimensiones que favorezcan verdaderas relaciones humanas. Esto permitir� vivir m�s intensamente la comuni�n, procurando cultivarla no s�lo � ad intra �, sino tambi�n con la comunidad parroquial a la que pertenecen estos grupos y con toda la Iglesia diocesana y universal. En este contexto humano ser� tambi�n m�s f�cil escuchar la Palabra de Dios, para reflexionar a su luz sobre los diversos problemas humanos y madurar opciones responsables inspiradas en el amor universal de Cristo. 142 La instituci�n parroquial as� renovada � puede suscitar una gran esperanza. Puede formar a la gente en comunidades, ofrecer auxilio a la vida de familia, superar el estado de anonimato, acoger y ayudar a que las personas se inserten en la vida de sus vecinos y en la sociedad �. 143 De este modo, cada parroquia hoy, y particularmente las de �mbito urbano, podr� fomentar una evangelizaci�n m�s personal, y al mismo tiempo acrecentar las relaciones positivas con los otros agentes sociales, educativos y comunitarios. 144

Adem�s, � este tipo de parroquia renovada supone la figura de un pastor que, en primer lugar, tenga una profunda experiencia de Cristo vivo, esp�ritu misional, coraz�n paterno, que sea animador de la vida espiritual y evangelizador capaz de promover la participaci�n. La parroquia renovada requiere la cooperaci�n de los laicos, un animador de la acci�n pastoral y la capacidad del pastor para trabajar con otros. Las parroquias en Am�rica deben se�alarse por su impulso misional que haga que extiendan su acci�n a los alejados �. 145

Los di�conos permanentes

42. Por motivos pastorales y teol�gicos serios, el Concilio Vaticano II determin� restablecer el diaconado como grado permanente de la jerarqu�a en la Iglesia latina, dejando a las Conferencias Episcopales, con la aprobaci�n del Sumo Pont�fice, valorar la oportunidad de instituir los di�conos permanentes y en qu� sitios. 146 Se trata de una experiencia muy diferente no s�lo en las distintas partes de Am�rica, sino incluso entre las di�cesis de una misma regi�n. � Algunas di�cesis han formado y ordenado no pocos di�conos, y est�n plenamente contentas de su incorporaci�n y ministerio �. 147 Aqu� se ve con gozo c�mo los di�conos, � confortados con la gracia sacramental, en comuni�n con el Obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad �. 148 Otras di�cesis no han emprendido este camino, mientras en otras partes existen dificultades en la integraci�n de los di�conos permanentes en la estructura jer�rquica.

Quedando a salvo la libertad de las Iglesias particulares para restablecer o no, consinti�ndolo el Sumo Pont�fice, el diaconado como grado permanente, est� claro que el acierto de esta restauraci�n implica un diligente proceso de selecci�n, una formaci�n seria y una atenci�n cuidadosa a los candidatos, as� como tambi�n un acompa�amiento sol�cito no s�lo de estos ministros sagrados, sino tambi�n, en el caso de los di�conos casados, de su familia, esposa e hijos. 149

La vida consagrada

43. La historia de la evangelizaci�n de Am�rica es un elocuente testimonio del ingente esfuerzo misional realizado por tantas personas consagradas, las cuales, desde el comienzo, anunciaron el Evangelio, defendieron los derechos de los ind�genas y, con amor heroico a Cristo, se entregaron al servicio del pueblo de Dios en el Continente. 150 La aportaci�n de las personas consagradas al anuncio del Evangelio en Am�rica sigue siendo de suma importancia; se trata de una aportaci�n diversa seg�n los carismas propios de cada grupo: � los Institutos de vida contemplativa que testifican lo absoluto de Dios, los Institutos apost�licos y misionales que hacen a Cristo presente en los muy diversos campos de la vida humana, los Institutos seculares que ayudan a resolver la tensi�n entre apertura real a los valores del mundo moderno y profunda entrega de coraz�n a Dios. Nacen tambi�n nuevos Institutos y nuevas formas de vida consagrada que requieren discreci�n evang�lica �. 151

Ya que � el futuro de la nueva evangelizaci�n [...] es impensable sin una renovada aportaci�n de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas �, 152 urge favorecer su participaci�n en diversos sectores de la vida eclesial, incluidos los procesos en que se elaboran las decisiones, especialmente en los asuntos que les conciernen directamente. 153

� Tambi�n hoy el testimonio de la vida plenamente consagrada a Dios es una elocuente proclamaci�n de que �l basta para llenar la vida de cualquier persona �. 154 Esta consagraci�n al Se�or ha de prolongarse en una generosa entrega a la difusi�n del Reino de Dios. Por ello, a las puertas del tercer milenio se ha de procurar � que la vida consagrada sea m�s estimada y promovida por los Obispos, sacerdotes y comunidades cristianas. Y que los consagrados, conscientes del gozo y de la responsabilidad de su vocaci�n, se integren plenamente en la Iglesia particular a la que pertenecen y fomenten la comuni�n y la mutua colaboraci�n �. 155

Los fieles laicos y la renovaci�n de la Iglesia

44. � La doctrina del Concilio Vaticano II sobre la unidad de la Iglesia, como pueblo de Dios congregado en la unidad del Padre y del Hijo y del Esp�ritu Santo, subraya que son comunes a la dignidad de todos los bautizados la imitaci�n y el seguimiento de Cristo, la comuni�n mutua y el mandato misional �. 156 Es necesario, por tanto, que los fieles laicos sean conscientes de su dignidad de bautizados. Por su parte, los Pastores han de estimar profundamente � el testimonio y la acci�n evangelizadora de los laicos que integrados en el pueblo de Dios con espiritualidad de comuni�n conducen a sus hermanos al encuentro con Jesucristo vivo. La renovaci�n de la Iglesia en Am�rica no ser� posible sin la presencia activa de los laicos. Por eso, en gran parte, recae en ellos la responsabilidad del futuro de la Iglesia �. 157

Los �mbitos en los que se realiza la vocaci�n de los fieles laicos son dos. El primero, y m�s propio de su condici�n laical, es el de las realidades temporales, que est�n llamados a ordenar seg�n la voluntad de Dios. 158 En efecto, � con su peculiar modo de obrar, el Evangelio es llevado dentro de las estructuras del mundo y obrando en todas partes santamente consagran el mismo mundo a Dios �. 159 Gracias a los fieles laicos, � la presencia y la misi�n de la Iglesia en el mundo se realiza, de modo especial, en la diversidad de carismas y ministerios que posee el laicado. La secularidad es la nota caracter�stica y propia del laico y de su espiritualidad que lo lleva a actuar en la vida familiar, social, laboral, cultural y pol�tica, a cuya evangelizaci�n es llamado. En un Continente en el que aparecen la emulaci�n y la propensi�n a agredir, la inmoderaci�n en el consumo y la corrupci�n, los laicos est�n llamados a encarnar valores profundamente evang�licos como la misericordia, el perd�n, la honradez, la transparencia de coraz�n y la paciencia en las condiciones dif�ciles. Se espera de los laicos una gran fuerza creativa en gestos y obras que expresen una vida coherente con el Evangelio �. 160

Am�rica necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad. Es urgente formar hombres y mujeres capaces de actuar, seg�n su propia vocaci�n, en la vida p�blica, orient�ndola al bien com�n. En el ejercicio de la pol�tica, vista en su sentido m�s noble y aut�ntico como administraci�n del bien com�n, ellos pueden encontrar tambi�n el camino de la propia santificaci�n. Para ello es necesario que sean formados tanto en los principios y valores de la Doctrina social de la Iglesia, como en nociones fundamentales de la teolog�a del laicado. El conocimiento profundo de los principios �ticos y de los valores morales cristianos les permitir� hacerse promotores en su ambiente, proclam�ndolos tambi�n ante la llamada � neutralidad del Estado �. 161

Hay un segundo �mbito en el que muchos fieles laicos est�n llamados a trabajar, y que puede llamarse � intraeclesial �. Muchos laicos en Am�rica sienten el leg�timo deseo de aportar sus talentos y carismas a � la construcci�n de la comunidad eclesial como delegados de la Palabra, catequistas, visitadores de enfermos o de encarcelados, animadores de grupos etc.�. 162 Los Padres sinodales han manifestado el deseo de que la Iglesia reconozca algunas de estas tareas como ministerios laicales, fundados en los sacramentos del Bautismo y la Confirmaci�n, dejando a salvo el car�cter espec�fico de los ministerios propios del sacramento del Orden. Se trata de un tema vasto y complejo para cuyo estudio constitu�, hace ya alg�n tiempo, una Comisi�n especial 163 y sobre el que los organismos de la Santa Sede han ido se�alando paulatinamente algunas pautas directivas. 164 Se ha de fomentar la provechosa cooperaci�n de fieles laicos bien preparados, hombres y mujeres, en diversas actividades dentro de la Iglesia, evitando, sin embargo, una posible confusi�n con los ministerios ordenados y con las actividades propias del sacramento del Orden, a fin de distinguir bien el sacerdocio com�n de los fieles del sacerdocio ministerial.

A este respecto, los Padres sinodales han sugerido que las tareas confiadas a los laicos sean bien � distintas de aquellas que son etapas para el ministerio ordenado � 165 y que los candidatos al sacerdocio reciben antes del presbiterado. Igualmente se ha observado que estas tareas laicales � no deben conferirse sino a personas, varones y mujeres, que hayan adquirido la formaci�n exigida, seg�n criterios determinados: una cierta permanencia, una real disponibilidad con respecto a un determinado grupo de personas, la obligaci�n de dar cuenta a su propio Pastor �. 166 De todos modos, aunque el apostolado intraeclesial de los laicos tiene que ser estimulado, hay que procurar que este apostolado coexista con la actividad propia de los laicos, en la que no pueden ser suplidos por los sacerdotes: el �mbito de la realidades temporales.

