La importancia de una formación doctrinal sólida
-Padre Marcial Maciel, L.C.:
México, 1 de noviembre de 2005.

P. Marcial Maciel, L.C. es fundador de los Legionarios de Cristo y del Movimiento Regnum Christi

A los miembros y amigos del Regnum Christi

Muy estimados en Jesucristo:

El pasado 28 de junio el Santo Padre Benedicto XVI publicaba el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, una síntesis fiel y segura de todos los elemen-tos fundamentales de la fe de la Iglesia expuestos con brevedad, claridad e integridad. Un precioso «vademécum» -como él mismo lo ha llamado- útil no sólo para la propia formación sino también para la catequesis y el apostolado.

En los últimos meses el Papa nos ha exhortado en repetidas ocasiones a tomar conciencia de la necesidad de formarnos en la fe. Decía recientemente a los jóvenes reunidos en Colonia provenientes de todo el mundo: «El Papa Juan Pablo II nos ha dejado una obra maravillosa, en la cual la fe secular se explica sintéticamente: el Catecismo de la Iglesia Católica. Yo mismo, recientemente, he presentado el Compendio de ese Catecismo, que ha sido elaborado a petición del difunto Papa. Son dos libros fundamentales que querría recomendaros a todos vosotros» (Homilía, 21 de agosto de 2005).

Reflexionando sobre estas palabras del Papa me ha parecido oportuno escribirles estas líneas que, además de llevarles mi saludo y mis mejores deseos para cada uno de ustedes, pretenden secundar la invitación del Santo Padre, exhortándoles a tomar mayor conciencia de la grave necesidad de adquirir una formación doctrinal sólida y profunda en las verdades de la fe y de la moral católicas. Con esta formación, junto con una intensa vida de oración y un esfuerzo sincero por ser santos, seremos capaces de vivir nuestra condición y misión de católicos en un mundo que se presenta cada vez más hostil al Evangelio.

1) Importancia y necesidad de la formación en la fe.

«Estad siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1Ped 3,15). Esta era la invitación de Pedro a los primeros cristianos que debían moverse en un mundo pagano y hostil. Un mundo que guarda muchas semejanzas con el nuestro y en el que, no obstante la acción transformadora del cristianismo durante veinte siglos, asistimos a un florecimiento de nuevas formas de paganismo y secularismo.

Para poder dar razón de nuestra fe y para vivirla con autenticidad necesitamos primero conocerla y estar convencidos de ella. Ciertamente nuestra fe es un don gratuito que hemos recibido de Dios, pero esto no significa que haya de ser irracional y ciega. Tenemos motivos para creer.

Vivimos en un ambiente en el que continuamente se ponen en tela de juicio e incluso se atacan frontalmente nuestras creencias y valores más importantes. Está cada vez más difundida una mentalidad y un estilo de vida contrarios al Evangelio y a la verdadera dignidad de la persona humana. Y esto lo constatamos no sólo en algunos medios de comunicación y campañas publicitarias, o en los programas de educación y en la legislación de algunos gobiernos, sino incluso en las conversaciones ordinarias con los compañeros de trabajo o con los amigos. Da la impresión de que ser «moderno» y «católico» se contraponen, más aún, que son realidades incompatibles.

Muchos, ante esta situación, se sienten confundidos y no saben cómo reaccionar a los problemas. Otros se limitan a encogerse de hombros en silencio o, a lo sumo, responden con un «la Iglesia lo dice», pero no saben por qué lo dice y ni siquiera se lo han planteado. Algunos parece que viven su fe y su condición de católicos con un cierto complejo de inferioridad, como avergonzados por el hecho de serlo. No faltan tampoco los que adoptan la actitud defensiva y se repliegan en un conservadurismo de tinte radical y polémico; alzan la voz pero no los argumentos y el efecto que obtienen en ocasiones es el contrario. Porque la verdad cuando es proclamada sin caridad deja de ser cristiana.

