¿Es Jesús el único salvador?, ¿Y que de las otras religiones e Iglesias?
Estas cuestiones y otras relacionadas han sido clarificadas en una Notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aclarando la confusión causada por el libro del P. Dupuis respecto a la misión salvadora de Cristo.
I. A propósito de la mediación salvífica única y universal de Jesucristo
1. Debe ser creído firmemente que Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, crucificado y resucitado, es el mediador único y universal de la salvación de la humanidad.
2. También debe ser creído firmemente que Jesús de Nazaret, hijo de María y único Salvador del mundo, es el Hijo y Verbo del Padre. Para la unidad del plan de salvación centrado en Jesucristo, se debe retener además que el operar salvífico del Verbo se actúa en y por Jesucristo, Hijo encarnado del Padre, cual mediador de la salvación de toda la humanidad. Por lo tanto, es contrario a la fe católica, no solamente afirmar una separación entre el Verbo y Jesús, o entre la acción salvífica del Verbo y la de Jesús, sino también sostener la tesis de una acción salvífica del Verbo como tal en su divinidad, independientemente de la humanidad del Verbo encarnado.
II. A propósito de la unicidad y plenitud de la revelación en Cristo
3. Debe ser creído firmemente que Jesucristo es mediador, cumplimiento y plenitud de la revelación. Por lo tanto, es contrario a la fe de la Iglesia sostener que la revelación de o en Jesucristo sea limitada, incompleta eimperfecta. Si bien el pleno conocimiento de la revelación divina se tendrá solamente el día de la venida gloriosa del Señor, la revelación histórica de Jesucristo ofrece ya todo lo que es necesario para la salvación del hombre, y no necesita ser completada por otras religiones.
4. Es conforme a la doctrina católica afirmar que las semillas de verdad y bondad que existen en las otras religiones son una cierta participación en las verdades contenidas en la revelación de o en Jesucristo. Al contrario, es opinión errónea considerar que esos elementos de verdad y bondad, o algunos de ellos, no derivan, en última instancia, de la mediación fontal de Jesucristo.
III. A propósito de la acción salvífica universal del Espíritu Santo
5. La fe de la Iglesia enseña que el Espíritu Santo, operante después de la resurrección de Jesucristo, es siempre el Espíritu de Cristo enviado por el Padre, que actúa en modo salvífico tanto en los cristianos como en los no cristianos. Por lo tanto, es contrario a la fe católica considerar que la acción salvífica del Espíritu Santo se pueda extender más allá de la única economía salvífica universal del Verbo encarnado.
IV. A propósito de la ordenación de todos los hombres a la Iglesia
6. Debe ser creído firmemente que la Iglesia es signo e instrumento de salvación para todos los hombres. Es contrario a la fe de la Iglesia considerar la diferentes religiones del mundo como vías complementarias a la Iglesia en orden a la salvación.
7. Según la doctrina de la Iglesia, también los seguidores de las otras religiones están ordenados a la Iglesia y están todos llamados a formar parte de ella.
V. A propósito del valor y de la función salvífica de las tradiciones religiosas.
8. Según la doctrina católica, se debe considerar que «todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones, tiene un papel de preparación evangélica (cf. Const. dogm. Lumen gentium, n. 16)». Por lo tanto, es legítimo sostener que el Espíritu Santo actúa la salvación en los no cristianos también mediante aquellos elementos de verdad y bondad presentes en las distintas religiones; mas no tiene ningún fundamento en la teología católica considerar estas religiones, en cuanto tales, como vías de salvación, porque además en ellas hay lagunas, insuficiencias y errores acerca de las verdades fundamentales sobre Dios, el hombre y el mundo.
Por otra parte, el hecho de que los elementos de verdad y bondad presentes en las distintas religiones puedan preparar a los pueblos y culturas a acoger el evento salvífico de Jesucristo no lleva a que los textos sagrados de las mismas puedan considerarse complementarios al Antiguo Testamento, que es la preparación inmediata al evento mismo de Cristo.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el transcurso de la Audiencia del 19 de enero de 2001, a la luz de los pasos dados ulteriores desarrollos, ha confirmado su aprobación a la presente Notificación, decidida en la Sesión Ordinaria del Dicasterio, y ha ordenado que sea publicada. Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 24 de enero de 2001, memoria litúrgica de San Francisco de Sales. Cardenal Joseph Card. Ratzinger
Prefecto de la Congregación de la Fe
Tarcisio Bertone, S.D.B.