Dignidad de la mujer

45. Merece una especial atenci�n la vocaci�n de la mujer. Ya en otras ocasiones he querido expresar mi aprecio por la aportaci�n espec�fica de la mujer al progreso de la humanidad y reconocer sus leg�timas aspiraciones a participar plenamente en la vida eclesial, cultural, social y econ�mica. 167 Sin esta aportaci�n se perder�an algunas riquezas que s�lo el � genio de la mujer � 168 puede aportar a la vida de la Iglesia y de la sociedad misma. No reconocerlo ser�a una injusticia hist�rica especialmente en Am�rica, si se tiene en cuenta la contribuci�n de las mujeres al desarrollo material y cultural del Continente, como tambi�n a la transmisi�n y conservaci�n de la fe. En efecto, � su papel fue decisivo sobre todo en la vida consagrada, en la educaci�n, en el cuidado de la salud �. 169

En varias regiones del Continente americano, lamentablemente, la mujer es todav�a objeto de discriminaciones. Por eso se puede decir que el rostro de los pobres en Am�rica es tambi�n el rostro de muchas mujeres. En este sentido, los Padres sinodales han hablado de un � aspecto femenino de la pobreza �. 170 La Iglesia se siente obligada a insistir sobre la dignidad humana, com�n a todas las personas. Ella � denuncia la discriminaci�n, el abuso sexual y la prepotencia masculina como acciones contrarias al plan de Dios �. 171 En particular, deplora como abominable la esterilizaci�n, a veces programada, de las mujeres, sobre todo de las m�s pobres y marginadas, que es practicada a menudo de manera enga�osa, sin saberlo las interesadas; esto es mucho m�s grave cuando se hacer para conseguir ayudas econ�micas a nivel internacional.

La Iglesia en el Continente se siente comprometida a intensificar su preocupaci�n por la mujeres y a defenderlas � de modo que la sociedad en Am�rica ayude m�s a la vida familiar fundada en el matrimonio, proteja m�s la maternidad y respete m�s la dignidad de todas las mujeres �. 172 Se debe ayudar a las mujeres americanas a tomar parte activa y responsable en la vida y misi�n de la Iglesia, 173 como tambi�n se ha de reconocer la necesidad de la sabidur�a y cooperaci�n de las mujeres en las tareas directivas de la sociedad americana.

Los desaf�os para la familia cristiana

46. Dios Creador, formando al primer var�n y a la primera mujer, y mandando � sed fecundos y multiplicaos � (Gn 1, 28), estableci� definitivamente la familia. De este santuario nace la vida y es aceptada como don de Dios. La Palabra, le�da asiduamente en la familia, la construye poco a poco como iglesia dom�stica y la hace fecunda en humanismo y virtudes cristianas; all� se constituye la fuente de las vocaciones. La vida de oraci�n de la familia en torno a alguna imagen de la Virgen har� que permanezca siempre unida en torno a la Madre, como los disc�pulos de Jes�s (cf. Hch 1, 14) �. 174 Son muchas las insidias que amenazan la solidez de la instituci�n familiar en la mayor parte de los pa�ses de Am�rica, siendo, a la vez, desaf�os para los cristianos. Se deben mencionar, entre otros, el aumento de los divorcios, la difusi�n del aborto, del infanticidio y de la mentalidad contraceptiva. Ante esta situaci�n hay que subrayar � que el fundamento de la vida humana es la relaci�n nupcial entre el marido y la esposa, la cual entre los cristianos es sacramental �. 175

Es urgente, pues, una amplia catequizaci�n sobre el ideal cristiano de la comuni�n conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad. Es necesario prestar mayor atenci�n pastoral al papel de los hombres como maridos y padres, as� como a la responsabilidad que comparten con sus esposas respecto al matrimonio, la familia y la educaci�n de los hijos. No debe omitirse una seria preparaci�n de los j�venes antes del matrimonio, en la que se presente con claridad la doctrina cat�lica, a nivel teol�gico, espiritual y antropol�gico sobre este sacramento. En un Continente caracterizado por un considerable desarrollo demogr�fico, como es Am�rica, deben incrementarse continuamente las iniciativas pastorales dirigidas a las familias.

Para que la familia cristiana sea verdaderamente � iglesia dom�stica �, 176 est� llamada a ser el �mbito en que los padres transmiten la fe, pues ellos � deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo�. 177 En la familia tampoco puede faltar la pr�ctica de la oraci�n en la que se encuentren unidos tanto los c�nyuges entre s�, como con sus hijos. A este respecto, se han de fomentar momentos de vida espiritual en com�n: la participaci�n en la Eucarist�a los d�as festivos, la pr�ctica del sacramento de la Reconciliaci�n, la oraci�n cotidiana en familia y obras concretas de caridad. As� se consolidar� la fidelidad en el matrimonio y la unidad de la familia. En un ambiente familiar con estas caracter�sticas no ser� dif�cil que los hijos sepan descubrir su vocaci�n al servicio de la comunidad y de la Iglesia y que aprendan, especialmente con el ejemplo de sus padres, que la vida familiar es un camino para realizar la vocaci�n universal a la santidad. 178

Los j�venes, esperanza del futuro

47. Los j�venes son una gran fuerza social y evangelizadora. � Constituyen una parte numeros�sima de la poblaci�n en muchas naciones de Am�rica. En el encuentro de ellos con Cristo vivo se fundan la esperanza y la expectativas de un futuro de mayor comuni�n y solidaridad para la Iglesia y las sociedades de Am�rica �. 179 Son evidentes los esfuerzos que las Iglesias particulares realizan en el Continente para acompa�ar a los adolescentes en el proceso catequ�tico antes de la Confirmaci�n y de otras formas de acompa�amiento que les ofrecen para que crezcan en su encuentro con Cristo y en el conocimiento del Evangelio. El proceso de formaci�n de los j�venes debe ser constante y din�mico, adecuado para ayudarles a encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo. Por tanto, la pastoral juvenil ha de ocupar un puesto privilegiado entre las preocupaciones de los Pastores y de las comunidades.

En realidad, son muchos los j�venes americanos que buscan el sentido verdadero de su vida y que tienen sed de Dios, pero muchas veces faltan las condiciones id�neas para realizar sus capacidades y lograr sus aspiraciones. Lamentablemente, la falta de trabajo y de esperanzas de futuro los lleva en algunas ocasiones a la marginaci�n y a la violencia. La sensaci�n de frustraci�n que experimentan por todo ello, los hace abandonar frecuentemente la b�squeda de Dios. Ante esta situaci�n tan compleja, � la Iglesia se compromete a mantener su opci�n pastoral y misionera por los j�venes para que puedan hoy encontrar a Cristo vivo �. 180

La acci�n pastoral de la Iglesia llega a muchos de estos adolescentes y j�venes mediante la animaci�n cristiana de la familia, la catequesis, las instituciones educativas cat�licas y la vida comunitaria de la parroquia. Pero hay otros muchos, especialmente entre los que sufren diversas formas de pobreza, que quedan fuera del campo de la actividad eclesial. Deben ser los j�venes cristianos, formados con una conciencia misionera madura, los ap�stoles de sus coet�neos. Es necesaria una acci�n pastoral que llegue a los j�venes en sus propios ambientes, como el colegio, la universidad, el mundo del trabajo o el ambiente rural, con una atenci�n apropiada a su sensibilidad. En el �mbito parroquial y diocesano ser� oportuno desarrollar tambi�n una acci�n pastoral de la juventud que tenga en cuenta la evoluci�n del mundo de los j�venes, que busque el di�logo con ellos, que no deje pasar las ocasiones propicias para encuentros m�s amplios, que aliente las iniciativas locales y aproveche tambi�n lo que ya se realiza en el �mbito interdiocesano e internacional.

Y, �qu� hacer ante los j�venes que manifiestan comportamientos adolescentes de una cierta inconstancia y dificultad para asumir compromisos serios para siempre? Ante esta carencia de madurez es necesario invitar a los j�venes a ser valientes, ayud�ndoles a apreciar el valor del compromiso para toda la vida, como es el caso del sacerdocio, de la vida consagrada y del matrimonio cristiano. 181

Acompa�ar al ni�o en su encuentro con Cristo

48. Los ni�os son don y signo de la presencia de Dios. � Hay que acompa�ar al ni�o en su encuentro con Cristo, desde su bautismo hasta su primera comuni�n, ya que forma parte de la comunidad viviente de fe, esperanza y caridad �. 182 La Iglesia agradece la labor de los padres, maestros, agentes pastorales, sociales y sanitarios, y de todos aquellos que sirven a la familia y a los ni�os con la misma actitud de Jesucristo que dijo: � Dejad que los ni�os vengan a m�, y no se lo impid�is porque de los que son como �stos es el Reino de los Cielos � (Mt 19, 14).

Con raz�n los Padres sinodales lamentan y condenan la condici�n dolorosa de muchos ni�os en toda Am�rica, privados de la dignidad y la inocencia e incluso de la vida. � Esta condici�n incluye la violencia, la pobreza, la carencia de casa, la falta de un adecuado cuidado de sanidad y educaci�n, los da�os de las drogas y del alcohol, y otros estados de abandono y de abuso �. 183 A este respecto, en el S�nodo se hizo menci�n especial de la problem�tica del abuso sexual de los ni�os y de la prostituci�n infantil, y los Padres lanzaron un urgente llamado � a todos los que est�n en posiciones de autoridad en la sociedad, para que realicen, como cosa prioritaria, todo lo que est� en su poder, para aliviar el dolor de los ni�os en Am�rica�. 184

Elementos de comuni�n con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales

49. Entre la Iglesia cat�lica y las otras Iglesias y Comunidades eclesiales existe un esfuerzo de comuni�n que tiene su ra�z en el Bautismo administrado en cada una de ellas. 185 Este esfuerzo se alimenta mediante la oraci�n, el di�logo y la acci�n com�n. Los Padres sinodales han querido expresar una voluntad especial de � cooperaci�n al di�logo ya comenzado con la Iglesia ortodoxa, con la que tenemos en com�n muchos elementos de fe, de vida sacramental y de piedad �. 186 Las propuestas concretas de la Asamblea sinodal sobre el conjunto de las Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas no cat�licas son m�ltiples. Se propone, en primer lugar, � que los cristianos cat�licos, Pastores y fieles, fomenten el encuentro de los cristianos de las diversas confesiones, en la cooperaci�n, en nombre del Evangelio, para responder al clamor de los pobres, con la promoci�n de la justicia, la oraci�n com�n por la unidad y la participaci�n en la Palabra de Dios y la experiencia de la fe en Cristo vivo �. 187 Deben tambi�n alentarse, cuando sea oportuno y conveniente, las reuniones de expertos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales para facilitar el di�logo ecum�nico. El ecumenismo ha de ser objeto de reflexi�n y de comunicaci�n de experiencias entre las diversas Conferencias Episcopales cat�licas del Continente.