Quizá los fenómenos más difundidos en nuestra sociedad, sobre todo en los países más desarrollados, sean el subjetivismo religioso y el «ateísmo práctico». El subjetivismo en campo religioso es fruto de una concepción de la fe como un mero sentimiento o convicción subjetiva, y no como una aceptación firme de cuanto Dios nos ha revelado y la Iglesia nos transmite. Por eso hoy día hay tantos hombres y mujeres, incluso católicos, que se crean una «religión a la carta», un catolicismo según los propios gustos. El ateísmo práctico se da cuando, aun aceptando teóricamente a Dios y las verdades que la Iglesia nos transmite, se vive la vida personal, familiar y profesional guiados por valores e intereses contrarios al Evangelio.

Hay también quien sucumbe al escepticismo y renuncia a conocer la verdad. Esta indiferencia ante la verdad es una manera cómoda e infantil, por no decir egoísta, de afrontar la vida; además de no resolver los interrogantes profundos de la existencia humana, no conduce a esa felicidad que sólo puede hallarse en la posesión de la verdad. A pesar de todos estos fenómenos, existen también, gracias a Dios, los católicos que viven su fe con alegría y convicción. Conocen su fe, buscan vivirla con autenticidad y son capaces de comunicarla a cuantos viven a su alrededor. Estos son un consuelo y una grandísima esperanza para Cristo y para la Iglesia.

Resulta cada vez más evidente, mis queridos amigos y miembros del Regnum Christi, que difícilmente podremos vivir nuestra fe, y menos aún dar testimonio convincente de ella ante los demás, si no la conocemos. Me pregunto cuántos de nosotros tenemos un conocimiento al menos suficiente de las verdades de la fe y de la moral católica. Cuántos seríamos capaces de exponer de manera convincente, por ejemplo, la postura de la Iglesia sobre el celibato sacerdotal o el sacerdocio femenino, sobre la indisolubilidad del matrimonio, el aborto, la anticoncepción, etc. Y pasando al campo doctrinal, me pregunto cuántos de nosotros tenemos un conocimiento preciso sobre la historicidad de los evangelios, la divinidad de Jesús, la necesidad de la Iglesia para la salvación, la doctrina sobre los sacramentos, etc.

No es fácil en la actualidad encontrar católicos bien preparados, con las ideas claras. Y para ello no basta con la catequesis que recibimos de niños. Resultaría ridículo, aparte de imposible, querer ponernos el vestido de nuestra primera comunión; igualmente resultaría ridículo responder a los interrogantes de nuestra vida adulta con los simples conocimientos aprendidos en la infancia. «Cuando yo era niño –nos confiesa san Pablo-, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño» (1Cor 13,11). A la edad adulta corresponde una fe adulta, es decir, cultivada y profundizada con seriedad y método. Y esto sólo se logra con la oración y con una formación permanente y metódica.

Cada vez me convenzo más de que muchos casos de abandono de la Iglesia o de enfriamiento en la fe tienen su causa, en el fondo, en un insuficiente conocimiento de la misma. No se conoce la fe. En ocasiones se desconoce el credo, cuántos son los sacramentos o los mandamientos de la ley de Dios, cómo se desarrolló la vida de Jesús. En estos casos me parecen comprensibles las defecciones, porque una fe que no se conoce no se aprecia ni se defiende. Sería más justo afirmar que no es la fe católica la que no les convence sino, más bien, la visión parcial que de ella se han creado.

¡Qué importante es cultivar nuestra fe también con una buena preparación doctrinal! Si en el campo profesional, la ignorancia y el no estar al día en los problemas y en las nuevas técnicas pueden costar caro, la ignorancia en el campo de la fe y de la moral es todavía más perniciosa, pues del modo como vivamos ahora nuestra relación con Dios depende nuestra eternidad.

Son muy elocuentes y claras, al respecto, las palabras que el Card. Ratzinger pronunció en su homilía durante la misa inicial del cónclave que lo elegiría Papa (18 de abril de 2005): «La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido agitada con frecuencia por estas ondas, llevada de un extremo al otro, del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. (…) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, se etiqueta a menudo como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir, el dejarse llevar “aquí y allá por cualquier viento de doctrina” parece la única actitud a la altura de los tiempos que corren. Toma forma una dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida solo al propio yo y a sus deseos. Nosotros, sin embargo, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. El es la medida del verdadero humanismo. “Adulta” no es una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad: adulta y madura es una fe profundamente enraizada en la amistad con Cristo».

