ESTADO EPISCOPAL
Estudio sobre la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino
Por Jesús Martí Ballester.

Existen en la Iglesia diversos estados de vida de vida estable, cuya existencia, necesidad, utilidad y conveniencia, como causa de su perfección, para atender mejor a sus diversas necesidades y para proporcionarle mayor belleza, prueba santo Tomás con razones varias. De una manera semejante a como en el orden natural la perfección de Dios reflejada en las criaturas se consigue de manera múltiple y variada, la plenitud de la gracia de Cristo Cabeza, se reparte diversamente en sus miembros para que el cuerpo de la Iglesia sea perfecto, atestigua San Pablo: "El constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a éstos evangelistas, a aquéllos pastores y doctores, para la perfección consumada de los santos" (Ef 4, 11). "Igual que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y no todos tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo" (Rm 12, 4).

ORDEN Y BELLEZA
Los diferentes estados en la Iglesia son origen de orden y de belleza. Leemos en el Tercer Libro de los Reyes que la Reina de Sabá, oyendo que todo el mundo se hacía lenguas de la sabiduría del rey Salomón, se dirigió, cargada de regalos, a Jerusalén, para verlo con sus propios ojos y: "La reina de Sabá, al ver la sabiduría de Salomón, las habitaciones de sus servidores y el orden de sus oficios, quedó fuera de sí" (3 Re 10, 4). San Pablo, para justificar la diferencia de los instrumentos con que un hogar está dotado para funcionar correctamente, afirma: "En una casa grande no hay sólo vasos de oro y plata, sino también de madera y de barro" (2 Tim 2, 20). Así la jerarquía de estados y de posibilidad de situaciones permanentes manifiesta la hermosura de la Esposa de Cristo, a la que él desea "sin mancha ni arruga" (Ef 5, 27). Y además de imprimir hermosura, han sido elegidos los obispos, para que, con los presbíteros, extiendan, profundicen y embellezcan con las virtudes a la Iglesia, como dice san Pedro: "A los presbíteros que hay entre vosotros, yo, presbítero como ellos les exhorto a que" prediquen el evangelio, santifiquen con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos, a la grey de Cristo (1 Ped 5, 1).
EL ESTADO EPISCOPAL
El más excelente de todos los estados es el episcopal, porque los obispos tienen la misión de perfeccionar a los demás, ejercitando ellos la perfección ya adquirida, pues son "artífices de virtudes", como canta la Liturgia. Deben amar a los enemigos, estar dispuestos al sacrificio de su vida, y comunicar los más sublimes dones de Dios. Pero el Angélico advierte que sería pecado de ambición apetecer el episcopado, y sería desordenado desearlo, como lo sería también, rechazarlo con obstinación. Encomendó Francisco de Soto a la Madre Teresa que preguntara a Dios, si era servicio suyo que aceptara un obispado, y el Señor le contestó: "Cuando entendiere con toda verdad que el verdadero señorío es no poseer nada, entonces lo podrá aceptar".

LA DOCTRINA DEL CONCILIO Y DEL CATECISMO DE LA IGLESIA
Esto dice el Concilio: "Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en la Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios... lleguen a la salvación" (LG 18). "El Buen Pastor será el modelo de la misión pastoral del obispo quien, "consciente de sus propias debilidades, puede disculpar a los ignorantes y extraviados, no debe negarse nunca a escuchar a sus súbditos, a los que debe cuidar como verdaderos hijos" (CIC 896).

EL OBISPO SEGÚN EL SINODO DE LOS OBISPOS.
Breve y escueto resumen de Lineamenta del Sínodo de los Obispos, de septiembre-octubre de 2001, que completa y actualiza el texto aquinatense.

Antes que nada, el obispo se ubica ante el mundo con una mirada contemplativa, con un corazón compasivo, como Jesús que sale al encuentro de las necesidades de la gente: "y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9,36). Así se transforma en profeta de la esperanza para los hombres de nuestro tiempo, que, después de la caída de las ideologías y de las utopías, son a menudo manipulados por fuerzas económicas y políticas. Necesitan redescubrir la virtud de la esperanza, poseer válidas razones para creer y para esperar y para amar y obrar más allá de lo inmediato cotidiano, con una serena mirada sobre el pasado y una perspectiva abierta al futuro. De la figura del obispo, emerge la llamada a la santidad, su peculiar espiritualidad, su camino de santidad y de perfección evangélica, para vivirla delante de Dios y en comunión con los fieles. El antiguo Eucologio de Serapión lo expresa en la oración de la consagración del obispo: "Dios de verdad, haz de tu servidor un obispo viviente, un obispo santo en la sucesión de los Santos apóstoles; y dónale la gracia del Espíritu divino, que has concedido a todos los siervos fieles, profetas y patriarcas".