Si bien el Concilio Vaticano II se refiere a todos los bautizados y creyentes en Cristo � como hermanos en el Se�or �, 188 es necesario distinguir con claridad las comunidades cristianas, con las cuales es posible establecer relaciones inspiradas en el esp�ritu del ecumenismo, de las sectas, cultos y otros movimientos pseudoreligiosos.

Relaci�n de la Iglesia con las comunidades jud�as

50. En la sociedad americana existen tambi�n comunidades jud�as con las que la Iglesia ha llevado a cabo en estos �ltimos a�os una colaboraci�n creciente. 189 En la historia de la salvaci�n es evidente nuestra especial relaci�n con el pueblo jud�o. De ese pueblo naci� Jes�s, quien dio comienzo a su Iglesia dentro de la Naci�n jud�a. Gran parte de la Sagrada Escritura que los cristianos leemos como palabra de Dios, constituye un patrimonio espiritual com�n con los jud�os. 190 Se ha de evitar, pues, toda actitud negativa hacia ellos, ya que � para bendecir al mundo es necesario que los jud�os y los cristianos sean previamente bendici�n los unos para los otros. 191

Religiones no cristianas

51. Respecto a las religiones no cristianas, la Iglesia cat�lica no rechaza nada de lo que en ellas hay de verdadero y santo. 192 Por ello, con respecto a las otras religiones, los cat�licos quieren subrayar los elementos de verdad dondequiera que puedan encontrarse, pero a la vez testifican fuertemente la novedad de la revelaci�n de Cristo, custodiada en su integridad por la Iglesia. 193 En coherencia con esta actitud, los cat�licos rechazan como extra�a al esp�ritu de Cristo toda discriminaci�n o persecuci�n contra las personas por motivos de raza, color, condici�n de vida o religi�n. La diferencia de religi�n nunca debe ser causa de violencia o de guerra. Al contrario, las personas de creencias diversas deben sentirse movidas, precisamente por su adhesi�n a las mismas, a trabajar juntas por la paz y la justicia.

� Los musulmanes, como los cristianos y los jud�os, llaman a Abraham, padre suyo. Este hecho debe asegurar que en toda Am�rica estas tres comunidades vivan arm�nicamente y trabajen juntas por el bien com�n. Igualmente, la Iglesia en Am�rica debe esforzarse por aumentar el mutuo respeto y las buenas relaciones con las religiones nativas americanas �. 194 La misma actitud debe tenerse con los grupos hinduistas y budistas o de otras religiones que las recientes inmigraciones, procedentes de pa�ses orientales, han llevado al suelo americano.

CAPITULO V

CAMINO PARA LA SOLIDARIDAD

� En esto conocer�n todos que sois disc�pulos m�os: si os ten�is amor los unos a los otros � (Jn 13, 35)

La solidaridad, fruto de la comuni�n

52. � En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos m�os m�s peque�os, a m� me lo hicisteis � (Mt 25, 40; cf. 25, 45). La conciencia de la comuni�n con Jesucristo y con los hermanos, que es, a su vez, fruto de la conversi�n, lleva a servir al pr�jimo en todas sus necesidades, tanto materiales como espirituales, para que en cada hombre resplandezca el rostro de Cristo. Por eso, � la solidaridad es fruto de la comuni�n que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los m�s necesitados �. 195

De aqu� deriva para las Iglesias particulares del Continente americano el deber de la rec�proca solidaridad y de compartir sus dones espirituales y los bienes materiales con que Dios las ha bendecido, favoreciendo la disponibilidad de las personas para trabajar donde sea necesario. Partiendo del Evangelio se ha de promover una cultura de la solidaridad que incentive oportunas iniciativas de ayuda a los pobres y a los marginados, de modo especial a los refugiados, los cuales se ven forzados a dejar sus pueblos y tierras para huir de la violencia. La Iglesia en Am�rica ha de alentar tambi�n a los organismos internacionales del Continente con el fin de establecer un orden econ�mico en el que no domine s�lo el criterio del lucro, sino tambi�n el de la b�squeda del bien com�n nacional e internacional, la distribuci�n equitativa de los bienes y la promoci�n integral de los pueblos. 196

La doctrina de la Iglesia, expresi�n de las exigencias de la conversi�n

53. Mientras el relativismo y el subjetivismo se difunden de modo preocupante en el campo de la doctrina moral, la Iglesia en Am�rica est� llamada a anunciar con renovada fuerza que la conversi�n consiste en la adhesi�n a la persona de Jesucristo, con todas las implicaciones teol�gicas y morales ilustradas por el Magisterio eclesial. Hay que reconocer, � el papel que realizan, en esta l�nea, los te�logos, los catequistas y los profesores de religi�n que, exponiendo la doctrina de la Iglesia con fidelidad al Magisterio, cooperan directamente en la recta formaci�n de la conciencia de los fieles �. 197 Si creemos que Jes�s es la Verdad (cf. Jn 14, 6) desearemos ardientemente ser sus testigos para acercar a nuestros hermanos a la verdad plena que est� en el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por la salvaci�n del g�nero humano. � De este modo podremos ser, en este mundo, l�mparas vivas de fe, esperanza y caridad �. 198

Doctrina social de la Iglesia

54. Ante los graves problemas de orden social que, con caracter�sticas diversas, existen en toda Am�rica, el cat�lico sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia la respuesta de la que partir para buscar soluciones concretas. Difundir esta doctrina constituye, pues, una verdadera prioridad pastoral. Para ello es importante � que en Am�rica los agentes de evangelizaci�n (Obispos, sacerdotes, profesores, animadores pastorales, etc.) asimilen este tesoro que es la doctrina social de la Iglesia, e, iluminados por ella, se hagan capaces de leer la realidad actual y de buscar v�as para la acci�n �. 199 A este respecto, hay que fomentar la formaci�n de fieles laicos capaces de trabajar, en nombre de la fe en Cristo, para la transformaci�n de las realidades terrenas. Adem�s, ser� oportuno promover y apoyar el estudio de esta doctrina en todos los �mbitos de las Iglesias particulares de Am�rica y, sobre todo, en el universitario, para que sea conocida con mayor profundidad y aplicada en la sociedad americana.

Para alcanzar este objetivo ser�a muy �til un compendio o s�ntesis autorizada de la doctrina social cat�lica, incluso un � catecismo �, que muestre la relaci�n existente entre ella y la nueva evangelizaci�n. La parte que el Catecismo de la Iglesia Cat�lica dedica a esta materia, a prop�sito del s�ptimo mandamiento del Dec�logo, podr�a ser el punto de partida de este � Catecismo de doctrina social cat�lica �. Naturalmente, como ha sucedido con el Catecismo de la Iglesia Cat�lica, se limitar�a a formular los principios generales, dejando a aplicaciones posteriores el tratar sobre los problemas relacionados con las diversas situaciones locales. 200

En la doctrina social de la Iglesia ocupa un lugar importante el derecho a un trabajo digno. Por esto, ante las altas tasas de desempleo que afectan a muchos pa�ses americanos y ante las duras condiciones en que se encuentran no pocos trabajadores en la industria y en el campo, � es necesario valorar el trabajo como dimensi�n de realizaci�n y de dignidad de la persona humana. Es una responsabilidad �tica de una sociedad organizada promover y apoyar una cultura del trabajo�. 201

Globalizaci�n de la solidaridad

55. El complejo fen�meno de la globalizaci�n, como he recordado m�s arriba, es una de las caracter�sticas del mundo actual, perceptible especialmente en Am�rica. Dentro de esta realidad polifac�tica, tiene gran importancia el aspecto econ�mico. Con su doctrina social, la Iglesia ofrece una valiosa contribuci�n a la problem�tica que presenta la actual econom�a globalizada. Su visi�n moral en esta materia � se apoya en las tres piedras angulares fundamentales de la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiariedad �. 202 La econom�a globalizada debe ser analizada a la luz de los principios de la justicia social, respetando la opci�n preferencial por los pobres, que han de ser capacitados para protegerse en una econom�a globalizada, y ante las exigencias del bien com�n internacional. En realidad, � la doctrina social de la Iglesia es la visi�n moral que intenta asistir a los gobiernos, a las instituciones y las organizaciones privadas para que configuren un futuro congruente con la dignidad de cada persona. A trav�s de este prisma se pueden valorar las cuestiones que se refieren a la deuda externa de las naciones, a la corrupci�n pol�tica interna y a la discriminaci�n dentro [de la propia naci�n] y entre las naciones �. 203

La Iglesia en Am�rica est� llamada no s�lo a promover una mayor integraci�n entre las naciones, contribuyendo de este modo a crear una verdadera cultura globalizada de la solidaridad, 204 sino tambi�n a colaborar con los medios leg�timos en la reducci�n de los efectos negativos de la globalizaci�n, como son el dominio de los m�s fuertes sobre los m�s d�biles, especialmente en el campo econ�mico, y la p�rdida de los valores de las culturas locales en favor de una mal entendida homogeneizaci�n.

Pecados sociales que claman al cielo

56. A la luz de la doctrina social de la Iglesia se aprecia tambi�n, m�s claramente, la gravedad de � los pecados sociales que claman al cielo, porque generan violencia, rompen la paz y la armon�a entre las comunidades de una misma naci�n, entre las naciones y entre las diversas partes del Continente �. 205 Entre estos pecados se deben recordar, � el comercio de drogas, el lavado de las ganancias il�citas, la corrupci�n en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminaci�n racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucci�n de la naturaleza �. 206 Estos pecados manifiestan una profunda crisis debido a la p�rdida del sentido de Dios y a la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en un af�n ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visi�n evang�lica de la realidad social.