Estimados amigos y miembros del Regnum Christi, la falta de formación debida a la negligencia personal no se suple con nada, ni siquiera con la buena voluntad. Por el contrario, la santidad y la buena preparación son un instrumento maravilloso en las manos de Dios.

2) ¿Por qué es necesaria una formación en la fe sólida y profunda?

Tal vez alguno pueda estar pensando: «yo no soy sacerdote ni me voy a dedicar a la predicación, ¿qué necesidad tengo de prepararme en un campo que no me corresponde por oficio?». O también: «lo que cuenta es ser santo, la buena voluntad y trabajar apostólicamente». ¿Cuáles son los motivos por los cuales un católico debe formarse en su fe? Yo les ofrezco tres motivos que considero los más importantes.

a) A nadie convence aquello que ignora.

Es un hecho que para que una realidad me convenza necesito primero conocerla. Sin conocimiento no hay convencimiento, y sin convencimiento no puedo desarrollar una vida de fe convencida y radiante. «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). La fe, después de la vida, es el don más grande que he recibido de Dios; un tesoro que Él infundió en mi corazón el día de mi bautismo. Sólo cuando lo «desentierro», es decir, cuando lo voy conociendo más y más, puedo descubrir su verdadero valor y experimentar su belleza. Sólo entonces estaré dispuesto a «vender» todo para defender el tesoro de mi fe y compartirlo con los demás.

b) Nadie puede convencer si no está convencido.

Si es verdad, como acabamos de decir, que para vivir convencido de la propia fe y amarla, es necesario antes conocerla, también es verdad la otra cara de la moneda: sólo quien está convencido de su fe puede convencer y contagiar a los demás del entusiasmo por este tesoro. «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14). Por nuestro bautismo hemos sido injertados en Cristo que es la luz del mundo. En consecuencia, hemos recibido su luz y estamos llamados a difundirla a nuestro alrededor. Nuestro ser cristiano comporta ser luz, testigo y apóstol de Jesucristo. No podemos esconder la luz de Cristo y de su doctrina, tenemos que difundirla con nuestra vida y con nuestra actividad apostólica. Pero para ello necesitamos conocer con profundidad la doctrina católica, y ser capaces de exponerla y defenderla con motivos convincentes.

Esta necesidad de formación es apremiante para quienes tienen la misión específica de educar a la niñez y juventud: los catequistas y los profesores de formación católica en los colegios. Pero sobre todo es urgente para los padres de familia, que deben ser los primeros educadores en la fe. «La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis» (Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi Tradendae sobre la catequesis en nuestro tiempo, n. 68). Hoy día esta responsabilidad exigirá a los padres de familia estar muy atentos para que sus hijos reciban una catequesis verdaderamente católica, completa y sin ambigüedades. ¿Pero cómo van a lograrlo sin que los padres conozcan con precisión la fe y se esfuercen por vivirla con autenticidad?

c) Se necesitan seglares bien preparados.

«La mies es mucha y los trabajadores pocos» (Lc 10,2). Estas palabras de Jesús no se refieren únicamente a la necesidad de vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal. También se refieren a la necesidad de laicos comprometidos. Por nuestra condición de bautizados y miembros de la Iglesia todos estamos llamados, cada uno en la medida y en el modo que el Señor le pida, a trabajar en la predicación del Evangelio. La Iglesia y el Regnum Christi necesitan trabajadores no sólo generosos, que den su tiempo, trabajo y recursos, sino que además conozcan con profundidad la fe y moral católicas.

Jesucristo necesita una Iglesia de hombres y de mujeres verdaderamente santos, convencidos de su fe, que sean capaces de dar testimonio valiente y convencido de Cristo en todos los foros de la vida pública: en la cultura y los medios de comunicación social, en la eco-nomía y la política, en el arte y el deporte. Se nece-sitan católicos capaces de apoyar a los Obispos y a los párrocos en la pastoral familiar y juvenil, en la catequesis y la evangelización. Este es, de hecho, uno de los motivos principales por los cuales el Movimiento Regnum Christi se esfuerza por dar una formación integral a sus miembros.