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
La humanidad necesita descubrir en Cristo a su salvador
Juan Pablo II
24- II -2002 (Cristo Rey)
«También la humanidad del tercer milenio necesita descubrir que Cristo es su Salvador. Este es el anuncio que los cristianos tienen que llevar con renovada valentía al mundo de hoy».
«En virtud del Bautismo y de la confirmación, (los laicos) participan en la misión profética de Cristo. Por consiguiente, están llamados a buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios y a llevar a cabo en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde con su empeño por evangelizar y santificar a los hombres».
Al presentar a Jesús de Nazaret como Rey del universo, los cristianos buscan «establecer, por así decir, en el corazón del hombre, de la historia y del cosmos la potencia divina del Amor».
La pretensión de los cristianos de anunciar que Cristo es el único salvador de la humanidad,
¿no es algo arrogante?
La misión no significa imposición o colonialismo, asegura el Cardenal Ratzinger (ZENIT.org)
El interrogante fue planteado por el purpurado bávaro al intervenir en el Congreso «Cristo: Camino, Verdad y Vida», que ha reunido del 28 de noviembre al 1 de diciembre del 2002 a algunos de los teólogos más respetados del mundo en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM).
«¿No es una arrogancia hablar de verdad en cosas de religión y llegar a afirmar haber hallado en la propia religión la verdad, la sola verdad?», añadió el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Ante un auditorio de casi tres mil personas, en gran parte jóvenes, el cardenal Ratzinger constató que «hoy se ha convertido en un eslogan de una enorme repercusión rechazar como simultáneamente simplistas y arrogantes a todos aquellos a los cuales se puede acusar de creer que "poseen" la verdad».
«Estas personas, según parece, no son capaces de dialogar y por consiguiente no se les puede tomar en serio, pues la verdad no la "posee" nadie --añadió exponiendo las tesis del relativismo--. Sólo podemos estar en busca de la verdad. Pero --y esto hay que objetar en contra de esta afirmación--, ¿de qué búsqueda se trata aquí, si no puede llegar nunca a la meta?».
«¿Busca realmente, o es que no quiere hallar la verdad, porque lo que va a hallar no debe existir?», siguió preguntando.
«Naturalmente la verdad no puede ser una posesión --aclaró--; ante ella debo tener siempre una humilde aceptación, siendo consciente del riesgo propio y aceptando el conocimiento como un regalo, del que no soy digno, del que no puedo vanagloriarme como si fuera un logro mío».
«Si se me ha concedido la verdad, la debo considerar como una responsabilidad, que supone también un servicio para los demás --explicó--. La fe además afirma que la desemejanza entre lo conocido por nosotros y la realidad propiamente dicha es infinitamente mayor que la semejanza (Lat IV DS 806)».
En realidad, el arrogante es el relativista, según Ratzinger. «¿No es una arrogancia decir que Dios no nos puede dar el regalo de la verdad?»; preguntó de nuevo. «¿No es un desprecio de Dios decir que hemos nacido ciegos y que la verdad no es cosa nuestra?».
La «verdadera arrogancia» consiste en «querer ocupar el puesto de Dios y querer determinar quiénes somos, qué hacemos, qué queremos hacer de nosotros y del mundo».
Por tanto, consideró, «lo único que podemos hacer es reconocer con humildad que somos mensajeros indignos que no se anuncian a sí mismos, sino que hablan con santa timidez de lo que no es nuestro, sino de lo que proviene de Dios».
«Sólo así se hace inteligible el encargo misionero, que no puede significar un colonialismo espiritual, una sumisión de los demás a mi cultura y a mis ideas», subrayó. «La misión exige, en primer lugar, preparación para el martirio, una disposición a perderse a sí mismos por amor a la verdad y al prójimo».
«Sólo así la misión es creíble», concluyó. «La verdad no puede ni debe tener ninguna otra arma que a sí misma».
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