No pocas veces, esto provoca que algunas instancias p�blicas se despreocupen de la situaci�n social. Cada vez m�s, en muchos pa�ses americanos impera un sistema conocido como � neoliberalismo �; sistema que haciendo referencia a una concepci�n economicista del hombre, considera las ganancias y las leyes del mercado como par�metros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas y los pueblos. Dicho sistema se ha convertido, a veces, en una justificaci�n ideol�gica de algunas actitudes y modos de obrar en el campo social y pol�tico, que causan la marginaci�n de los m�s d�biles. De hecho, los pobres son cada vez m�s numerosos, v�ctimas de determinadas pol�ticas y de estructuras frecuentemente injustas. 207

La mejor respuesta, desde el Evangelio, a esta dram�tica situaci�n es la promoci�n de la solidaridad y de la paz, que hagan efectivamente realidad la justicia. Para esto se ha de alentar y ayudar a aquellos que son ejemplo de honradez en la administraci�n del erario p�blico y de la justicia. Igualmente se ha de apoyar el proceso de democratizaci�n que est� en marcha en Am�rica, 208 ya que en un sistema democr�tico son mayores las posibilidades de control que permiten evitar los abusos.

� El Estado de Derecho es la condici�n necesaria para establecer una verdadera democracia �. 209 Para que �sta se pueda desarrollar, se precisa la educaci�n c�vica as� como la promoci�n del orden p�blico y de la paz en la convivencia civil. En efecto, � no hay una democracia verdadera y estable sin justicia social. Para esto es necesario que la Iglesia preste mayor atenci�n a la formaci�n de la conciencia, prepare dirigentes sociales para la vida publica en todos los niveles, promueva la educaci�n �tica, la observancia de la ley y de los derechos humanos y emplee un mayor esfuerzo en la formaci�n �tica de la clase pol�tica �. 210

El fundamento �ltimo de los derechos humanos

57. Conviene recordar que el fundamento sobre el que se basan todos los derechos humanos es la dignidad de la persona. En efecto, � la mayor obra divina, el hombre, es imagen y semejanza de Dios. Jes�s asumi� nuestra naturaleza menos el pecado; promovi� y defendi� la dignidad de toda persona humana sin excepci�n alguna; muri� por la libertad de todos. El Evangelio nos muestra c�mo Jesucristo subray� la centralidad de la persona humana en el orden natural (cf. Lc 12, 22-29), en el orden social y en el orden religioso, incluso respecto a la Ley (cf. Mc 2, 27); defendiendo el hombre y tambi�n la mujer (cf. Jn 8, 11) y los ni�os (cf. Mt 19, 13-15), que en su tiempo y en su cultura ocupaban un lugar secundario en la sociedad. De la dignidad del hombre en cuanto hijo de Dios nacen los derechos humanos y las obligaciones�. 211 Por esta raz�n, � todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen�. 212 Esta dignidad es com�n a todos los hombres sin excepci�n, ya que todos han sido creados a imagen de Dios (cf. Gn 1, 26). La respuesta de Jes�s a la pregunta � �Qui�n es mi pr�jimo? � (Lc 10, 29) exige de cada uno una actitud de respeto por la dignidad del otro y de cuidado sol�cito hacia �l, aunque se trate de un extranjero o un enemigo (cf. Lc 10, 30-37). En toda Am�rica la conciencia de la necesidad de respetar los derechos humanos ha ido creciendo en estos �ltimos tiempos, sin embargo todav�a queda mucho por hacer, si se consideran las violaciones de los derechos de personas y de grupos sociales que a�n se dan en el Continente.

Amor preferencial por los pobres y marginados

58. � La Iglesia en Am�rica debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados de todo g�nero. Su actitud debe incluir la asistencia, promoci�n, liberaci�n y aceptaci�n fraterna. La Iglesia pretende que no haya en absoluto marginados �. 213 El recuerdo de los cap�tulos oscuros de la historia de Am�rica relativos a la existencia de la esclavitud y de otras situaciones de discriminaci�n social, ha de suscitar un sincero deseo de conversi�n que lleve a la reconciliaci�n y a la comuni�n.

La atenci�n a los m�s necesitados surge de la opci�n de amar de manera preferencial a los pobres. Se trata de un amor que no es exclusivo y no puede ser pues interpretado como signo de particularismo o de sectarismo; 214 amando a los pobres el cristiano imita las actitudes del Se�or, que en su vida terrena se dedic� con sentimientos de compasi�n a las necesidades de las personas espiritual y materialmente indigentes.

La actividad de la Iglesia en favor de los pobres en todas las partes del Continente es importante; no obstante hay que seguir trabajando para que esta l�nea de acci�n pastoral sea cada vez m�s un camino para el encuentro con Cristo, el cual, siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). Se debe intensificar y ampliar cuanto se hace ya en este campo, intentando llegar al mayor n�mero posible de pobres. La Sagrada Escritura nos recuerda que Dios escucha el clamor de los pobres (cf. Sal 34 [33],7) y la Iglesia ha de estar atenta al clamor de los m�s necesitados. Escuchando su voz, � la Iglesia debe vivir con los pobres y participar de sus dolores. [...] Debe finalmente testificar por su estilo de vida que sus prioridades, sus palabras y sus acciones, y ella misma est� en comuni�n y solidaridad con ellos �. 215

La deuda externa

59. La existencia de una deuda externa que asfixia a muchos pueblos del Continente americano es un problema complejo. Aun sin entrar en sus numerosos aspectos, la Iglesia en su solicitud pastoral no puede ignorar este problema, ya que afecta a la vida de tantas personas. Por eso, diversas Conferencias Episcopales de Am�rica, conscientes de su gravedad, han organizado estudios sobre el mismo y publicado documentos para buscar soluciones eficaces. 216 Yo he expresado tambi�n varias veces mi preocupaci�n por esta situaci�n, que en algunos casos se ha hecho insostenible. En la perspectiva del ya pr�ximo Gran Jubileo del a�o 2000 y recordando el sentido social que los Jubileos ten�an en el Antiguo Testamento, escrib�: � As�, en el esp�ritu del Libro del Lev�tico (25, 8-12), los cristianos deber�n hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas en una notable reducci�n, si no en una total condonaci�n, de la deuda internacional que grava sobre el destino de muchas naciones �. 217

Reitero mi deseo, hecho propio por los Padres sinodales, de que el Pontificio Consejo � Justicia y Paz �, junto con otros organismos competentes, como es la secci�n para las Relaciones con los Estados de la Secretar�a de Estado, � busque, en el estudio y el di�logo con representantes del Primer Mundo y con responsables del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, v�as de soluci�n para el problema de la deuda externa y normas que impidan la repetici�n de tales situaciones con ocasi�n de futuros pr�stamos �. 218 Al nivel m�s amplio posible, ser�a oportuno que � expertos en econom�a y cuestiones monetarias, de fama internacional, procedieran a un an�lisis cr�tico del orden econ�mico mundial, en sus aspectos positivos y negativos, de modo que se corrija el orden actual, y propongan un sistema y mecanismos capaces de promover el desarrollo integral y solidario de las personas y los pueblos �. 219

Lucha contra la corrupci�n

60. En Am�rica el fen�meno de la corrupci�n est� tambi�n ampliamente extendido. La Iglesia puede contribuir eficazmente a erradicar este mal de la sociedad civil con � una mayor presencia de cristianos laicos cualificados que, por su origen familiar, escolar y parroquial, promuevan la pr�ctica de valores como la verdad, la honradez, la laboriosidad y el servicio del bien com�n �. 220 Para lograr este objetivo y tambi�n para iluminar a todos los hombres de buena voluntad, deseosos de poner fin a los males derivados de la corrupci�n, hay que ense�ar y difundir lo m�s posible la parte que corresponde a este tema en el Catecismo de la Iglesia Cat�lica, promoviendo al mismo tiempo entre los cat�licos de cada Naci�n el conocimiento de los documentos publicados al respecto por las Conferencias Episcopales de las otras Naciones. 221 Los cristianos as� formados contribuir�n significativamente a la soluci�n de este problema, esforz�ndose en llevar a la pr�ctica la doctrina social de la Iglesia en todos los aspectos que afecten a sus vidas y en aquellos otros a los que pueda llegar su influjo.

El problema de las drogas

61. En relaci�n con el grave problema del comercio de drogas, la Iglesia en Am�rica puede colaborar eficazmente con los responsables de las Naciones, los directivos de empresas privadas, las organizaciones no gubernamentales y las instancias internacionales para desarrollar proyectos que eliminen este comercio que amenaza la integridad de los pueblos en Am�rica. 222 Esta colaboraci�n debe extenderse a los �rganos legislativos, apoyando las iniciativas que impidan el � blanqueo de dinero �, favorezcan el control de los bienes de quienes est�n implicados en este tr�fico y vigilen que la producci�n y comercio de las sustancias qu�micas para la elaboraci�n de drogas se realicen seg�n las normas legales. La urgencia y gravedad del problema hacen apremiante un llamado a los diversos ambientes y grupos de la sociedad civil para luchar unidos contra el comercio de la droga. 223 Por lo que respecta espec�ficamente a los Obispos, es necesario —seg�n una sugerencia de los Padres sinodales— que ellos mismos, como Pastores del pueblo de Dios, denuncien con valent�a y con fuerza el hedonismo, el materialismo y los estilos de vida que llevan f�cilmente a la droga. 224

Hay que tener tambi�n presente que se debe ayudar a los agricultores pobres para que no caigan en la tentaci�n del dinero f�cil obtenible con el cultivo de las plantas de las que se extraen las drogas. A este respecto, las Organizaciones internacionales pueden prestar una colaboraci�n preciosa a los Gobiernos nacionales favoreciendo, con incentivos diversos, las producciones agr�colas alternativas. Se ha de alentar tambi�n la acci�n de quienes se esfuerzan en sacar de la droga a los que la usan, dedicando una atenci�n pastoral a las v�ctimas de la t�xicodependencia. Tiene una importancia fundamental ofrecer el verdadero � sentido de la vida � a las nuevas generaciones, que por carencia del mismo acaban por caer frecuentemente en la espiral perversa de los estupefacientes. Este trabajo de recuperaci�n y rehabilitaci�n social puede ser tambi�n una verdadera y propia tarea de evangelizaci�n. 225