Es muy consolador constatar cómo cada vez son más los jóvenes que a la hora de escoger una carrera o de situarse en el mundo laboral tienen como criterio: ¿cuáles son las necesidades más apremiantes de la Iglesia?, ¿cómo puedo contribuir mejor a la transformación de la sociedad para Cristo? Esto es una prueba magnífica de lo que significa poner la fe en acción, vivir con conciencia de la propia misión, sentir a la Iglesia como propia. No nos cansemos de pedirle a Dios, estimados miembros y amigos del Regnum Christi, que se digne mandar a su mies muchos trabajadores verdaderamente santos y bien preparados.

3) ¿Qué grado de formación se le pide a un católico?

Es evidente que a un seglar no se le exige el mismo grado de formación que al sacerdote, a quien, por su condición de ministro de Cristo Pastor, se le pide una preparación más científica y especializada. Sin embargo, el seglar está llamado a tener un conocimiento completo y sólido de la doctrina católica, del cual ha de responder ante Dios. ¿Cuál podría ser este ideal de formación en la fe? Creo que la respuesta debe tener en cuentas dos aspectos: la profundidad y la amplitud.

a) La profundidad.

Se pueden establecer dos niveles de profundización en la fe, simultáneos y relacionados entre sí. El primer nivel consiste en conocer los contenidos fundamentales de la doctrina católica (las verdades de la fe y de la moral). Dichos contenidos están expuestos de manera ordenada y completa, por el magisterio del Romano Pontífice, en el Catecismo de la Iglesia Católica, y más sintética y brevemente en el Compendio al que aludía al inicio de esta carta. En el Catecismo está expresado el «depósito de la fe», es decir, todo el tesoro de las verdades reveladas por Dios y el patrimonio de la tradición de la Iglesia a lo largo de sus veinte siglos de historia. Ahí encontraremos siempre un «texto de referencia» válido para todos los católicos (cf. Introducción al Catecismo, n. 1).

Como católicos y miembros del Regnum Christi hemos de caminar en todo momento al paso de la Iglesia, ni delante ni detrás, ni progresistas ni conservadores. Siempre con el Magisterio sin dejarnos seducir por el canto de las sirenas del falso progresismo, de las modas teológicas e intelectuales del momento. En el sucesor de Pedro encontraremos siempre la roca firme sobre la que asentar nuestra fe (cf. Mt 16,18), ya que él ha sido encargado por Jesucristo de confirmarnos en la fe (cf. Lc 22,32).

En este primer nivel buscamos, por tanto, saber qué es lo que la Iglesia nos enseña en nombre de Cristo. Esto implica tener conceptos claros y precisos de las verdades fundamentales de la fe y una visión general y orgánica de la misma. En este nivel puede ayudar mucho aprender de memoria los elementos y formulaciones más importantes.

Pero existe un segundo nivel de profundidad, que consiste en conocer en qué se basa la Iglesia cuando nos enseña una verdad. No basta conocer qué es lo que dice sino que tenemos, además, que saber por qué la Iglesia, en nombre de Cristo, lo dice, o por qué nos pide un determinado comportamiento. Este nivel es sumamente necesario para poder transmitir la fe a los demás de manera comprensible y convincente.

No es suficiente saber, por ejemplo, que existe la obligación de ir a misa los domingos y fiestas de precepto, cosa que quizá bastaba cuando éramos niños. Necesitamos saber también los motivos por los cuales la Iglesia nos lo pide y comprender el valor infinito que tiene una misa. De esta manera nos será más fácil cumplir con este mandamiento y ayudar a los demás a vivirlo. El primer nivel normalmente es suficiente para los niños, que aceptan con sencillez lo que les dicen sus padres y catequistas. Pero cuando llegamos a la juventud y edad adulta, cuando alcanzamos la capacidad de razonamiento crítico, necesitamos ya conocer las razones que avalan nuestra fe. Sólo así la viviremos por convencimiento propio, y estaremos en grado de comunicarla en modo comprensible.

b) La amplitud.

