LA ORDEN DE CISTER
FUNDADA POR ROBERTO DE MOLESME

La orden monástica cisterciense nació en Citeaux en 1098 fundada por Roberto de Molesme. De aquella primera   abadía surgió el impulso y modelo para una renovación de la vida religiosa, recuperando los antiguos principios de la Regla Benedictina y haciendo especial hincapié en la separación del «mundo», en la vida de oración, y en el trabajo.

La orden se difundió rápidamente por toda Europa en el siglo XIII y para el siglo siguiente ya contaba con 700 monasterios. En el siglo XVII se dividió en dos grandes ramas: la de la «observancia primitiva» o trapistas y la de la «observancia común» o cistercienses propiamente dichos.

En el siglo XIX, tras las supresiones impuestas por el poder político francés, muy pocos monasterios pudieron subsistir. En nuestro siglo, sin embargo, su intensa espiritualidad ha provocado un nuevo y esperanzador crecimiento en abadías y vocaciones.

El 23 de marzo de 1998,  Juan Pablo II felicitó a los cistercienses el noveno centenario de la fundación de la abadía cisterciense de Citeaux, en Francia.   En su mensaje a los continuadores de la obra de Roberto de Molesme, el Santo Padre les invitó a «seguir siendo testigos ardientes y entusiastas de la búsqueda de Dios» y les alentó a abrir las puertas de las abadías a aquellos laicos sedientos de oración y espiritualidad, a condición de que no se vea perjudicada «la identidad propia de vuestra vida monástica». El obispo de Roma recordó también el sacrificio de los monjes trapistas de la abadía de Tibhirine, asesinados por un comando integrista en Argelia.   Les definió «mártires del amor de Dios a todos los hombres» y aseguró que han sido «artesanos de la paz a través del don de su vida».


Una monja Cisterciense explica su forma de vida
Oct, 2007

Estimado D. Jordi Rivero

Somos una Comunidad Cisterciense, una Orden eminentemente contemplativa que, como dice N.P.S. Benito en la Regla, no antepone nada al amor de Cristo.

La monja Cisterciense es una persona que ha dejado todo por atender a la llamada amorosa de Jesús, Nuestro Señor. Se consagra a Dios y sigue a Jesucristo mediante los Consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; por la estabilidad y la conversión de costumbres, quedando comprometida a vivir en el monasterio una vida de ascesis, adorando al Padre en Espíritu y verdad.

Nuestra vida monástica cenobítica es un vivir en soledad gozosa, amando el silencio y alimentando el espíritu por medio de la “Lectio Divina” lectura reposada sobre la Sagrada Escritura preferentemente, como fuente de oración y escuela de contemplación. Es  en la Lectio donde la monja dialoga con Dios de corazón a corazón.

Nuestra vida está ordenada desde las cinco y veinte de la mañana, hasta las nueve de la noche, en función del Oficio Divino, trabajo, oración, lectura, comida y una hora diaria de compartir fraterno, donde la monja se expansiona con sus hermanas: penas, alegrías, experiencias… todo tiene interés y así se cultiva el espíritu de familia.

Nuestra Comunidad, sencilla y acogedora, quiere ser una Comunidad de Amor, que busca la comunión con Dios a través de las relaciones fraternas con las hermanas.

La Comunidad tiene diariamente sus horas de trabajo; tanto las tareas domésticas, como la decoración de porcelana,  la elaboración de pastas o la confección de rosarios, son actividades que nos ofrecen la ocasión de colaborar con alegría en la obra Divina de la Creación, a la vez que, siguiendo el ejemplo de Cristo ganamos el sustento diario con nuestro esfuerzo: ORA ET LABORA.

La Comunidad se reúne en el Oratorio siete veces al día para alabar al Señor.

La seguridad vocacional, no es algo automático que se consigue de la noche a la mañana, es un proceso que trabajamos todos los días. Si el Señor me quiere monja cisterciense lo vamos sabiendo cuando vivimos como tales. El Señor nos llama cada día y vamos respondiendo en fidelidad.

Nuestra vida no es tanto seguir un horario cuanto la vida Comunitaria con las hermanas, el cariño y cercanía con ellas sean de la edad que sean, la alabanza a Dios con los salmos y la Celebración de la Eucaristía.

Los tiempos de silencio no se llenan con “callar” simplemente sino que es tiempo de relación con Dios, de reflexión y de ayuda a las Hermanas.

Una cosa me parece importante además de lo que te he comentado. Nuestra vida es exigente por algunos aspectos que te comento a continuación. Uno se refiere al equilibrio personal, a la coherencia de Vida, vivimos libres y liberadas de ataduras exteriores, familia, amigos etc. Si recibimos visitas, por supuesto, pero sin que lleguen a ser un estorbo en nuestra relación con Dios.

Además queremos vivir de manera coherente y equilibrada, tanto física como síquicamente.

No es una evasión del mundo de la realidad concreta, es vivir con el Señor que nos quiere y al que queremos, en sinceridad  total.

Reciba un cordial saludo Comunidad Cisterciense de Cañas (España)


Para comunicarse con las hermanas: abadesa@cistercannas.e.telefonica.net

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