La carrera de armamentos

62. Un factor que paraliza gravemente el progreso de no pocas naciones de Am�rica es la carrera de armamentos. Desde las Iglesias particulares de Am�rica debe alzarse una voz prof�tica que denuncie tanto el armamentismo como el escandaloso comercio de armas de guerra, el cual emplea sumas ingentes de dinero que deber�an, en cambio, destinarse a combatir la miseria y a promover el desarrollo. 226 Por otra parte, la acumulaci�n de armamentos es un factor de inestabilidad y una amenaza para la paz. 227 Por esto, la Iglesia est� vigilante ante el riesgo de conflictos armados, incluso, entre naciones hermanas. Ella, como signo e instrumento de reconciliaci�n y paz, ha de procurar � por todos los medios posibles, tambi�n por el camino de la mediaci�n y del arbitraje, actuar en favor de la paz y de la fraternidad entre los pueblos �. 228

Cultura de la muerte y sociedad dominada por los poderosos

63. Hoy en Am�rica, como en otras partes del mundo, parece perfilarse un modelo de sociedad en la que dominan los poderosos, marginando e incluso eliminando a los d�biles. Pienso ahora en los ni�os no nacidos, v�ctimas indefensas del aborto; en los ancianos y enfermos incurables, objeto a veces de la eutanasia; y en tantos otros seres humanos marginados por el consumismo y el materialismo. No puedo ignorar el recurso no necesario a la pena de muerte cuando otros � medios incruentos bastan para defender y proteger la seguridad de las personas contra el agresor [...] En efecto, hoy, teniendo en cuenta las posibilidades de que dispone el Estado para reprimir eficazmente el crimen dejando inofensivo a quien lo ha cometido, sin quitarle definitivamente la posibilidad de arrepentirse, los casos de absoluta necesidad de eliminar al reo "son ya muy raros, por no decir pr�cticamente inexistentes" �. 229 Semejante modelo de sociedad se caracteriza por la cultura de la muerte y, por tanto, en contraste con el mensaje evang�lico. Ante esta desoladora realidad, la Comunidad eclesial trata de comprometerse cada vez m�s en defender la cultura de la vida.

Por ello, los Padres sinodales, haci�ndose eco de los recientes documentos del Magisterio de la Iglesia, han subrayado con vigor la incondicionada reverencia y la total entrega a favor de la vida humana desde el momento de la concepci�n hasta el momento de la muerte natural, y expresan la condena de males como el aborto y la eutanasia. Para mantener estas doctrinas de la ley divina y natural, es esencial promover el conocimiento de la doctrina social de la Iglesia, y comprometerse para que los valores de la vida y de la familia sean reconocidos y defendidos en el �mbito social y en la legislaci�n del Estado. 230 Adem�s de la defensa de la vida, se ha de intensificar, a trav�s de m�ltiples instituciones pastorales, una activa promoci�n de las adopciones y una constante asistencia a las mujeres con problemas por su embarazo, tanto antes como despu�s del nacimiento del hijo. Se ha de dedicar adem�s una especial atenci�n pastoral a las mujeres que han padecido o procurado activamente el aborto. 231

Doy gracias a Dios y manifiesto mi vivo aprecio a los hermanos y hermanas en la fe que en Am�rica, unidos a otros cristianos y a innumerables personas de buena voluntad, est�n comprometidos a defender con los medios legales la vida y a proteger al no nacido, al enfermo incurable y a los discapacitados. Su acci�n es a�n m�s laudable si se consideran la indiferencia de muchos, las insidias eugen�sicas y los atentados contra la vida y la dignidad humana, que diariamente se cometen por todas partes. 232

Esta misma solicitud se ha de tener con los ancianos, a veces descuidados y abandonados. Ellos deben ser respetados como personas. Es importante poner en pr�ctica para ellos iniciativas de acogida y asistencia que promuevan sus derechos y aseguren, en la medida de lo posible, su bienestar f�sico y espiritual. Los ancianos deben ser protegidos de las situaciones y presiones que podr�an empujarlos al suicidio; en particular han de ser sostenidos contra la tentaci�n del suicidio asistido y de la eutanasia.

Junto con los Pastores del pueblo de Dios en Am�rica, dirijo un llamado a � los cat�licos que trabajan en el campo m�dico-sanitario y a quienes ejercen cargos p�blicos, as� como a los que se dedican a la ense�anza, para que hagan todo lo posible por defender las vidas que corren m�s peligro, actuando con una conciencia rectamente formada seg�n la doctrina cat�lica. Los Obispos y los presb�teros tienen, en este sentido, la especial responsabilidad de dar testimonio incansable en favor del Evangelio de la vida y de exhortar a los fieles para que act�en en consecuencia �. 233 Al mismo tiempo, es preciso que la Iglesia en Am�rica ilumine con oportunas intervenciones la toma de decisiones de los cuerpos legislativos, animando a los ciudadanos, tanto a los cat�licos como a los dem�s hombres de buena voluntad, a crear organizaciones para promover buenos proyectos de ley y as� se impidan aquellos otros que amenazan a la familia y la vida, que son dos realidades inseparables. En nuestros d�as hay que tener especialmente presente todo lo que se refiere a la investigaci�n embrionaria, para que de ning�n modo se vulnere la dignidad humana.

Los pueblos ind�genas y los americanos de origen africano

64. Si la Iglesia en Am�rica, fiel al Evangelio de Cristo, desea recorre el camino de la solidaridad, debe dedicar una especial atenci�n a aquellas etnias que todav�a hoy son objeto de discriminaciones injustas. En efecto, hay que erradicar todo intento de marginaci�n contra las poblaciones ind�genas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contra�dos con ellos; igualmente, hay que atender a sus leg�timas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habr� que recordar la necesidad de reconciliaci�n entre los pueblos ind�genas y las sociedades en las que viven.

Quiero recordar ahora que los americanos de origen africano siguen sufriendo tambi�n, en algunas partes, prejuicios �tnicos, que son un obst�culo importante para su encuentro con Cristo. Ya que todas las personas, de cualquier raza y condici�n, han sido creadas por Dios a su imagen, conviene promover programas concretos, en los que no debe faltar la oraci�n en com�n, los cuales favorezcan la comprensi�n y reconciliaci�n entre pueblos diversos, tendiendo puentes de amor cristiano, de paz y de justicia entre todos los hombres. 234

Para lograr estos objetivos es indispensable formar agentes pastorales competentes, capaces de usar m�todos ya � inculturados � leg�timamente en la catequesis y en la liturgia. As� tambi�n, se conseguir� mejor un n�mero adecuado de pastores que desarrollen sus actividades entre los ind�genas, si se promueven las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada entre dichos pueblos. 235

La problem�tica de los inmigrados

65. El Continente americano ha conocido en su historia muchos movimientos de inmigraci�n, que llevaron multitud de hombres y mujeres a las diversas regiones con la esperanza de un futuro mejor. El fen�meno contin�a tambi�n hoy y afecta concretamente a numerosas personas y familias procedentes de Naciones latinoamericanas del Continente, que se han instalado en las regiones del Norte, constituyendo en algunos casos una parte considerable de la poblaci�n. A menudo llevan consigo un patrimonio cultural y religioso, rico de significativos elementos cristianos. La Iglesia es consciente de los problemas provocados por esta situaci�n y se esfuerza en desarrollar una verdadera atenci�n pastoral entre dichos inmigrados, para favorecer su asentamiento en el territorio y para suscitar, al mismo tiempo, una actitud de acogida por parte de las poblaciones locales, convencida de que la mutua apertura ser� un enriquecimiento para todos.

Las comunidades eclesiales procurar�n ver en este fen�meno un llamado espec�fico a vivir el valor evang�lico de la fraternidad y a la vez una invitaci�n a dar un renovado impulso a la propia religiosidad para una acci�n evangelizadora m�s incisiva. En este sentido, los Padres sinodales consideran que � la Iglesia en Am�rica debe ser abogada vigilante que proteja, contra todas las restricciones injustas, el derecho natural de cada persona a moverse libremente dentro de su propia naci�n y de una naci�n a otra. Hay que estar atentos a los derechos de los emigrantes y de sus familias, y al respeto de su dignidad humana, tambi�n en los casos de inmigraciones no legales �. 236

Con respecto a los inmigrantes, es necesaria una actitud hospitalaria y acogedora, que los aliente a integrarse en la vida eclesial, salvaguardando siempre su libertad y su peculiar identidad cultural. A este fin es muy importante la colaboraci�n entre las di�cesis de las que proceden y aquellas en las que son acogidos, tambi�n mediante las espec�ficas estructuras pastorales previstas en la legislaci�n y en la praxis de la Iglesia. 237 Se puede asegurar as� la atenci�n pastoral m�s adecuada posible e integral. La Iglesia en Am�rica debe estar impulsada por la constante solicitud de que no falte una eficaz evangelizaci�n a los que han llegado recientemente y no conocen todav�a a Cristo. 238

CAPITULO VI

LA MISION DE LA IGLESIA HOY EN AMERICA: LA NUEVA EVANGELIZACION

� Como el Padre me envi�, tambi�n yo os env�o � (Jn 20, 21)

Enviados por Cristo

66. Cristo resucitado, antes de su ascensi�n al cielo, envi� a los Ap�stoles a anunciar el Evangelio al mundo entero (cf. Mc 16, 15), confiri�ndoles los poderes necesarios para realizar esta misi�n. Es significativo que, antes de darles el �ltimo mandato misionero, Jes�s se refiriera al poder universal recibido del Padre (cf. Mt 28, 18). En efecto, Cristo transmiti� a los Ap�stoles la misi�n recibida del Padre (cf. Jn 20, 21), haci�ndolos as� part�cipes de sus poderes. Pero tambi�n � los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocaci�n y misi�n de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciaci�n cristiana y por los dones del Esp�ritu Santo�. 239 En efecto, ellos han sido � hechos part�cipes, a su modo, de la funci�n sacerdotal, prof�tica y real de Cristo �. 240 Por consiguiente, � los fieles laicos —por su participaci�n en el oficio prof�tico de Cristo— est�n plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia �, 241 y por ello deben sentirse llamados y enviados a proclamar la Buena Nueva del Reino. Las palabras de Jes�s: � Id tambi�n vosotros a mi vi�a � (Mt 20, 4), 242 deben considerarse dirigidas no s�lo a los Ap�stoles, sino a todos los que desean ser verdaderos disc�pulos del Se�or.