VIVIR CON LOS HOMBRES
Lo ha expresado San Agustín con su fórmula: "Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano". El obispo, como bautizado y confirmado, se nutre de la eucaristía y tiene necesidad del perdón del Padre, a causa de la fragilidad humana. Desde los primeros siglos de la Iglesia, muchos obispos han sido modelos de sabiduría teológica y de caridad pastoral; han unido en su existencia el ministerio de la predicación y de la catequesis, la celebración de los santos misterios y la oración, el celo apostólico y el amor intenso por el Señor. Han fundado Iglesias, reformado las costumbres, defendido la verdad; han sido audaces testigos en el martirio y han dejado una huella en la sociedad, con iniciativas de caridad y justicia, con gestos de coraje frente a los potentes del mundo en favor del propio pueblo. Además, al obispo incumbe en primer lugar la responsabilidad de la santificación de sus presbíteros y de su formación permanente. Como modelo de la grey (1Ped 5,3), el obispo debe serlo, ante todo, para su clero, al cual se propone como ejemplo de oración, de sentido eclesial, de celo apostólico, de dedicación a la pastoral de conjunto y de colaboración con todos los otros fieles. A la luz de estas instancias espirituales actúa de manera que compromete el ministerio de los presbíteros en el modo más adecuado posible.

PUNTO DE APOYO
Los sacerdotes necesitan encontrar en el obispo su apoyo. El obispo, como padre y pastor, expresa y promueve relaciones, tanto personales como colectivas, con sus sacerdotes. Él debe velar cotidianamente para que todos los presbíteros sepan y adviertan concretamente que no están solos o abandonados, sino que son miembros y parte de un "único presbiterio".Toda división entre el obispo y los presbíteros constituye un escándalo para los fieles que hace no creíble el anuncio; en cambio, en el signo de la fraternidad, el ejercicio de la autoridad se transforma realmente en un servicio. Además el obispo, estableciendo una profunda relación con sus presbíteros, llega a conocer sus dotes y así a cada uno podrá confiar la tarea a la que mejor se adapta.

SOLICITUD POR LA VIDA CONSAGRADA
La vida consagrada es una expresión privilegiada de la Iglesia Esposa del Verbo, y parte integrante de la misma Iglesia, que está "en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión". Por medio de la vida consagrada, en la variedad de sus formas, se hacen presentes en el mundo y se señalan como valor absoluto y escatológico, los rasgos de Jesús, casto, pobre y obediente. De esta manera la vida de la Iglesia no se agota en la estructura jerárquica, sino que hace referencia a una estructura fundamental más amplia, rica y articulada, que es carismático-institucional, querida por Cristo mismo y que incluye la vida consagrada.

EL MINISTERIO DE LA PREDICACIÓN
El obispo es ante todo ministro de la verdad que salva, no sólo para enseñar e instruir sino también para conducir a los hombres a la esperanza. Si un obispo quiere mostrarse a su pueblo como signo, testigo y ministro de la esperanza tiene que alimentarse de la Palabra de Verdad, como la santa Madre de Dios María, que "ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1,45). A la Sagrada Escritura, debe recurrir constantemente el obispo escuchándola en su interior, con una lectura asidua y un estudio diligente, para no ser un vano predicador de la Palabra de Dios. Sólo así, como dice San Pablo, podrá dirigirse a sus fieles: "con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras para mantener la esperanza" (Rm 15,4). Deben seguir la opción de los apóstoles en el comienzo de la Iglesia: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6,4). Ha escrito Orígenes: "Estas son las dos actividades del Pontífice: o aprender de Dios, leyendo las Escrituras divinas y meditándolas, o enseñar al pueblo. Mas, enseñe las cosas que él mismo aprendió de Dios."

ORANTE Y MAESTRO DE ORACIÓN
El obispo es también orante, que intercede por su pueblo, con la fiel celebración de la liturgia de las Horas, que también debe presidir en medio de su pueblo. Consciente de que él será maestro de oración para sus fieles sólo a través de su misma oración personal, el obispo se dirigirá a Dios para repetir, junto con el salmista: "Yo espero en tu palabra" (Sal 119, 114). La oración, en efecto, es un momento expresivo de la esperanza o, como se lee en S. Tomás, ella misma es "intérprete de la esperanza". Es propio del obispo el ministerio de la oración pastoral y apostólica por su pueblo, a imitación de Jesús que reza por los apóstoles (Jn 17) y del apóstol Pablo que reza por sus comunidades ( Ef 3,14). En su oración, debe llevar consigo toda la Iglesia y al pueblo que le ha sido confiado . Imitando a Jesús en la elección de sus Apóstoles (Lc 6,12-13), someterá al Padre todas sus iniciativas pastorales y le presentará sus expectativas y sus esperanzas. Cuando el Cardenal Wyszinsky comunicó a Karol Wojtyla que el Papa Pío XII le había designado obispo titular de Ombi y auxiliar del arzobispo Baziak, administrador apostólico de la archidiócesis de Cracovia, Wojtyla aceptó el nombramiento y acudió al convento de las ursulinas en Varsovia, donde preguntó si podía entrar a rezar. Las hermanas no le conocían. Le dirigieron a la capilla y le dejaron. Pasado cierto tiempo, las monjas empezaron a preocuparse y abrieron la puerta de la capilla para ver qué ocurría. Wojiyla estaba postrado en el suelo frente el sagrario. Las hermanas se marcharon asombradas.

Regresaron varias horas más tarde. E! sacerdote continuaba postrado ante el Santísimo Sacramento. Ya era tarde, y una de las monjas dijo: «Quizá el padre desearía venir a cenar...». El respondió: «Mi tren no sale hacia Cracovia hasta pasada la medianoche. Por favor, dejad que me quede aquí. Tengo un montón de cosas de que hablarle al Señor...»
 

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