El Camino de Perfección
L’OSSERVATORE ROMANO, 9 de noviembre, de 1994.

1.Al camino de los consejos evangélicos se le suele llamar camino de perfección; y al estado de vida consagrada, estado de perfección. Estos términos se encuentran también en la constitución conciliar Lumen gentium (cf. n. 45), mientras que el decreto sobre la renovación de la vida religiosa lleva por título Perfectae caritatis y trata acerca de «la aspiración a la caridad perfecta por medio de los consejos evangélicos» (n. l).

Camino de perfección significa, evidentemente, camino de una perfección que es preciso lograr, y no de una perfección ya alcanzada, como explica con claridad santo Tomás de Aquino (cf. Summa Theol., II-II, q. 184, aa. 5 y 7). Los que se hallan comprometidos a la práctica de los consejos evangélicos no creen haber alcanzado ya la perfección. Se reconocen pecadores, como todos los demás hombres: pecadores salvados. Pero se sienten y están llamados más expresamente a tender hacia la perfección, que consiste esencialmente en la caridad (cf. ib., q. 184, aa. 1 y 3).

2. Desde luego, no se puede olvidar que todos los cristianos están llamados a perfección. A esta vocación alude el mismo Jesucristo: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48). El Concilio Vaticano II, refiriéndose a la vocación universal de la Iglesia a la santidad, dice que esa santidad «se expresa multiformemente en cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la caridad en su propio género de vida» (Lumen gentium, 39; cf,. n. 40). Con todo, esa universalidad de la vocación no impide que algunos estén llamados de modo particular a un camino de perfección. De acuerdo con el relato de Mateo, Jesús dirige su llamada al joven rico con las palabras:, «Si quieres ser perfecto ... (Mt 19, 2 l). Es la fuente evangélica del concepto de camino de perfección: el joven rico había preguntado a Jesús acerca de «lo que es bueno», y, como respuesta, había recibido la enumeración de los mandamientos; pero, en el momento de la llamada, es invitado a una perfección que va más allá de los mandamientos: es llamado a renunciar a todo para seguir a Jesús. La perfección consiste en una entrega más completa a Cristo. En este sentido, el camino de los consejos evangélicos es camino de perfección para los que han sido llamados.

3. Conviene advertir también que la perfección que propone Jesús al joven rico no significa una lesión, sino un enriquecimiento de la persona. Jesús invita a su interlocutor a renunciar a un programa de vida en el que la preocupación por el tener ocupa un lugar destacado, para hacerle descubrir el verdadero valor de la persona, que se realiza en la entrega a los demás y, de manera especial, en la adhesión generosa al Salvador. Así, podemos decir que las renuncias, reales y notables, que exigen los consejos evangélicos no producen un efecto despersonalizador, sino que están destinadas a perfeccionar la vida personal como fruto de una gracia sobrenatural, que responde a las aspiraciones más nobles y profundas del ser humano. Santo Tomás, a este respecto, habla de «spiritualis libertas» y de «augmentum spirituale»: libertad y crecimiento del espíritu (Summa Theol. II-II,q. 184, a. 4).

4. ¿Cuáles son los principales elementos de liberación y crecimiento que los consejos evangélicos implican en quien los profesa? Ante todo, una tendencia consciente a la perfección de la fe. La respuesta a la llamada: «sígueme», con las renuncias que exige, requiere una fe ardiente en la persona divina de Cristo y una confianza absoluta en su amor: una y otra, para no sucumbir ante las dificultades, deberán crecer y robustecerse a lo largo del camino.

Tampoco puede faltar una tendencia consciente a la perfección de la esperanza. La llamada de Cristo se sitúa en la perspectiva de la vida eterna. Los que se hallan comprometidos en ella, están invitados a una sólida y firme esperanza, tanto en el momento de la profesión como a lo largo de toda su vida. Eso les permitirá dar testimonio, en medio de los bienes relativos y caducos de este mundo, del valor imperecedero de los bienes del cielo.

La profesión de los consejos evangélicos implica, sobre todo, una tendencia consciente a la perfección del amor hacia Dios. El Concilio Vaticano II habla de la consagración realizada por los consejos evangélicos como una entrega a Dios «amado sobre todas las cosas» (Lumen gentium, 44). Es cumplir el primer mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6, 5; cf. Mc 12, 30 y paralelos). La vida consagrada se desarrolla de modo auténtico con la continua profundización de ese don hecho desde el inicio, y con un amor cada vez más sincero y fuerte en dimensión trinitaria: es amor a Cristo que llama a su intimidad, al Espíritu Santo que pide y ayuda a realizar una completa apertura a sus inspiraciones, y al Padre, origen primero y finalidad suprema de la vida consagrada. Eso se realiza de manera especial en la oración, pero también en toda la conducta, que recibe de la virtud infusa de la religión una dimensión netamente vertical.

Desde luego, la fe, la esperanza y la caridad suscitan y acentúan cada vez más la tendencia a la perfección del amor hacia el prójimo, como expansión del amor hacia Dios. La «consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas» implica un intenso amor al prójimo: amor que tiende a ser lo más perfecto posible, a imitación de la caridad del Salvador.

5. La verdad de la vida consagrada como unión con Cristo en la caridad divina se expresa en algunas actitudes de fondo, que deben crecer a lo largo de toda su vida. A grandes rasgos, se pueden resumir así: el deseo de transmitir a todos el amor que viene de Dios por medio del corazón de Cristo, y, por tanto, la universalidad de un amor que no se detiene ante las barreras que el egoísmo humano levanta en nombre de la raza, la nación, la tradición cultural, la condición social o religiosa, etc.; un esfuerzo de benevolencia y de estima hacia todos, y de manera especial hacia los que humanamente se tiende a descuidar o despreciar más; la manifestación de una especial solidaridad con los pobres, los perseguidos o los que son víctimas de injusticias: la solicitud por socorrer a los que más sufren, como son en la actualidad los numerosos minusválidos, los abandonados, los desterrados, etc.; el testimonio de un corazón humilde y manso, que se niega a condenar, renuncia a toda violencia y a toda venganza, y perdona con alegría: la voluntad de favorecer por doquier la reconciliación y de hacer que se acoja a el don evangélico de la paz; la entrega generosa a toda iniciativa de apostolado que tienda a difundir la luz de Cristo y a llevar la salvación a la humanidad; la oración asidua según las grandes intenciones del Santo Padre y de la Iglesia.

6. Son numerosos e inmensos los campos donde se requiere, hoy más que nunca, la acción de los consagrados, como manifestación de la caridad divina en formas concretas de solidaridad humana. Tal vez en muchos casos sólo pueden realizar cosas, humanamente hablando, insignificantes, o al menos poco vistosas, no clamorosas. Pero también las pequeñas aportaciones son eficaces. si van impregnadas de verdadero amor (la única cosa verdaderamente grande y poderosa), sobre todo si es el mismo amor trinitario derramado en la Iglesia y en el mundo. Los consagrados están llamados a ser estos humildes y fieles cooperadores de la expansión de la Iglesia en el mundo, por el camino de la caridad.

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