La tarea fundamental a la que Jes�s env�a a sus disc�pulos es el anuncio de la Buena Nueva, es decir, la evangelizaci�n (cf. Mc 16, 15-18). De ah� que, � evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocaci�n propia de la Iglesia, su identidad m�s profunda �. 243 Como he manifestado en otras ocasiones, la singularidad y novedad de la situaci�n en la que el mundo y la Iglesia se encuentran, a las puertas del Tercer milenio, y las exigencias que de ello se derivan, hacen que la misi�n evangelizadora requiera hoy un programa tambi�n nuevo que puede definirse en su conjunto como � nueva evangelizaci�n�. 244 Como Pastor supremo de la Iglesia deseo fervientemente invitar a todos los miembros del pueblo de Dios, y particularmente a los que viven en el Continente americano —donde por vez primera hice un llamado a un compromiso nuevo � en su ardor, en sus m�todos, en su expresi�n � 245— a asumir este proyecto y a colaborar en �l. Al aceptar esta misi�n, todos deben recordar que el n�cleo vital de la nueva evangelizaci�n ha de ser el anuncio claro e inequ�voco de la persona de Jesucristo, es decir, el anuncio de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del Reino que �l nos ha conquistado a trav�s de su misterio pascual. 246

Jesucristo, � buena nueva � y primer evangelizador

67. Jesucristo es la � buena nueva � de la salvaci�n comunicada a los hombres de ayer, de hoy y de siempre; pero al mismo tiempo es tambi�n el primer y supremo evangelizador. 247 La Iglesia debe centrar su atenci�n pastoral y su acci�n evangelizadora en Jesucristo crucificado y resucitado. � Todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y de su Evangelio �. 248 Por lo cual, � la Iglesia en Am�rica debe hablar cada vez m�s de Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre. Este anuncio es el que realmente sacude a los hombres, despierta y transforma los �nimos, es decir, convierte. Cristo ha de ser anunciado con gozo y con fuerza, pero principalmente con el testimonio de la propia vida�. 249

Cada cristiano podr� llevar a cabo eficazmente su misi�n en la medida en que asuma la vida del Hijo de Dios hecho hombre como el modelo perfecto de su acci�n evangelizadora. La sencillez de su estilo y sus opciones han de ser normativas para todos en la tarea de la evangelizaci�n. En esta perspectiva, los pobres han de ser considerados ciertamente entre los primeros destinatarios de la evangelizaci�n, a semejanza de Jes�s, que dec�a de s� mismo: � El Esp�ritu del Se�or [...] me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva � (Lc 4, 18). 250

Como ya he indicado antes, el amor por los pobres ha de ser preferencial, pero no excluyente. El haber descuidado —como se�alaron los Padres sinodales— la atenci�n pastoral de los ambientes dirigentes de la sociedad, con el consiguiente alejamiento de la Iglesia de no pocos de ellos, 251 se debe, en parte, a un planteamiento del cuidado pastoral de los pobres con un cierto exclusivismo. Los da�os derivados de la difusi�n del secularismo en dichos ambientes, tanto pol�ticos, como econ�micos, sindicales, militares, sociales o culturales, muestran la urgencia de una evangelizaci�n de los mismos, la cual debe ser alentada y guiada por los Pastores, llamados por Dios para atender a todos. Es necesario evangelizar a los dirigentes, hombres y mujeres, con renovado ardor y nuevos m�todos, insistiendo principalmente en la formaci�n de sus conciencias mediante la doctrina social de la Iglesia. Esta formaci�n ser� el mejor ant�doto frente a tantos casos de incoherencia y, a veces, de corrupci�n que afectan a las estructuras sociopol�ticas. Por el contrario, si se descuida esta evangelizaci�n de los dirigentes, no debe sorprender que muchos de ellos sigan criterios ajenos al Evangelio y, a veces, abiertamente contrarios a �l. A pesar de todo, y en claro contraste con quienes carecen de una mentalidad cristiana, hay que reconocer � los intentos de no pocos [...] dirigentes por construir una sociedad justa y solidaria �. 252

El encuentro con Cristo lleva a evangelizar

68. El encuentro con el Se�or produce una profunda transformaci�n de quienes no se cierran a �l. El primer impulso que surge de esta transformaci�n es comunicar a los dem�s la riqueza adquirida en la experiencia de este encuentro. No se trata s�lo de ense�ar lo que hemos conocido, sino tambi�n, como la mujer samaritana, de hacer que los dem�s encuentren personalmente a Jes�s: � Venid a ver � (Jn 4, 29). El resultado ser� el mismo que se verific� en el coraz�n de los samaritanos, que dec�an a la mujer: � Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos o�do y sabemos que �ste es verdaderamente el Salvador del mundo � (Jn 4, 42). La Iglesia, que vive de la presencia permanente y misteriosa de su Se�or resucitado, tiene como centro de su misi�n � llevar a todos los hombres al encuentro con Jesucristo �. 253

Ella est� llamada a anunciar que Cristo vive realmente, es decir, que el Hijo de Dios, que se hizo hombre, muri� y resucit�, es el �nico Salvador de todos los hombres y de todo el hombre, y que como Se�or de la historia contin�a operante en la Iglesia y en el mundo por medio de su Esp�ritu hasta la consumaci�n de los siglos. La presencia del Resucitado en la Iglesia hace posible nuestro encuentro con �l, gracias a la acci�n invisible de su Esp�ritu vivificante. Este encuentro se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia, cuerpo m�stico de Cristo. Este encuentro, pues, tiene esencialmente una dimensi�n eclesial y lleva a un compromiso de vida. En efecto, � encontrar a Cristo vivo es aceptar su amor primero, optar por �l, adherir libremente a su persona y proyecto, que es el anuncio y la realizaci�n del Reino de Dios �. 254

El llamado suscita la b�squeda de Jes�s: � Rabb� —que quiere decir, "Maestro"— �d�nde vives? Les respondi�: "Venid y lo ver�is". Fueron, pues, vieron d�nde viv�a y se quedaron con �l aquel d�a � (Jn 1, 38-39). � Ese quedarse no se reduce al d�a de la vocaci�n, sino que se extiende a toda la vida. Seguirle es vivir como �l vivi�, aceptar su mensaje, asumir sus criterios, abrazar su suerte, participar su prop�sito que es el plan del Padre: invitar a todos a la comuni�n trinitaria y a la comuni�n con los hermanos en una sociedad justa y solidaria �. 255 El ardiente deseo de invitar a los dem�s a encontrar a Aqu�l a quien nosotros hemos encontrado, est� en la ra�z de la misi�n evangelizadora que incumbe a toda la Iglesia, pero que se hace especialmente urgente hoy en Am�rica, despu�s de haber celebrado los 500 a�os de la primera evangelizaci�n y mientras nos disponemos a conmemorar agradecidos los 2000 a�os de la venida del Hijo unig�nito de Dios al mundo.

Importancia de la catequesis

69. La nueva evangelizaci�n, en la que todo el Continente est� comprometido, indica que la fe no puede darse por supuesta, sino que debe ser presentada expl�citamente en toda su amplitud y riqueza. Este es el objetivo principal de la catequesis, la cual, por su misma naturaleza, es una dimensi�n esencial de la nueva evangelizaci�n. � La catequesis es un proceso de formaci�n en la fe, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el coraz�n, llevando a la persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo. Introduce m�s plenamente al creyente en la experiencia de la vida cristiana que incluye la celebraci�n lit�rgica del misterio de la redenci�n y el servicio cristiano a los otros �. 256

Conociendo bien la necesidad de una catequizaci�n completa, hice m�a la propuesta de los Padres de la Asamblea extraordinaria del S�nodo de los Obispos de 1985, de elaborar � un catecismo o compendio de toda la doctrina cat�lica, tanto sobre fe como sobre moral �, el cual pudiera ser � punto de referencia para los catecismos y compendios que se redacten en las diversas regiones �. 257 Esta propuesta se ha visto realizada con la publicaci�n de la edici�n t�pica del Catechismus Catholicae Ecclesiae. 258 Adem�s del texto oficial del Catecismo, y para un mejor aprovechamiento de sus contenidos, he querido que se elaborara y publicara tambi�n un Directorio general para la Catequesis. 259 Recomiendo vivamente el uso de estos dos instrumentos de valor universal a cuantos en Am�rica se dedican a la catequesis. Es deseable que ambos documentos se utilicen � en la preparaci�n y revisi�n de todos los programas parroquiales y diocesanos para la catequesis, teniendo ante los ojos que la situaci�n religiosa de los j�venes y de los adultos requiere una catequesis m�s kerigm�tica y m�s org�nica en su presentaci�n de los contenidos de la fe �. 260

Es necesario reconocer y alentar la valiosa misi�n que desarrollan tantos catequistas en todo el Continente americano, como verdaderos mensajeros del Reino: � Su fe y su testimonio de vida son partes integrantes de la catequesis �. 261 Deseo alentar cada vez m�s a los fieles para que asuman con valent�a y amor al Se�or este servicio a la Iglesia, dedicando generosamente su tiempo y sus talentos. Por su parte, los Obispos procuren ofrecer a los catequistas una adecuada formaci�n para que puedan desarrollar esta tarea tan indispensable en la vida de la Iglesia.

