Una devoción permanente y actual Hay quien podría pensar que la devoción al Sagrado Corazón es algo trasnochado, propio de otras épocas, pero ya superado en el momento actual. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II, en la carta entregada al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, en la Capilla de San Claudio de la Colombière, el 5 de octubre de 1986, en Paray-le-Monial, animaba a los Jesuitas a impulsar esta devoción: Sé con cuánta generosidad la Compañía de Jesús ha acogido esta admirable misión y con cuánto ardor ha buscado cumplirla lo mejor posible en el curso de estos tres últimos siglos: ahora bien, yo deseo, en esta ocasión solemne, exhortar a todos los miembros de la Compañía a que promuevan con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo. Esta exhortación a promover con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo, se fundamenta, según el pensamiento del Papa, en dos motivos, principalmente: 1) Los elementos esenciales de esta devoción "pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia", pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado "el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo". 2) Tal como afirma el Vaticano II, el mensaje de Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó "con corazón de hombre", lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón del hombre (cf Gaudium et spes, 21). Es decir, junto al Corazón de Cristo, "el corazón del hombre aprende a conocer el sentido de su vida y de su destino". Se trata, por consiguiente, de una devoción a la vez permanente y actual. Esta exhortación de Juan Pablo II enlaza con la enseñanza de sus predecesores. Como es sabido, existe un rico magisterio pontificio dedicado a explicar los fundamentos y a promover la devoción al Corazón de Jesús: desde las encíclica Annum Sacrum y Tametsi futura, de León XIII; pasando por Quas primas y Miserentissimus Redemptor, de Pío XI; hasta Summi Pontificatus y Haurietis aquas, del Papa Pío XII. Igualmente, Pablo VI dirigió en 1965 una Carta Apostólica a los Obispos del orbe católico, Investigabiles divitias. En ella animaba a: actuar de forma que el culto al Sagrado Corazón, que – lo decimos con dolor – se ha debilitado en algunos, florezca cada día más y sea considerado y reconocido por todos como una forma noble y digna de esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio Vaticano II especialmente, se viene insistentemente pidiendo… Al honrar el corazón de Jesús, la Iglesia venera y adora, en palabras de Pío XII, "el símbolo y casi la expresión de la caridad divina" . Poco después del Gran Jubileo de los 2000 años del nacimiento de Jesucristo, meditar sobre la devoción al Corazón de Jesús es un medio propicio para secundar la iniciativa del Papa que nos invitaba a contemplar el acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano. Oración al final de la fiesta del Sagrado Corazón
NO PERMITAS SEÑOR Porque es tarde, Corazón de Jesús, y en este ocaso de tu fiesta para mí ha anochecido no permitas que nunca más se nuble el día ni se haga para, los que te queremos, áspero el camino
¡NO DEJES SEÑOR QUE SE APAGUE LA LUZ! Como tantas veces se han eclipsado las sendas, los atajos y los caminos que preferí escoger al margen de Ti y de tu Palabra
¡QUE VEA LA LUZ SEÑOR! Como tantas veces al saludo del alba en campanas o en el repliegue del sol toda esta vega, estío, playa, montaña o llanos son testigos de tu impulso creador
¡NO DEJES SEÑOR! Porque, es tarde, porque tememos perderte las huellas que otros, antes que nosotros, marcaron y siguieron No nos dejes solos, Señor; quédate como peregrino por estas calles que saben de la grandeza y de la pobreza de los hijos de Dios y de sus miserias No nos dejes solos, Señor, acompaña la vida y las ilusiones de esta ciudad, pueblo, comunidad, parroquia, que en Tí siempre ha encontrado calor, respuesta y seguridad.
¡NO NOS DEJES SEÑOR! Sigue siendo esa brújula que orienta a la ciudad que duerme: a los hombres que estando despiertos se pierden y no se ven a los que esperan y viven atenazados por la ansiedad a los que creen pero viven acosados por mil dudas
¡QUEDATE CON NOSOTROS SEÑOR! Y perdona cuando en el horizonte de mi vida no dejé brillar tu rostro cuando al inicio de cada jornada olvidé regalarte un pensamiento porque en la enfermedad no encendí el cirio de la esperanza, cuando en la vida de cada día me deje arrastrar por el duro y frío vacío de las cosas
¡ACOMPAÑANOS SEÑOR! Y que te veamos en los acontecimientos de cada jornada en el hondo de estas tierras y en lo más alto de las cumbres de nuestros montes. Y que te veamos que, cuando sales desde el altar, hasta nuestras calles compartes y sientes nuestra condición de peregrinos.
Quédate y cuando nos toque mudar de este mundo e ir contigo que nos presentemos ante Dios con el traje de la FE CON EL CORAZON LLENO DE FIESTA -Javier Leoz ![]() Regreso a la página principal www.catolico.org |

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