Un seglar y en particular un miembro del Regnum Christi, por su condición de apóstol comprometido en la extensión del Reino de Cristo, está llamado a adquirir un conocimiento sólido y completo de la doctrina católica. Y para ello una guía insustituible es el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, con las 4 partes: qué debemos creer (el credo), cómo debemos celebrar los misterios cristianos (liturgia y sacramentos), cómo debemos vivir (moral), y cómo debemos orar.

Pero, además, en orden a una participación más eficaz en la misión que el Regnum Christi tiene en la Iglesia, es de desear una preparación más específica; es decir, una preparación doctrinal que les permita afrontar los retos de su profesión, sus estudios o su papel en la vida social con una visión profundamente católica. La formación en la fe debe estar a la altura de su formación técnica y profesional. Puedo ser un brillante profesionista, pero un ignorante en religión. Cualquier viento o tormenta hará tambalear mi fe y mis valores, porque no tengo raíces profundas. Sería muy necesario, por ejemplo, que los médicos ahondaran en los principios de una visión cristiana de la bioética, los empresarios y políticos en la doctrina social de la Iglesia, y los que se dedican a la educación o trabajan a favor de la familia conocieran a fondo la doctrina católica sobre el matrimonio y la educación de los hijos.

4) Algunos medios de formación al alcance de todos.

Un primer medio es la lectura asidua de libros con contenido formativo. Entre las cosas que hemos de llevar siempre con nosotros nunca debería faltar un buen libro de espiritualidad o de formación cristiana. Un lugar especial ocupan los documentos del Magisterio, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica o su Compendio, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, u otros textos. También puede ser muy formativa la lectura de libros de autores seguros sobre la fe de la Iglesia, la moral católica, la vida espiritual, etc. Para ello es necesario un discernimiento al que puede ayudar el consejo de un sacerdote bueno y bien preparado o de otras personas que merezcan nuestra confianza.

El tiempo que dedicamos a nuestra formación en la fe puede ser un termómetro fiel del lugar real que le damos a Dios en nuestra vida. Si tenemos tiempo para leer el periódico, seguir los deportes, ir a la peluquería o salir con los amigos, si dedicamos tiempo para mantenernos al día en el campo profesional, ¿no podremos tal vez encontrar algo de tiempo, aunque sea corto, para cultivarnos también en nuestra fe? El tiempo es tan elástico como nuestro interés, depende de cómo sea la fuerza de nuestra fe y de nuestro amor. Yo les suelo pedir a los legionarios y consagrados que dediquen al menos una hora al día para estudiar y mantenerse actualizados, y eso conociendo la cantidad de trabajo que gracias a Dios tienen que realizar. Tal vez podamos, cada uno en la medida de nuestras posibilidades, reservarnos un momento al día o a la semana para formarnos en este campo.

El Regnum Christi pone a disposición de sus miembros –y también de aquellos que sin serlo formalmente quieran beneficiarse de su espiritualidad y medios de formación- excelentes oportunidades formativas. El círculo de estudios, impartido con la profesionalidad y pedagogía debidas, y los cursillos o convenciones anuales durante el verano o en otros momentos representan sin duda uno de los medios más importantes. Hay también obras de apostolado que tienen esta finalidad específica: la Escuela de la Fe, el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Roma que ofrece cursos a distancia, etc. El internet es un instrumento especialmente útil para este fin cuando se usa correctamente, sobre todo para aquellos que no pueden acceder de otra manera a los recursos formativos. En este sentido el CEFID (Centro de Formación Integral a Distancia) ofrece desde hace tiempo a miles de personas una gama amplísima y selecta de materiales formativos y apostólicos.

Concluyo esta conversación con ustedes con una frase de Pío XI que expresa muy bien la esencia del mensaje que he querido transmitirles: «Demos gracias a Dios por hacernos vivir en tiempos difíciles. Ya no se per-mite a nadie ser mediocre». Tomemos, pues, mis queridos amigos y miembros del Regnum Christi, el reto que Dios nos lanza a cada uno individualmente de ser hombres y mujeres santos, cristianos auténticos, de tomar en serio nuestra fe y de prepararnos lo mejor posible para defenderla y transmitirla con entusiasmo.

Asegurándoles un recuerdo en mis oraciones y mi bendición sacerdotal, quedo suyo afectísimo en Cristo,

Marcial Maciel, L.C.


 

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