En la catequesis ser� conveniente tener presente, sobre todo en un Continente como Am�rica, donde la cuesti�n social constituye un aspecto relevante, que � el crecimiento en la comprensi�n de la fe y su manifestaci�n pr�ctica en la vida social est�n en �ntima correlaci�n. Conviene que las fuerzas que se gastan en nutrir el encuentro con Cristo, redunden en promover el bien com�n en una sociedad justa �. 262

Evangelizaci�n de la cultura

70. Mi predecesor Pablo VI, con sabia inspiraci�n, consideraba que � la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo �. 263 Por ello, los Padres sinodales han considerado justamente que � la nueva evangelizaci�n pide un esfuerzo l�cido, serio y ordenado para evangelizar la cultura �. 264 El Hijo de Dios, al asumir la naturaleza humana, se encarn� en un determinado pueblo, aunque su muerte redentora trajo la salvaci�n a todos los hombres, de cualquier cultura, raza y condici�n. El don de su Esp�ritu y su amor van dirigidos a todos y cada uno de los pueblos y culturas para unirlos entre s� a semejanza de la perfecta unidad que hay en Dios uno y trino. Para que esto sea posible es necesario inculturar la predicaci�n, de modo que el Evangelio sea anunciado en el lenguaje y la cultura de aquellos que lo oyen. 265 Sin embargo, al mismo tiempo no debe olvidarse que s�lo el misterio pascual de Cristo, suprema manifestaci�n del Dios infinito en la finitud de la historia, puede ser el punto de referencia v�lido para toda la humanidad peregrina en busca de unidad y paz verdaderas.

El rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe fue ya desde el inicio en el Continente un s�mbolo de la inculturaci�n de la evangelizaci�n, de la cual ha sido la estrella y gu�a. Con su intercesi�n poderosa la evangelizaci�n podr� penetrar el coraz�n de los hombres y mujeres de Am�rica, e impregnar sus culturas transform�ndolas desde dentro. 266

Evangelizar los centros educativos

71. El mundo de la educaci�n es un campo privilegiado para promover la inculturaci�n del Evangelio. Sin embargo, los centros educativos cat�licos y aqu�llos que, aun no siendo confesionales, tienen una clara inspiraci�n cat�lica, s�lo podr�n desarrollar una acci�n de verdadera evangelizaci�n si en todos sus niveles, incluido el universitario, se mantiene con nitidez su orientaci�n cat�lica. Los contenidos del proyecto educativo deben hacer referencia constante a Jesucristo y a su mensaje, tal como lo presenta la Iglesia en su ense�anza dogm�tica y moral. S�lo as� se podr�n formar dirigentes aut�nticamente cristianos en los diversos campos de la actividad humana y de la sociedad, especialmente en la pol�tica, la econom�a, la ciencia, el arte y la reflexi�n filos�fica. 267 En este sentido, � es esencial que la Universidad Cat�lica sea, a la vez, verdadera y realmente ambas cosas: Universidad y Cat�lica. [...] La �ndole cat�lica es un elemento constitutivo de la Universidad en cuanto instituci�n y no una mera decisi�n de los individuos que dirigen la Universidad en un tiempo concreto �. 268 Por eso, la labor pastoral en las Universidades Cat�licas ha de ser objeto de particular atenci�n en orden a fomentar el compromiso apost�lico de los estudiantes para que ellos mismos lleguen a ser los evangelizadores del mundo universitario. 269 Adem�s, � debe estimularse la cooperaci�n entre las Universidades Cat�licas de toda Am�rica para que se enriquezcan mutuamente�, 270 contribuyendo de este modo a que el principio de solidaridad e intercambio entre los pueblos de todo el Continente se realice tambi�n a nivel universitario.

Algo semejante se ha de decir tambi�n a prop�sito de las escuelas cat�licas, en particular de la ense�anza secundaria: � Debe hacerse un esfuerzo especial para fortificar la identidad cat�lica de las escuelas, las cuales fundan su naturaleza espec�fica en un proyecto educativo que tiene su origen en la persona de Cristo y su ra�z en la doctrina del Evangelio. Las escuelas cat�licas deben buscar no s�lo impartir una educaci�n que sea competente desde el punto de vista t�cnico y profesional, sino especialmente proveer una formaci�n integral de la persona humana �. 271 Dada la importancia de la tarea que los educadores cat�licos desarrollan, me uno a los Padres sinodales en su deseo de alentar, con �nimo agradecido, a todos los que se dedican a la ense�anza en las escuelas cat�licas: sacerdotes, hombres y mujeres consagrados, y laicos comprometidos, � para que perseveren en su misi�n de tanta importancia �. 272 Ha de procurarse que el influjo de estos centros de ense�anza llegue a todos los sectores de la sociedad sin distinciones ni exclusivismos. Es indispensable que se realicen todos los esfuerzos posibles para que las escuelas cat�licas, a pesar de las dificultades econ�micas, contin�en � impartiendo la educaci�n cat�lica a los pobres y a los marginados en la sociedad �. 273 Nunca ser� posible liberar a los indigentes de su pobreza si antes no se los libera de la miseria debida a la carencia de una educaci�n digna.

En el proyecto global de la nueva evangelizaci�n, el campo de la educaci�n ocupa un lugar privilegiado. Por ello, ha de alentarse la actividad de todos los docentes cat�licos, incluso de los que ense�an en escuelas no confesionales. As� mismo, dirijo un llamado urgente a los consagrados y consagradas para que no abandonen un campo tan importante para la nueva evangelizaci�n. 274

Como fruto y expresi�n de la comuni�n entre todas las Iglesias particulares de Am�rica, reforzada ciertamente por la experiencia espiritual de la Asamblea sinodal, se procurar� promover congresos para los educadores cat�licos en �mbito nacional y continental, tratando de ordenar e incrementar la acci�n pastoral educativa en todos los ambientes. 275

La Iglesia en Am�rica, para cumplir todos estos objetivos, necesita un espacio de libertad en el campo de la ense�anza, lo cual no debe entenderse como un privilegio, sino como un derecho, en virtud de la misi�n evangelizadora confiada por el Se�or. Adem�s, los padres tienen el derecho fundamental y primario de decidir sobre la educaci�n de sus hijos y, por este motivo, los padres cat�licos han de tener la posibilidad de elegir una educaci�n de acuerdo con sus convicciones religiosas. La funci�n del Estado en este campo es subsidiaria. El Estado tiene la obligaci�n de � garantizar a todos la educaci�n y la obligaci�n de respetar y defender la libertad de ense�anza. Debe denunciarse el monopolio del Estado como una forma de totalitarismo que vulnera los derechos fundamentales que debe defender, especialmente el derecho de los padres de familia a la educaci�n religiosa de sus hijos. La familia es el primer espacio educativo de la persona �. 276

Evangelizar con los medios de comunicaci�n social

72. Es fundamental para la eficacia de la nueva evangelizaci�n un profundo conocimiento de la cultura actual, en la cual los medios de comunicaci�n social tienen gran influencia. Es por tanto indispensable conocer y usar estos medios, tanto en sus formas tradicionales como en las m�s recientes introducidas por el progreso tecnol�gico. Esta realidad requiere que se domine el lenguaje, naturaleza y caracter�sticas de dichos medios. Con el uso correcto y competente de los mismos se puede llevar a cabo una verdadera inculturaci�n del Evangelio. Por otra parte, los mismos medios contribuyen a modelar la cultura y mentalidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, raz�n por la cual quienes trabajan en el campo de los medios de comunicaci�n social han de ser destinatarios de una especial acci�n pastoral. 277

A este respecto, los Padres sinodales indicaron numerosas iniciativas concretas para una presencia eficaz del Evangelio en el mundo de los medios de comunicaci�n social: la formaci�n de agentes pastorales para este campo; el fomento de centros de producci�n cualificada; el uso prudente y acertado de sat�lites y de nuevas tecnolog�as; la formaci�n de los fieles para que sean destinatarios cr�ticos; la uni�n de esfuerzos en la adquisici�n y consiguiente gesti�n en com�n de nuevas emisoras y redes de radio y televisi�n, y la coordinaci�n de las que ya existen. Por otra parte, las publicaciones cat�licas merecen ser sostenidas y necesitan alcanzar un deseado desarrollo cualitativo.

Hay que alentar a los empresarios para que respalden econ�micamente producciones de calidad que promueven los valores humanos y cristianos. 278 Sin embargo, un programa tan amplio supera con creces las posibilidades de cada Iglesia particular del Continente americano. Por ello, los mismos Padres sinodales propusieron la coordinaci�n de las actividades en materia de medios de comunicaci�n social a nivel interamericano, para fomentar el conocimiento rec�proco y la cooperaci�n en las realizaciones que ya existen en este campo. 279

El desaf�o de las sectas

73. La acci�n proselitista, que las sectas y nuevos grupos religiosos desarrollan en no pocas partes de Am�rica, es un grave obst�culo para el esfuerzo evangelizador. La palabra � proselitismo � tiene un sentido negativo cuando refleja un modo de ganar adeptos no respetuoso de la libertad de aquellos a quienes se dirige una determinada propaganda religiosa. 280 La Iglesia cat�lica en Am�rica censura el proselitismo de las sectas y, por esta misma raz�n, en su acci�n evangelizadora excluye el recurso a semejantes m�todos. Al proponer el Evangelio de Cristo en toda su integridad, la actividad evangelizadora ha de respetar el santuario de la conciencia de cada individuo, en el que se desarrolla el di�logo decisivo, absolutamente personal, entre la gracia y la libertad del hombre.

Ello ha de tenerse en cuenta especialmente respecto a los hermanos cristianos de Iglesias y Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia cat�lica, establecidas desde hace mucho tiempo en determinadas regiones. Los lazos de verdadera comuni�n, aunque imperfecta, que, seg�n la doctrina del Concilio Vaticano II, 281 tienen esas comunidades con la Iglesia cat�lica, deben iluminar las actitudes de �sta y de todos sus miembros respecto a aqu�llas. 282 Sin embargo, estas actitudes no han de poner en duda la firme convicci�n de que s�lo en la Iglesia cat�lica se encuentra la plenitud de los medios de salvaci�n establecidos por Jesucristo. 283

Los avances proselitistas de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en Am�rica no pueden contemplarse con indiferencia. Exigen de la Iglesia en este Continente un profundo estudio, que se ha de realizar en cada naci�n y tambi�n a nivel internacional, para descubrir los motivos por los que no pocos cat�licos abandonan la Iglesia. A la luz de sus conclusiones ser� oportuno hacer una revisi�n de los m�todos pastorales empleados, de modo que cada Iglesia particular ofrezca a los fieles una atenci�n religiosa m�s personalizada, consolide las estructuras de comuni�n y misi�n, y use las posibilidades evangelizadoras que ofrece una religiosidad popular purificada, a fin de hacer m�s viva la fe de todos los cat�licos en Jesucristo, por la oraci�n y la meditaci�n de la palabra de Dios. 284

Por otra parte, como se�alaron algunos Padres sinodales, hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios no haya terminado por defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, dej�ndolos as� en una situaci�n vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual. Por eso, � es indispensable que todos tengan contacto con Cristo mediante el anuncio kerigm�tico gozoso y transformante, especialmente mediante la predicaci�n en la liturgia �. 285 Una Iglesia que viva intensamente la dimensi�n espiritual y contemplativa, y que se entregue generosamente al servicio de la caridad, ser� de manera cada vez m�s elocuente testigo cre�ble de Dios para los hombres y mujeres en su b�squeda de un sentido para la propia vida. 286 Para ello es necesario que los fieles pasen de una fe rutinaria, quiz�s mantenida s�lo por el ambiente, a una fe consciente vivida personalmente. La renovaci�n en la fe ser� siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad que es Cristo.

Para que la respuesta al desaf�o de las sectas sea eficaz, se requiere una adecuada coordinaci�n de las iniciativas a nivel supradiocesano, con el objeto de realizar una cooperaci�n mediante proyectos comunes que puedan dar mayores frutos. 287

La misi�n � ad gentes �

74. Jesucristo confi� a su Iglesia la misi�n de evangelizar a todas las naciones: � Id, pues, y haced disc�pulos a todas las gentes bautiz�ndolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Esp�ritu Santo, y ense��ndoles a guardar todo lo que os he mandado � (Mt 28, 19-20). La conciencia de la universalidad de la misi�n evangelizadora que la Iglesia ha recibido debe permanecer viva, como lo ha demostrado siempre la historia del pueblo de Dios que peregrina en Am�rica. La evangelizaci�n se hace m�s urgente respecto a aqu�llos que viviendo en este Continente a�n no conocen el nombre de Jes�s, el �nico nombre dado a los hombres para su salvaci�n (cf. Hch 4, 12). Lamentablemente, este nombre es desconocido todav�a en gran parte de la humanidad y en muchos ambientes de la sociedad americana. Baste pensar en las etnias ind�genas a�n no cristianizadas o en la presencia de religiones no cristianas, como el Islam, el Budismo o el Hinduismo, sobre todo en los inmigrantes provenientes de Asia.

Ello obliga a la Iglesia universal, y en particular a la Iglesia en Am�rica, a permanecer abierta a la misi�n ad gentes. 288 El programa de una nueva evangelizaci�n en el Continente, objetivo de muchos proyectos pastorales, no puede limitarse a revitalizar la fe de los creyentes rutinarios, sino que ha de buscar tambi�n anunciar a Cristo en los ambientes donde es desconocido.

Adem�s, las Iglesias particulares de Am�rica est�n llamadas a extender su impulso evangelizador m�s all� de sus fronteras continentales. No pueden guardar para s� las inmensas riquezas de su patrimonio cristiano. Han de llevarlo al mundo entero y comunicarlo a aqu�llos que todav�a lo desconocen. Se trata de muchos millones de hombres y mujeres que, sin la fe, padecen la m�s grave de las pobrezas. Ante esta pobreza ser�a err�neo no favorecer una actividad evangelizadora fuera del Continente con el pretexto de que todav�a queda mucho por hacer en Am�rica o en la espera de llegar antes a una situaci�n, en el fondo ut�pica, de plena realizaci�n de la Iglesia en Am�rica.

Con el deseo de que el Continente americano participe, de acuerdo con su vitalidad cristiana, en la gran tarea de la misi�n ad gentes, hago m�as las propuestas concretas que los Padres sinodales presentaron en orden a � fomentar una mayor cooperaci�n entre las Iglesias hermanas; enviar misioneros (sacerdotes, consagrados y fieles laicos) dentro y fuera del Continente; fortalecer o crear Institutos misionales; favorecer la dimensi�n misionera de la vida consagrada y contemplativa; dar un mayor impulso a la animaci�n, formaci�n y organizaci�n misional �. 289 Estoy seguro de que el celo pastoral de los Obispos y de los dem�s hijos de la Iglesia en toda Am�rica sabr� encontrar iniciativas concretas, incluso a nivel internacional, que lleven a la pr�ctica, con gran dinamismo y creatividad, estos prop�sitos misionales.

CONCLUSION

Con esperanza y gratitud

75. � He aqu� que yo estoy con vosotros todos los d�as hasta el fin del mundo � (Mt 28, 20). Confiando en esta promesa del Se�or, la Iglesia que peregrina en el Continente americano se dispone con entusiasmo a afrontar los desaf�os del mundo actual y los que el futuro pueda deparar. En el Evangelio la buena noticia de la resurrecci�n del Se�or va acompa�ada de la invitaci�n a no temer (cf. Mt 28, 5.10). La Iglesia en Am�rica quiere caminar en la esperanza, como expresaron los Padres sinodales: � Con una confianza serena en el Se�or de la historia, la Iglesia se dispone a traspasar el umbral del Tercer milenio sin prejuicios ni pusilanimidad, sin ego�smo, sin temor ni dudas, persuadida del servicio primordial que debe prestar en testimonio de fidelidad a Dios y a los hombres y mujeres del Continente �. 290

Adem�s, la Iglesia en Am�rica se siente particularmente impulsada a caminar en la fe respondiendo con gratitud al amor de Jes�s, � manifestaci�n encarnada del amor misericordioso de Dios (cf. Jn 3, 16) �. 291 La celebraci�n del inicio del Tercer milenio cristiano puede ser una ocasi�n oportuna para que el pueblo de Dios en Am�rica renueve � su gratitud por el gran don de la fe �, 292 que comenz� a recibir hace cinco siglos. El a�o 1492, m�s all� de los aspectos hist�ricos y pol�ticos, fue el gran a�o de gracia por la fe recibida en Am�rica, una fe que anuncia el supremo beneficio de la Encarnaci�n del Hijo de Dios, que tuvo lugar hace 2000 a�os, como recordaremos solemnemente en el Gran Jubileo tan cercano.

Este doble sentimiento de esperanza y gratitud ha de acompa�ar toda la acci�n pastoral de la Iglesia en el Continente, impregnando de esp�ritu jubilar las diversas iniciativas de las di�cesis, parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos eclesiales, as� como las actividades que puedan organizarse a nivel regional y continental. 293

Oraci�n a Jesucristo por las familias de Am�rica

76. Por tanto, invito a todos los cat�licos de Am�rica a tomar parte activa en las iniciativas evangelizadoras que el Esp�ritu Santo vaya suscitando a lo largo y ancho de este inmenso Continente, tan lleno de posibilidades y de esperanzas para el futuro. De modo especial invito a las familias cat�licas a ser � iglesias dom�sticas �, 294 donde se vive y se transmite a las nuevas generaciones la fe cristiana como un tesoro, y donde se ora en com�n. Si las familias cat�licas realizan en s� mismas el ideal al que est�n llamadas por voluntad de Dios, se convertir�n en verdaderos focos de evangelizaci�n.

Al concluir esta Exhortaci�n Apost�lica, con la que he recogido las propuestas de los Padres sinodales, acojo gustoso su sugerencia de redactar una oraci�n por las familias en Am�rica. 295 Invito a cada uno, a las comunidades y grupos eclesiales, donde dos o m�s se re�nen en nombre del Se�or, para que a trav�s de la oraci�n se refuerce el lazo espiritual de uni�n entre todos los cat�licos americanos. Que todos se unan a la s�plica del Sucesor de Pedro, invocando a Jesucristo, � camino para la conversi�n, la comuni�n y la solidaridad en Am�rica �:

Se�or Jesucristo, te agradecemos
que el Evangelio del Amor del Padre,
con el que T� viniste a salvar al mundo,
haya sido proclamado ampliamente en Am�rica
como don del Esp�ritu Santo
que hace florecer nuestra alegr�a.
Te damos gracias por la ofrenda de tu vida,
que nos entregaste am�ndonos hasta el extremo,
y nos hace hijos de Dios
y hermanos entre nosotros.
Aumenta, Se�or, nuestra fe y amor a ti,
que est�s presente en tantos sagrarios del Continente.
Conc�denos ser fieles testigos de tu Resurrecci�n
ante las nuevas generaciones de Am�rica,
para que conoci�ndote te sigan
y encuentren en ti su paz y su alegr�a.
S�lo as� podr�n sentirse hermanos
de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo.
T�, que al hacerte hombre
quisiste ser miembro de una familia humana,
ense�a a las familias las virtudes que resplandecieron
en la casa de Nazaret.
Haz que permanezcan unidas,
como T� y el Padre sois Uno,
y sean vivo testimonio de amor,
de justicia y solidaridad;
que sean escuela de respeto,
de perd�n y mutua ayuda,
para que el mundo crea;
que sean fuente de vocaciones
al sacerdocio, a la vida consagrada
y a las dem�s formas de intenso compromiso cristiano.
Protege a tu Iglesia y al Sucesor de Pedro,
a quien T�, Buen Pastor, has confiado
la misi�n de apacentar todo tu reba�o.
Haz que tu Iglesia florezca en Am�rica
y multiplique sus frutos de santidad.
Ens��anos a amar a tu Madre, Mar�a, como la amaste T�.
Danos fuerza para anunciar con valent�a tu Palabra
en la tarea de la nueva evangelizaci�n,
para corroborar la esperanza en el mundo.
�Nuestra Se�ora de Guadalupe, Madre de Am�rica,
ruega por nosotros!

Dado en Ciudad de M�xico, el 22 de enero del a�o 1999, vig�simo primero de mi Pontificado.

NOTAS


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